Cuando Jarabe de Palo publicó su primer disco en 1996, yo tenía diez años. Su música lleva acompañándome desde entonces como una agradable banda sonora vital, pero nunca me había coincidido verlos en directo ni me había planteado convertirme en fanática del grupo. El sentido de muchas de aquellas bonitas canciones que sonaban a finales de los noventa era vacío existencial (en el sentido literal de la expresión) para una niña enamorada de las bandas de canallitas que poblaban los escenarios y las revistas de adolescentes. Pasados los 2000, cuando "La flaca" se convirtió en himno y los dramas se me acumulaban en el patio del instituto y en el corazón, muchas quisimos ser aquella chica de la que un cantautor se quedaba prendado de madrugada, obligado a componer una canción que sonaría en todas las radios del país. El tema de los cantautores se convirtió en recurrente, y en la universidad las guitarras empezaron a follar más que los coches con dos tubos de escape. Una parte del público femenino heterosexual empezamos a adorar a chicos malos que cantaban a pasados de adicciones o se saltaban las leyes en letras absurdas del pop nacional. Pero no era Pau por quien yo suspiraba. Su discreción lo mantuvo siempre en un segundo plano con respecto a su música, algo bastante infrecuente en una industria en donde la pose copaba las listas de los números uno.
La persona que componía letras de amor que cantaban más a la libertad que a la dependencia, más al agradecimiento que al reproche constante de la canción romántica contemporánea
Hace un par de años, cuando Pau Donés anunció que padecía cáncer de colon, muchas personas descubrimos a la persona que se escondía detrás de Jarabe de Palo. La persona que componía letras de amor que cantaban más a la libertad que a la dependencia, más al agradecimiento que al reproche constante de la canción romántica contemporánea. Hasta la Flaca, ausente durante dos décadas de éxito inusitado, decidió aparecer en escena para hablar de su relación con Pau, destrozando la preciosa leyenda que se había construido en torno a su misteriosa figura. El interés mediático de Donés aumentaba a medida que ponía de manifiesto su fragilidad, y hablaba abiertamente de la enfermedad que le comía por dentro. Entonces, un día perdido cualquiera, conduciendo de camino a cualquier parte, escuché esto en la radio del coche.
Ahora que empiezo de cero,
que el tiempo es humo que el tiempo es incierto
Ahora, que ya no me creo que la vida sea un sueño
Ahora, que sólo el ahora es lo único que tengo
Ahora que sólo me queda esperar a que llegue el ahora.
La canción, "Humo", se la había compuesto Pau Donés a su gran amor, la vida, la que perdemos a diario sin saber qué hacemos ni a dónde vamos, como si el tiempo fuese un crédito pagado a la perpetuidad. La primera vez que la escuché los ojos se me empañaron y la canción me puso triste. Fue una tristeza liberadora. En una época en que el lobby del bienestar extingue los sentimientos y los chamanes de la felicidad ofrecen pócimas milagrosas para cualquier problema, reconocerse triste empieza a ser una vergüenza. Estar enfermo no es fácil y tampoco agradable de transmitir. La enfermedad no se considera sexy y mucha gente se siente incómoda en conversaciones que incluyen el dolor y la posibilidad de la muerte. Todos los enfermos de cáncer saben que la enfermedad es el elefante en la habitación del que huimos como pollos sin cabeza hasta que se nos presenta en el cuerpo o en la vida. La enfermedad es una cuestión tan íntima que la posición pública de Pau Donés me parece de una generosidad impagable.
La enfermedad es una cuestión tan íntima que la posición pública de Pau Donés me parece de una generosidad impagable
En los últimos meses he leído cada entrevista del músico que caía en mis manos, y revisité todos los discos del grupo. Me fui a Cuba y gasté los ojos buscando los corales negros de la Habana. Descubrí cosas maravillosas de la biografía de aquel artista que había pasado tan desapercibido para mí, como su dislexia que casi lo incapacita para la lectura, su afición al campo, o el suicidio de su madre cuando él tenía 16 años. En junio me regalaron unas entradas para el Festival de la Luz, un evento que organiza Luz Casal en Galicia con músicos de todo el país y cuya entrada se destina íntegramente a la lucha contra el cáncer. Jarabe de Palo iban y no quería perdérmelo.
Con los deberes hechos me planté entre el público para disfrutar de 50 palos, el disco en que revisa sus grandes éxitos y que provocó la catarsis colectiva de miles de personas que repetían el mantra “ni miedo ni fe” frotándose los ojos. Gritamos por la vida y temblamos al recordar un gran amor. Ahora que el machismo se ha adueñado de gran parte de las letras y los videoclips, las historias cantadas de Pau Donés prescinden de la testosterona y reivindican la ternura. Sus letras hablan de sencillez y de sensibilidad, de la libertad del individuo y de la fragilidad como arma de seducción masculina. Un gran redescubrimiento de una figura imprescindible del pop español. Por encima, los 50 Palos le han sentado de maravilla.