La verdad es que tengo una poquita de mala suerte, llevo toda la vida vinculado a nuestro independentismo político y nunca he conocido ni a un solo nazi catalán. Pero ni a uno. Ni de vista, ni de lejos, ni que hiciera un buen rato que hubiera pasado por allí. Ná. Se ve que esos tipos nazis existen, que en lugar de tener como referente político al coronel Macià tienen colgada en la pared la imagen de Adolf Hitler, anda tú, así, con chinchetas, una instalación artística que ni el fanfarrón Jean-Marie Le Pen se habría atrevido tener en casa. Trato de recordar y nada de nada. He conocido bien al místico Raimon Galí, enamorado de los penachos y de los uniformes viriles, uno de los mentores de Jordi Pujol. Y también a Marc Aureli Vila y a Heribert Barrera, dos vigorosos antifascistas y antirracistas catalanes que mantuvieron viva la llama del independentismo implícito de la valiente Esquerra Republicana de Catalunya de la Transición, el único partido catalán abiertamente contrario a aquella operación de desmemoria y de rendición ante los auténticos nazis, o filofascistas. Ya sabe todo el mundo quiénes son y quiénes no lo son, los que eran y lo siguen siendo, los de Franco, los de las camisas azules, los que todavía hoy llevan sus manos manchadas con la sangre de Lluís Companys, de Manuel Carrasco i Formiguera y de Josep Sunyol, culpable de haber presidido el Barça. Todos aquellos jueces y militares, los policías que trabajaban para el régimen, como los hermanos Juan Creix, torturadores y resentidos, catalanes, catalanes no lo eran, aunque todos vivieran y trabajaran en Catalunya, todos cada día allí apaleándonos y abriéndonos las cabezas, muy profesionales, de ocho a dos y las tardes libres. Y a sueldo del estado, arregladito. El padre de Inés Arrimadas también trabajaba con ellos pero todo el mundo sabe que no era nazi. Desde esta perspectiva, el franquismo fue un inacabable primero de octubre que duró cuarenta años, un primero de octubre sin mañana y que había quedado establecido así: los unos ponían los golpes y los otros las víctimas. No había ni hay nazis catalanes ya que los grupos están hechos de antemano y los pocos que salen le están sosteniendo el güisqui al Tácito o buscándole un buen aparcamiento a Jorge Fernández Díaz. Los nazis cuando se reúnen internacionalmente tienen siempre unas cuantas sillas preparadas para los españoles, siempre. Y es curioso, nunca hay ninguna delegación de judíos, ni de negros, ni de catalanes ni de armenios. Y no os preguntéis el por qué porque lo sabéis perfectamente.
De nazis catalanes no habré conocido ni a uno pero de marxistas catalanes todos los que quieran y más, empezando por mi venerable maestro Josep Soler-Vidal, rojo y pequeño como una fresa. Yo iba a aquellas reuniones del MDT, Moviment en Defensa de la Terra, el nombre nos quedó bastante bien aunque un tanto agrícola, un frente nacional unitario de las organizaciones políticas del independentismo de izquierda marxista de los Países Catalanes, que ya por el subtítulo os lo podéis imaginar, era más o menos como es ahora el independentismo práctico. Pero sin cobrar del Parlament, esto ya no, en aquella época las peleas nos las pagábamos nosotros de nuestro bolsillo. Todos peleándonos contra todo el mundo, pero a mala leche, todo el mundo hablando mal de todo el mundo y sin embargo, todo el mundo también tratando de orientarse en aquel maremágnum de idealistas que queríamos esa patria aún no nacida. En una de esas ollas de grillos estaba ya Antoni Castellà, un chiquillo, pero siempre formal, siempre capaz y político directo entonces y ahora. Me parece una personalidad admirable de nuestra política nacional, no sólo porque se enfrentó con uno de los personajes más odiosos de Catalunya, Josep Antoni Duran Lleida sino porque lo terminó derrotando. Y porque ha conseguido que el viejo espacio político de Unió Democràtica no esté hoy secuestrado por los españolistas disfrazados de sacristanes tristes como Ramon Espadaler. La independencia la teníamos que hacer entre todos, decíamos, cuando cantábamos canciones, y desde todas las posiciones políticas, pero ahora se ve que ya no. Ahora han dicho que paremos. Y, simultáneamente, algunos comunistas de los comunes y algunos comunistas de Esquerra lo que han puesto de moda es acusar a todo el mundo que no les conviene de nazi. Ahora es nazi incluso hablarse de usted. Cuando Castellà y yo éramos jovencitos no se hacía eso, pero ni en broma. Al enemigo nazi, al racista, se le respetaba y no se le confundía. Entre otras cosas porque los viejos exiliados catalanistas, los que realmente habían conocido a los nazis y se habían enfrentado a muerte con ellos, nos habrían pegado una hostia tan estentórea que aún nos haría daño.