No se atreverán, nos decían los sabios, los listos, los que siempre prevén el futuro. Estábamos tan sonámbulos, tan orgullosos de nosotros mismos que, incluso, nos hacíamos fotos allí votando, todos éramos hijos de Pericles y de Benjamin Franklin. Catalanes y catalanas, el mundo nos mira, decían, aseguraban, dictaminaban, porque, atención, la nuestra es una reivindicación legítima, pacífica y democrática, perfectamente homologada por la Universidad de Springfield. Y sí, sí, el mundo la miró, pero lo que el mundo vio fue la Puerta de Alcalá. Al final pesaron más tantos y tantos años de extranjeros con buenas vacaciones al sol, de flamenco y de paella pasada, de toros y de sangría barata. A la hora de la verdad, los Estados siempre se ponen del lado de los demás Estados, de tal palo tal astilla y las cosas son como son y no como deberían ser. Que nadie entiende a nadie y nosotros, somos nosotros, y sabemos la verdad. Y la verdad es que nos rompieron la cara, y que sólo nos quieren para que paguemos y nos callemos. Y si nuestros votos no valen, pues qué le vamos a hacer, chicos, haber nacido en Escandinavia, que todo esto es un asunto interno del estado español. Y aquí paz y después, gloria. Este es el primer, extraordinario, aprendizaje del primero de octubre del 2017.
El segundo gran aprendizaje es que España se comporta, al menos desde el siglo XIX, bastante como Turquía. La comparación no es idéntica del todo pero puede servir para saber dónde estamos ahora. Tanto el imperio español como el turco incluyeron durante siglos y siglos, dentro de sus fronteras, a una gran diversidad de pueblos, de culturas y de territorios en más de un continente. España se extendía por Europa, África, América y Asia y Turquía por Asia, Europa y África. Y a muchos catalanes de aquellas épocas, a una importante cantidad de nuestros abuelos, escarmentados tras la completa derrota de 1714, les pareció más práctico, más inteligente, participar de un imperio como el español que seguir haciéndole la guerra al rey de España, tan poderoso monarca. Aquellos posibilistas catalanes, aquellos precedentes del autonomismo de Jordi Pujol, pensaron que tal vez nos iría mejor como minoría nacional, mejor como vascos que como holandeses, porque tampoco teníamos tantos cuartos como los Países Bajos para ir solos por ahí. El invento duró lo que duró, ya que los imperios se desintegraron por todo el mundo y, tanto el estado turco como el español, heridos en su orgullo patrio, se replegaron sobre sí mismos. Los turcos, al quedar reducidos aproximadamente al actual territorio, quisieron convertirse en un estado nación, un territorio con un solo pueblo, una única lengua y una única religión. Por eso decidieron asimilar al pueblo kurdo y exterminaron a los armenios, la minoría más molesta y, encima, cristiana y muy independiente. Durante el genocidio armenio de Turquía, sólo entre 1915 y 1923, se asesinaron más de un millón y medio de personas y hubo más de un millón de deportados: todos los armenios que vivían dentro de las fronteras turcas fueron asesinados o expulsados. En España, con menor intensidad, se siguió el mismo patrón: gasearon y exterminaron a muchos rifeños durante la ocupación del norte de Marruecos. Mientras que a vascos, gallegos y catalanes se les obligó a ser españoles sólo a través de la lengua y de la cultura castellanas. Un general africanista como Francisco Franco quiso dar el impulso definitivo. Se había acabado para siempre la diversidad cultural y lingüística, España debía ser como decía Francia que era Francia: un solo pueblo, una sola lengua y una sola nación. O como Alemania. Sí, mejor como Alemania.
Muchos catalanes, tan legítimamente catalanes como los que queremos la independencia, han decidido rendirse, ceder, someterse dócilmente al poder violento de Madrid
Y tercer aprendizaje. Durante tantos y tantos años de colonialismo español sobre Catalunya y sobre el conjunto de los Països Catalans, muchos catalanes, tan legítimamente catalanes como los que queremos la independencia, han decidido rendirse, ceder, someterse dócilmente al poder violento de Madrid. Son compatriotas nuestros que están dispuestos a hacer lo que sea para ser perdonados, a obedecer a este estado corrupto y decadente, a venerar a la monarquía, a abandonar la lengua y la cultura catalanas, a cambio de ser aceptados, o al menos tolerados, por favor. Y se arrodillan y todo. Son los catalanes adoctrinados. Los que se han tragado toda la propaganda política del españolismo, la de una política que sólo quiere acabar con Catalunya como nación y como sociedad diversa. Se llaman a sí mismos unionistas, pero no lo son, porque no buscan la unidad de la nación catalana con España, ni lo más mínimo, lo que quieren es destruir completamente nuestra identidad como pueblo diferenciado. Son los votantes nacionalistas españoles de Ciudadanos, PSC, Comunes y PP. Son los colonos españoles que nos quieren borrar del mapa, colonos aunque tengan apellidos catalanes que se remonten a la época de Wifredo el Velloso. Porque no es una cuestión de sangre sino de corazón, de mente. De dignidad. De saber qué eres y quién eres. Porque la cuestión es amarte a ti mismo tal como eres.
La escritora negra Maryse Condé (Guadalupe, 1937), una de las grandes damas de la mejor literatura de hoy, retrata muy bien la mentalidad del individuo colonizado, de la persona adoctrinada por un poder que tiene todos los medios a su servicio. Su isla caribeña forma parte, como es sabido, del estado francés y, algunas veces, ha relatado una experiencia de su adolescencia que puede ser útil recordar, hoy, primero de octubre. De jovencita se sentía muy fea. No lo era, pero se sentía así. Era una negra preciosa, radiante, pero ya estaba podrida por los complejos de inferioridad. “Cambié más tarde —dice— pero al principio fue muy duro integrar mi físico.” Estaba convencida de que la auténtica belleza era blanca y rubia, como una determinada chiquilla que veía en la iglesia, tan blanca y rubia como un ángel. La encontraba preciosa, estaba completamente embelesada. “Al final tuve que desaprender todo aquello. Con el tiempo me di cuenta del origen de aquellas ideas”, concluye la señora Condé. Quizá la fascinación de algunos catalanes por España se parece mucho a este adoctrinamiento. No hay nada más pedagógico que los palos, digan lo que digan algunos especialistas en enseñanza y educación.