Ni he vivido ninguna guerra ni he realizado ninguna independencia, yo al menos, no. He visitado algunos conflictos y nada más. Por lo menos el poeta Lord Byron, que era inglés, idealista y valiente, luchó por la independencia de Grecia, se jugó la vida y, al final, dejó su piel. Que, en catalán, significa morirse, irse al cajón, rebentar, y no exfoliar el cutis, no cambiar de piel, como hacen las serpientes, como hacen ciertos políticos catalanes que todo el día te dicen que se están dejando la piel o que se dejarán la piel. Como no sea cuando están en Baqueira y se ponen morenitos y van descosiéndose, la verdad es que no sé de qué hablan. Bueno, sí lo sé, que son unos bocazas, unos charlatanes de feria, que hablan y no saben lo que dicen. Que les da igual todo excepto ellos mismos. Y que si se preocupan por todo lo que tienen que gestionar como se preocupan por el lenguaje que utilizan, no me extraña que se derrumben los puentes, que se hundan las economías y que se eternicen los problemas. En mi casa, a eso, se le llama ser tardo, ir desaliñado, ser negligente. Un político que gasta un catalán espantoso suele tener un conocimiento excelente de la lengua española, porque dos y dos son cuatro y aquí ya nos conocemos todos. Basta ver los tuits, o tuídos —si es que queremos jugar con el idioma, hacer creer que la palabra tiene que ver con el término "atontado", que es como quedas cuando lees ciertos tweets—, y ves como la lengua y la cultura propias de Catalunya no les inquietan lo más mínimo. Más bien les molestan. Y no se han preocupado ni cinco minutos por la manera que tienen de hablar. Gente que vive de la política y que no sabe pronunciar las siglas de su partido en catalán. Concretamente su secretario de Organización. Personas que exhiben un catalán penoso, espectral, más muerto que vivo, pero que te dicen que la sociedad catalana lo que tiene que hacer es aprender más castellano y que ya es suficiente con la exigencia de la inmersión. Gente que se pone muy reglamentista, muy estricta con la ley, muy intolerante, que si no se puede hacer esto o aquello, porque la ley siempre debe ser respetada, porque si no la respetamos, dónde iremos a parar. Una gente que se presenta como muy recta.
Un político que gasta un catalán espantoso suele tener un conocimiento excelente de la lengua española, porque dos y dos son cuatro y aquí ya nos conocemos todos
Hubo una temporada en la que, sin vivir ninguna guerra ni ninguna independencia, iba participando en una tertulia de Catalunya Ràdio. Antes de que me echaran de allí y lo entiendo, eh, las cosas como son. No soy lo suficientemente guapo para salir por antena. Bueno, el caso es que, a veces coincidía con esa señora, que había sido honorable consejera del Govern, una persona que es una ratita sabia, una ministra pedante grandilocuente, que te iba leyendo la cartilla sobre todo tipo de cuestiones susceptibles de ser reglamentadas. De esas que te dicen que el pescado con el vino blanco y que el vino tinto no lo puedes tener en la nevera. Y he aquí que un día una amiga mía me vino vino a buscar con el coche a la salida de la radio. Llegó antes de tiempo, dejó el coche en un parking de pago y se puso a oír el programa para esperarme. Y mientras oía, por la radio, como esta señora política reprobaba al independentismo por saltarse la ley, porque el independentismo no hace bien ni esto ni aquello, tenía delante su automóvil muy mal aparcado. En un lugar prohibido. En Catalunya Ràdio siempre hay problemas para aparcar y, como sostiene el president Torra, no hay causas pequeñas. Dicho de otro modo, que utilizaba el reglamentismo como una táctica de distracción, como un engaño, solo para consolidar la propia impunidad, el propio egoísmo de niña bien, de persona que se cree que tiene derecho a todo. Y que, en cambio, los demás no tienen derecho a nada. Estaba intentando recordar su nombre y no hay manera. Es inútil. Tampoco es tan importante, después de todo, hace como tanta y tanta gente, con más jeta que conciencia. Según como, parecemos la bandera americana, todo de “barras” y estrellas. Teniendo en cuenta que “barra”, en catalán, significa ‘caradura’.