También acaba de publicar un libro el abogado Carles Mundó, legítimo conseller de Justicia del Govern Puigdemont, un conseller que ha aceptado la destitución del Gobierno de Madrid, que ha decidido dejar la vida política porque dice que no es su estado natural. Se titula El referèndum inevitable, pero detrás de ese título, de este lenguaje que quiere parecer sentencioso, encontramos una personalidad camaleónica, un cálculo permanente, una actitud de campesino pícaro, de espabilado que se cree que siempre podrá acontentar a todos, por una parte y por la otra. Carles Mundó es alguien que se ha convencido de que es muy listo. Bastante culto, con buenos estudios y con sentido común, se cree que el cálculo lo es todo. De modo que, por ejemplo, en lugar de saber lo que es la cima de una montaña prefiere leerse un libro. En lugar de ir, por ejemplo, hasta la cima del Puig-d’allà-dalt, del Puigdemont como si dijéramos, y salir de dudas, opta por el mínimo esfuerzo, por hacer suposiciones, por hacer un cálculo de probabilidades. Y naturalmente, como es muy bueno calculando, acierta a menudo, pero no tan a menudo como debería.
Carles Mundó es uno de los prestigiosos juristas que aseguraron a los otros protagonistas de los hechos de septiembre y de octubre de 2017 que no les pasaría nada grave. Que, como mucho, les acusarían de un delito de desobediencia porque la ley dice que tal y que cual y pascual. Porque Mundó suponía que la realidad no le desmentiría. En realidad, ni sabía ni podía saber nada del futuro, como nos pasa a todos, pero sobre todo ignoraba que lo que dicen los libros, a veces, no tiene nada que ver con la realidad. No sabía, ignoraba, que una cosa es saber y otra muy distinta es suponer. Por el peligroso territorio de la hipótesis, tras el agresivo discurso del rey imaginó, dedujo, supuso, que tal vez sí que encarcelarían al Govern pero que, probablemente, no estarían mucho tiempo a la sombra. Calculaba que no estarían mucho tiempo si es que entraban al final porque la ley, los reglamentos, la letra de la ley, deja muy claro que tal y que cual y pascual. Olvidando, temerario, que la letra mata y el espíritu vivifica, que el espíritu lo es todo y que la maldad represiva de un Estado amenazado no tiene límites. Ahora él ya lo sabe y lo sabemos también nosotros.
No se puede negar, sin embargo, que Carles Mundó ha calculado muy bien su estrategia y que le ha salido muy bien. Es el miembro del Govern Puigdemont que, por ahora, ha salido mejor parado de todos. No debe soportar la ignominia y el rechazo que suscita Santi Saltimbanqui Vila ni sufre la fragilidad emocional de Meritxell Borràs. Proyectó irse al exilio pero, finalmente, se quedó. No fue servil ni baboso ni simpático con el enemigo durante el juicio en el Supremo y, finalmente, no fue encarcelado. No asistió a la famosa reunión del Gobierno del día 27 de octubre por la tarde en el Palau de la Generalitat, al igual que Oriol Junqueras, pero, en cambio, no tiene el descaro de decir que el juicio de Marchena fue un juicio justo, como el atrevido Xavier Melero. Pero hay que decir también que no es la falta de pruebas lo que ha librado de la cárcel a Carles Mundó. Las pruebas que mantienen dentro de los calabozos a los demás presos políticos son simples pretextos, pruebas tan irreales como la fantasmagórica goma-2 que sigue sin acreditarse. Las pruebas contra Carme Forcadell, por ejemplo, son las mismas que se pueden exhibir contra Mundó: ninguna. Y las pruebas que me llevan a creerme muchas de las afirmaciones que proclama también son igual a cero. No me creo, fíjate tú, que unos consellers se quedaron por cuestiones personales y otros se fueron al exilio sólo por cuestiones personales. Creo en cambio que, al final, unos decidieron rendirse e implorar clemencia y otros eligieron continuar el combate desde fuera, irreductibles, para seguir luchando como fuera. Pero hay que decir que todo esto no lo sé a ciencia cierta. No lo sé, en realidad. Lo supongo. Tampoco quiero hacer ahora como hizo Mundó y pasarme de listo.