La gran pregunta. ¿Podría ser que todo el movimiento independentista catalán fuera sólo un engaño? ¿Se trata de una hábil conspiración, de una estrategia gigantesca de cuatro políticos para conseguir votos? Podría ser que sí. Los políticos que conozco son bastante limitados para una falsedad tan bien hecha, para tanta complejidad organizativa, pero digamos que sí, digamos que pudiera ser. ¿Y también podría ser que los movimientos independentistas de Quebec, de Flandes, de Escocia, de Euskal Herria, de Córcega, fueran también otro engaño? Porque el movimiento catalán y los otros movimientos independentistas, más o menos, actúan de la misma manera, hacen las mismas cosas. ¿Es entonces una conspiración internacional? Esto, la verdad, ya me cuesta más creérmelo, esto ya me recuerda más las teorías grandilocuentes de la conspiración planetaria, esto ya es como la invasión de los marcianos de color verde, esto ya me parece exagerar un poquito. El mundo es falso, y cruel, y todo lo que ustedes quieran, pero las auténticas conspiraciones, las grandes estafas, son otra cosa más concreta, las falsedades organizadas que conocemos, como el Watergate, por ejemplo, son más modestas y más rudimentarias. También más eficaces. La mayoría de nuestros políticos independentistas no tienen delante ningún The Washington Post que les fiscalice, una prensa independiente como es debido, que les vigile, que les exija, de acuerdo, de acuerdo, pero tampoco hay ningún John Mitchell moviendo hilos en la sombra. Por lo menos, hasta donde yo sé hoy, que tampoco es mucho.
¿Podría ser que todo el movimiento independentista catalán fuera sólo un engaño?
Lo que sí sé es que a nuestros políticos se les ve el plumero y que si nos quieren engañar deberán esforzarse más. Disponemos de elementos que nuestros padres no tenían para abordar el complejo mundo de la información. Tenemos, por ejemplo, un ejército de jubiladas y de jubilados con todo tipo de aparatos audiovisuales de última generación, armados con Twitter, WhatsApp, Facebook, Instagram y zambullidos en todos los medios de comunicación que se mueven en el país y fuera. Formando parte de auténticas células organizadas, con espontáneas ramificaciones que llegan a las más diversas organizaciones juveniles independentistas, con alianzas estratégicas, con todo tipo de juventud inquieta, que van más allá de los vínculos de la familia y de la sangre. Este frente de jubiladas y jubilados recoge ingentes cantidades de información y la contrasta diariamente. Tienen mucho tiempo libre y, por supuesto, mucha experiencia de la vida real. Jugaron, cuando eran pequeños, al juego del mentiroso y durante el franquismo tuvieron que soportar aquello del NO-DO, así que conocen perfectamente las fake news y saben cómo detectarlas, como establecer una ciberdefensa civil contra políticos mentirosos. No es infalible, pero están perfeccionando su sistema. Una ciberdefensa que se ha ampliado también contra los falsos desconfiados, contra todos los que hacen ver que denuncian el procesismo, el engaño independentista, pero que, al final, ves que acaban trabajando para España y para sus venganzas, de índole personal. Son los desconfiados de la especie López Tena.
De la especie López Tena me hablaba el otro día una amiga del muy noble y secreto círculo mágico de Twitter. Una especie de hada de internet que me dice que tiene noventa años, pero que creo que se quita unos cuantos. El caso es que esta señora, a la que nunca he visto en el mundo real, me hizo acordarme de la especie López Tena, de estos individuos desconfiados que, al final, merecen tanta desconfianza como cualquier otro. López Tena, este que ahora se queja, se lamenta de que los presos políticos no fueron condenados por rebelión, y con penas más duras. Una cosa es discrepar políticamente de los presos políticos, lo que yo hago y promuevo abiertamente, y otra, muy diferente, estar triste porque todavía les han castigado poco. Otra cosa, muy diferente, es sentirse mejor con el dolor de los demás. Otra cosa es que cuando eras vocal del Consejo General del Poder Judicial, gracias a Convergència, votaras por Manuel Marchena para que se convirtiera en miembro del Tribunal Supremo. Nunca he entendido que el odio furioso contra el autonomismo convergente le llevara a ser compañero de viaje del españolismo más rampante. A criticar a Artur Mas por ambiguo, como yo también he hecho, pero luego a abrazarse con Germà Gordó, con una ternura sin límites.
La última vez que hablamos, antes de bloquearme en WhatsApp, me dejó escrito que “una de las razones que explica que los catalanes, hayan perdido, pierdan y perderán, es que...” Entonces lo vi todo claro. Meridiano. Es que él, al fin y al cabo, no se considera catalán. Sólo se consideraba catalán cuando le convino, cuando se presentó y resultó elegido diputado en el Parlament de Catalunya por un partido independentista catalán. Entonces sí. Lo digo para la gente de buena fe que le votó, confiando en su discurso ardiente, confiando en que, como se presentaba como desconfiado, era auténticamente independentista, puro de oliva. Y ya ven. No podemos ni confiar en los desconfiados. Ni en el derrotismo. Ni en el independentismo tan radical que, en la práctica, trabaja para la destrucción de Catalunya.