El conflicto es necesario y el independentismo nace, vive y crece a partir del conflicto, de la necesidad íntima de confrontación. Es la sed más humana, la más limpia y desperezada, la que reclama dignidad, justicia y libertad. ¿Qué seríamos sin poder discrepar, sin confrontarnos con el poder? Y por eso da pena, casi, la indigencia intelectual que demuestra cada día ese supuesto filósofo, ese Salvador Illa-Isla (PSC-PSOE), si es que es cierto que tiene estudios de filosofía, no sé, ¿le habéis oído vosotros? ¿No os han asustado las barbaridades que proclama y, sobre todo, cómo las dice, con ese gesto suyo de víctima solemne, con ese comportamiento traidor que los psicólogos denominan pasivo-agresivo? Nunca hay que confiar en el aspecto pacífico de un político, nunca jamás, pero en este caso, por favor, tampoco puedes perderte el espectáculo, el mayor del mundo. No puedes dejar de admirar la pureza, casi perfecta, de la estulticia que gasta, la emasculación consumada que exhibe, la resignación vergonzosa, la cobardía asfixiante, la esclavitud moral en la que vive atrapado, como si fuera una mariposa clavada en un trozo de corcho. Según este candidato, siguiendo a todos los demás candidatos del españolismo, los catalanes ahora debemos cancelar inmediatamente el conflicto, manos arriba, cuerpo a tierra, tenemos que volver a nuestras vidas de antes, laboriosas y sensatas, con la lengua permanentemente introducida en el culo. Debemos continuar produciendo y produciendo alegremente para el consumo de los Cien Mil Vagos de San Luis, tenemos que conformarnos con el caos y la tristeza, con la vergüenza infinita que nos hace ser españoles, súbditos de un Estado equivocado, depredador y, sobre todo, visceralmente anticatalán. Es infinitamente más fácil edificar un Estado nuevo que transformar a la sociedad española, que se muestra orgullosa de ser como es. De hecho, necesitamos un Estado Libre que no nos persiga por continuar siendo lo que somos y no otra cosa.
Es infinitamente más fácil edificar un Estado nuevo que transformar a la sociedad española, que se muestra orgullosa de ser como es
Son muchos años de vergüenza y de frustración los que nos llevan a defender el independentismo. España es la experiencia biográfica de la frustración cotidiana a flor de piel y Catalunya, al menos, es una esperanza, la de una patria aún no nacida, que decía Josep Carner. España, y me limito a leer sólo el diario de hoy, es un país en el cual el antiguo jefe del Estado Mayor del ejército, el catalán Miguel Ángel Villarroya Vilalta —nunca encontrarán a ningún militar español que se llame Miquel Àngel— es obligado a dimitir por haberse hecho vacunar saltándose el turno, exhibiendo una concepción jerárquica de la sociedad incompatible con la democracia. Pero tras dimitir, este Gobierno, el más progresista del cosmos, decide condecorar al fraudulento general con la Real y Militar Orden de San Hermenegildo, pensionada, por la que cobra cada fin de mes, ya que la medallita se otorga “por su constancia e intachable conducta en el servicio”. Harto loable. For He’s a jolly good fellow y siempre lo será. Al estar muerto, no podemos saber si al mártir y rey de Sevilla le hace gracia alguna que le mezclen con este escandaloso militar. Ni si estará de acuerdo con que le pensionemos entre todos.
España es un país dulce y maravilloso, siempre sorprendente, en el que, para defender la honorabilidad de M. Rajoy, para defenderlo de las acusaciones del antiguo tesorero del PP, Luis Bárcenas, ayer abre su bocaza nada menos que Alberto Núñez Feijoo, presidente de la Xunta de Galicia. Es el mismo Núñez Feijoo íntimo amigo del contrabandista y narcotraficante Marcial Dorado. España es un país tan extraordinario que para convencernos de la honradez de Jordi Pujol sale a defenderlo Felipe González, otro campeón internacional de la verdad, otro premio Nobel de la credibilidad. Francamente, ya pueden encarcelarnos a todos, pero la verdad es que tenemos mucha paciencia. Mientras haya decepción, habrá conflicto. Mientras estemos vivos y tengamos dos dedos de vergüenza ajena.