Si durante la última campaña electoral Oriol Junqueras exigió —escogió esa palabra, exigir— que le debíamos votar porque es injusto y una pena y no hay derecho que esté encarcelado, una personalidad, un gigante como él, ahora no quiero ni imaginar qué expresiones y argumentos puede usar con sus subordinados y en privado para que lo saquen de la jaula. Porque, no tengáis ninguna duda, todo lo que ocurre hoy en la política catalana es para que el líder que es tan buena persona, el líder que es todo amor, salga de la jaula. El cincuenta y dos por ciento del electorado catalán, la mayoría absoluta de los electores, votamos a favor de la independencia nacional, pero Esquerra Republicana no piensa reivindicar esta histórica victoria electoral porque lo único que quiere es liberar a Junqueras y a los demás presos políticos. Es igual que el partido de Macià y Companys haya perdido 332.254 votos —Junts ha perdido 380.231— que han ido a parar a la abstención, la abstención de los ciudadanos que están hartos de tantas falsas promesas y de perder el tiempo. Da igual que muchos electores vociferen, protesten, porque los partidos políticos hacen lo que quieren. De hecho, si todos quedáramos desengañados y aburridos, mucho mejor aún. De lo que se trata es de desmovilizar permanentemente al pueblo de Catalunya que durante una década ha protagonizado las manifestaciones más multitudinarias nunca vistas en Europa. Olvídense del Primero de Octubre, dice Pere Aragonés a los independentistas que le escuchan. Recuperemos fuerzas dicen otros dirigentes. Trabajemos muho, reclaman Joan Puigcercós y Josep Huguet. Son varias maneras de vestir, con escasa imaginación, el acuerdo entre Pedro Farsánchez y Esquerra Republicana.
Presos a cambio de rendición, presos a cambio de autonomismo, presos a cambio de colaboración activa con la colonización española. Los votos independentistas de Esquerra sólo servirán para que Pere Aragonés se desdiga de las grandes promesas hechas en campaña y pacte un gobierno autonómico con los carceleros del PSOE, del PSC y de las comunas, un gobierno que se llamará pomposamente de izquierda pero que es de claudicación. Un gobierno que se llamará de izquierda y criminalizará a los dirigentes de Junts per Catalunya, comparándolos con Vox, acusándolos de violentos, de supremacistas, de intolerantes. De cualquier difamación como ya hicieron con el presidente Torra. Es la estrategia que Pedro Farsánchez tiene preparada desde hace meses. Esquerra tiene suficiente fuerza electoral para establecer un bloqueo permanente. Para impedir que el independentismo pueda hacer nada bueno durante varios años. Los más osados hablan de una o dos décadas. Veinte años, que es lo que reclamaba Oriol Junqueras en su último artículo, un artículo que responde en el plazo de tiempo indicado, a la pregunta que el juez Manuel Marchena acaba de trasladar a los presos políticos sobre la posibilidad de un indulto. El artículo de respuesta de Junqueras no utiliza ni una sola vez la palabra independencia, sólo habla de colaborar con el gobierno de Madrid, que se ve que tiene muy buen corazón y nos quiere dar una lluvia de millones procedentes de Europa.
Dicen que ayer se terminó el proceso hacia la independencia tal y como lo hemos conocido
Dicen que ayer se terminó el proceso hacia la independencia tal y como lo hemos conocido. No sé si estoy de acuerdo porque primero habría que establecer qué es lo que hemos conocido. Más bien parece que lo que se ha terminado, definitivamente, es la carrera política de algunos dirigentes considerados independentistas. Cuesta imaginar que Oriol Junqueras pueda volver a levantar nunca más la bandera de la separación y ser creíble. No sé qué podrá hacer con una libertad que al país le ha costado tan cara. Y cuesta imaginar que ERC pueda seguir jugando a la equidistancia después de este episodio que supone el tercer tripartito, de manera explícita o más indirecta y distraída. ERC, pero, sobre todo, la actual dirección, no podrá seguir explotando la ambigüedad con la irritación popular que crece ante la claudicación política. Porque el independentismo no ha perdido partidarios, al contrario. La gente está más decidida que nunca. Es el españolismo y las fuerzas que colaboran con él las que están en entredicho, las que continúan y continuarán cuestionadas por la mayoría social favorable al divorcio de España. La capitulación de la dirección de Esquerra pone en una situación cada vez más insostenible la mitad del partido que sí es independentista. Lo mismo podemos decir de la parte de la CUP que es claramente independentista. Si Junts per Catalunya aprovecha esta situación, si Carles Puigdemont deja de rascar la guitarra, si los principales dirigentes dejan de soñar en consellerías o en cuotas de poder, si el partido de la unilateralidad, de la legitimidad, de la figura de Carles el Grande, se dedica a construir un SNP en la catalana, un único partido independentista unitario, transversal, de concentración y concordia nacionales, desde la derecha hasta la izquierda, en poco tiempo puede pasar de ser el ejército de Pancho Villa, a convertirse en el partido que represente al 52 por ciento del electorado. Lo de la independencia no se ha acabado en absoluto y ahora viene el verdadero desenlace, ahora veremos si se rompe Catalunya o se rompe España. Quizás es que primero hay que desembarazarse de esta Esquerra como antes nos desembarazamos de la CiU de Pujol, de Duran i Lleida y de Artur Mas.