La gran diferencia entre el terrorismo de ETA y el terrorismo de los GAL es que los unos mataban por unas determinadas supersticiones —ideas, lo que se dice ideas, tampoco lo eran—, por rabia y por venganza. Los otros, en cambio, mataban por dinero. Mataban a cargo de los presupuestos generales del Estado y, a veces, se equivocaban de víctima, a veces no eran muy profesionales como matadores, se ve que los funcionarios, aunque lleven una pistola, siempre están más pendientes de si te falta una determinada póliza o de si estás fuera de plazo o de cuando coges las vacaciones. Los del GAL mataban a estos o a aquellos como podían matar a otros, te podían matar a ti como me podían matar a mí, porque los vengadores siempre son una reacción, una respuesta vil, la de los vengadores de los odios de pueblo pequeño, la de las enemistades del casino de la plaza mayor, y el pueblo, al final, resulta que siempre se lama Puerto Hurraco. Los vengadores proceden directamente de la ley del talión y no de la justicia de la paz. La otra gran diferencia entre el terrorismo de ETA y del de los GAL es que no iban solos. La otra gran diferencia es que no nos podíamos tragar toda aquella palabrería criminal, vacía y nacional marxista de la izquierda abertzale y, en cambio, nos tragamos todas aquellas epifanías a la democracia, todas aquellas reivindicaciones del estado de Derecho, todas aquellas pruebas auténticas de los monstruosos crímenes de ETA, convenientemente mezcladas, confundidas, integradas, con pruebas falsas, inventadas por una policía patriótica, por una prensa patriótica, por un españolismo que tan pronto te ocupa el islote de Perejil como el Congreso de los diputados a las órdenes del teniente coronel Tejero como las plazas del primero de octubre. Felipe González ya dejó dicho que el estado de Derecho también se defiende desde las cloacas del Estado. Lo que no sabíamos es que España tuviera cloacas pero sin agua corriente.
Cuando te engañan y te hacen creer que vives en una democracia consolidada y, en realidad, ves que no, cuando en realidad te das cuenta que han jugado con tus convicciones y tus emociones, es cuando tienes más poder como ciudadano, como votante, como persona independiente que puede, podría, pensar y actuar exactamente como le dé la gana. Cuando te engañan, de hecho, te están liberando. Una vez has entendido que te han tomado el pelo, dejas pasar un tiempo prudencial, y te tomas las cosas de otra manera, como si fuera un sábado por la mañana, muy temprano. Que tu libertad es tuya si no dejas que te la quiten, naturalmente. Que aunque haya personas que siguen haciendo la guerra civil del treinta y seis como si no pasara el tiempo, porque de la guerra se vive muy bien, lo cierto es que la España de hoy es un fracaso que se aguanta solo por la gran cantidad de pólvora que consume, por el miedo que suscita, por la intransigencia anacrónica que exhibe. Por la sangre derramada, porque al final, España si no derrama sangre, en la plaza de toros o en las comisarías, no se siente plenamente española, se siente un poco débil, remilgada. Por eso siempre podemos encontrar a algún mosso de la escuadra racista, o dos, o más, que le rompa la cara a un detenido, y nos recuerde que mientras él mete un puñetazo, y otro, y otro, mientras le insulta y tortura, nosotros, lo queramos pensar o no, le estamos pagando el sueldo y alimentando, con nuestro esfuerzo, sus pulsiones violentas, primitivas, las supersticiones fascistas y terroristas que tiene interiorizadas, marcadas a sangre y fuego, como aquel que lleva dentro un tumor. Porque ideas, ideas, lo que se dice ideas, tampoco lo son.