Que este nuevo gobierno no podía ser el del independentismo instantáneo, el de la revuelta inmediata, ya quedó claro en las pasadas elecciones, cuando la actual Esquerra Republicana cosechó en la niebla sesenta mil votos más, sesenta mil más que Junts por la Niebla y, encima, esta nueva CUP obtuvo los votos imprescindibles para asegurar la mayoría aritmética del independentismo en el parlamento catalán. Tenían que ser tres partidos y tenían que entenderse entre sí por obligación. En lugar de votar a un único partido independentista para imponer la fusión entre los tres, los catalanes soberanos, que son payeses escaldados, decidieron poner sus huevos en cestas diferentes, dividir el voto, por si acaso, y así alimentar tres direcciones políticas independentistas diferentes, tres directivas que viven, que cobran, en definitiva, a fin de mes, por no entenderse con las otras dos. Menos mal que el PDeCat quedó fuera del hemiciclo, que podían haber sido cuatro partidos en controversia. Así lo hemos querido los electores y aquí lo tenemos ahora, servido muy fresquito. Ya decía Truman Capote, citando a Teresa de Ávila, que eran peor las plegarias atendidas que las desatendidas.
De modo que lo que ha desunido el hombre en la tierra no lo junta ni Dios en el cielo. Y que, con este panorama en el Parlament, sólo podían salir dos tipos de gobiernos. O bien un gobierno independentista condicionado por el españolismo, un tercer tripartito llamado falsamente de izquierdas, o falsamente progresista, un gobierno de ERC con las Comunas, la CUP y el PSOE, un gobierno con unos dentro del gobierno y de otros ayudando desde fuera, o bien este acuerdo al que han llegado, contra pronóstico Pere Aragonés y Jordi Sánchez. No había más cera que la que arde. O bien un gobierno condicionado por el españolismo, por Pedro Farsánchez, un gobierno denominado progresista que, al final, sólo nos habría rebajado cinco o diez céntimos en el recibo del agua y lo habrían calificado de políticas sociales. O esto que acaban de pactar un preso de la represión y el vicepresidente mudo del gobierno de Quim Torra. También había, ciertamente, la posibilidad de repetir las elecciones, que la mayoría de los independentistas nos hubiéramos quedado en casa, hartos de todo, y que entonces, directamente, Salvador Illa y Jéssica Albiach hubieran convertido el Palau de la Generalitat en la residencia de la familia Adams.
O un gobierno condicionado por el españolismo o uno condicionado por el independentismo. Quizás mejor este que nació el pasado fin de semana, en dos masías que cobijaron a los dos políticos, dicen, en contacto con la madre naturaleza, con la gleba, en comunión espiritual con los remensas y otros esforzados antepasados nuestros que nos han legado este idioma fascinante y también estos días largos del buen tiempo que ya tenemos encima, días para continuar discutiendo sobre la independencia. Quizás mejor que se hayan presentado como se presentaron ayer, sin la solemnidad del Tinell ni el lujo rancio del Majestic, Pere Aragonés y Jordi Sánchez. Quizás mejor que sí, que pidieran perdón, como hicieron, por perder tanto el tiempo y hacer tanto teatrillo. Se olvidaron de mencionar la vergüenza ajena que nos hacen pasar a todos. Pero sí, la modestia y el comportamiento, la contención fue buena consejera. Pere Aragonés dijo no sé qué de un gobierno republicano pero sin mucha convicción, casi no se notó, y no me extraña porque la bandera monárquica española sigue temblando en lo alto del palacio de gobierno. Y Jordi Sánchez, parecía preocupado y cansado, preocupado porque sabe que el independentismo popular puede movilizarse y arrastrar a este gobierno hacia la separación. No, no, claro que no, este nuevo gobierno no trabajará por la independencia, si la queremos la tendremos de conseguir, la sociedad civil, sin estos señores. Pero por lo menos, por lo que vimos ayer, al menos no trabajarán en contra. O me lo parece.