No es que la gente esté estupefacta y cabreada porque no entienda demasiado lo que está pasando, no, no, más bien el problema es que lo entiende perfectamente. Aparte de rascarse y de rascarse el bolsillo, además de pagar la fiesta, el noble pueblo catalán ya está hasta los dídimos del enxaneta. Tomemos por caso Junts per Catalunya, que primero fue un movimiento regenerador, que tardó tres años en convertirse en el partido que es ahora, que después de una interminable guerra de guerrillas con Artur Mas y el PDeCat, acaba de disputar la primacía del movimiento independentista a la Esquerra Republicana de Oriol Junqueras y que ha perdido claramente en las urnas. Perdido. Por la mínima, por muy poco, pero también por una nítida incapacidad de presentar un proyecto alternativo al derrotismo general del ambiente independentista, tan fácil de criticar, pero tan difícil de superar en autenticidad humana. En contraste con una Esquerra que tiene las manos levantadas de manera marcial, ordenada y estajanovista, idéntica a las escarmentadas maneras de hacer del Bildu de Arnaldo Otegi, los de Junts per Catalunya todavía es hora que concreten qué piensan hacer en un gobierno independentista, qué piensan hacer con este cincuenta y dos por ciento de los votos independentistas que reclamaban y que el pueblo ha otorgado. Chuparos esa. Todavía nos tienen que decir cómo harán posible la independencia. Con qué proyecto y con qué líder. Y hay que ser creíble. Hace falta algo más que ser el partido de la legitimidad del Muy Honorable Puigdemont, el presidente que hoy ha dejado definitivamente la épica de la política de masas, la épica de la libertad del pueblo catalán por otra guerra que le parece más plausible, la del pugilato jurídico individual, a seis, diez años vista por lo menos. Por eso, yo ya no le llamo más Carles el Grande, a ver qué va a pensarse, ahora que quiere hacer como Rafael Casanova durante la última etapa de su vida, que se ha vendido el caballo blanco y es como si se hubiera fundido en la niebla de Waterloo. De vez en cuando nos envía algún tuit remoto. Más o menos como el vaporoso presidente Torra.
Al lado de otras formaciones políticas disciplinadas y grises, con tanta diversidad y espontaneidad, con tanta alegría, Junts per Catalunya es el ejército de Pancho Villa
Al lado de otras formaciones políticas disciplinadas y grises, con tanta diversidad y espontaneidad, con tanta alegría, Junts per Catalunya es el ejército de Pancho Villa. Una simpática suma de individualidades que, aquí y ahora, en el momento de la responsabilidad, de la formación de gobierno, en el momento de la política real y profesional de repente ha dejado de parecer simpática. Ha comenzado a ser preocupante. Ya que la juventud no es excusa para la incompetencia ni la política se puede construir con prisa ni improvisaciones. Ya que Junts per Catalunya no puede celebrar la ceremonia de la confusión permanente, o la apoteosis del individualismo aún más creativo. Josep Costa, ex vicepresidente del Parlament, no piensa repetir como diputado, aunque iba en la lista de Barcelona hace dos días. De modo que no estará en la mesa de la Cámara Catalana y es poco probable que sea conseller, ni gran peso ni pequeño de la nueva confluencia malentendida del independentismo entre tres, la que nos preparan secretamente Esquerra, Junts y la Cup. Al cargo de presidenta del Parlamento accederá Laura Borràs, que hace dos días quería ser presidenta de la Generalitat y líder de Junts per Catalunya. Pero ayer supimos que ya no. Que ahora se conformará con ordenar los debates y recibir muchos besos, sin ser ninguna figura de consenso entre diversas formaciones políticas, ni una figura en retirada, ni una personalidad con amplios conocimientos jurídicos. O quizá sí. Porque Joan Canadell, número dos, en realidad, de la lista de Barcelona por Junts per Catalunya afirmó en un tuit que no quería formar parte de un gobierno que desplegara las ideas expuestas por Pere Aragonés en una reciente conferencia programática. O quizá sí querrá ahora ser conseller, porque luego ha borrado el famoso tuit. Además se debe tener presente que, contra toda lógica y buen criterio, la personalidad que continúa haciendo y deshaciendo, mandando más que nadie en Junts per Catalunya es el preso político Jordi Sànchez. Un líder popular que fue condenado por subirse a un coche de la policía, pero no para pedir el asalto del cuartel del Bruc sino por pedir a los manifestantes que volvieran ordenadamente a su morada. Un político no puede hacer de político de gobierno porque tiene que hacer de preso político. De vicepresidenta del gobierno tendremos, por Junts per Catalunya, a Elsa Artadi, que hace muchos años que dice que no quiere aspirar al liderato el partido, que no quiere asumir ningún protagonismo excesivo, pero que a la hora de la verdad tampoco deja paso a nadie. Y que es la jefa de grupo de Junts per Catalunya en el Ayuntamiento de Barcelona, la alternativa a Frau Colau y que ahora dejará a medias, empantanada, la actividad política municipal en la capital de Catalunya. Con una evidente falta de respeto para los electores que ya no saben quién es quién, dónde es que se halla, ni qué tipo de trabajo hace. A veces, viéndolos como actúan, parece que ellos tampoco lo sepan.