No cerréis los ojos que de nada os servirá. A partir de hoy ya no podréis dejar de verlo, porque se os aparecerá cuando menos os lo esperéis, ante vuestras narices, interrogante. Queráis o no, lo tendréis ahí rondando, cargante, lo tendréis pisándoos los talones, una y otra vez, al aparecido. No descansaréis. El espíritu desgarbado y torpe ya no dejará de perseguiros, el espectro inocente sé que os perseguirá, y la vergüenza os enrojecerá siempre la cara, cada vez que vuelva, como una fatalidad, el alma en pena del president Quim Torra. No sé si comprendéis que la ley antigua continúa vigente, que la ley de nuestros padres no sólo es anterior a todos nosotros sino que nos sobrevivirá milenariamente. Porque no hay nada de glorioso en perseguir a un hombre justo e indefenso, abandonado por los que le habían jurado fidelidad, protección. Porque no hay impunidad contra un hombre solo, contra un hombre honorable que, por decisión colectiva, es muy honorable, tras una solemne sesión parlamentaria. Haríais bien en haceros la gran pregunta, todos vosotros, todos los que os habéis burlado del president Quim Torra hasta desternillaros por el suelo, todos los que le habéis difamado y escarnecido sin límite —amparados por unos medios de comunicación contrarios a la mayoría popular independentista—, todos los que habéis escupido sobre su hija por padecer una discapacidad, o sobre el resto de su familia, todos los que habéis acusado a Torra de farsante o de incapaz, incluso de traidor, de español colaboracionista. Y la gran pregunta es esta: si la mayoría de la opinión pública está o no con vosotros. Si con tanta crueldad y deslealtad, si con tanta violencia innecesaria habéis conseguido exactamente lo contrario de lo que buscabais, linces. Debéis preguntaros si tiene razón René Girard y las salvajadas contra un inocente indefenso no hacen más que santificarlo con el paso del tiempo. Ya pasó con el caso del president Lluís Companys, que ha acabado encarnándose como la víctima propiciatoria de una nación catalana perseguida. Ninguna opinión pública, en definitiva, quiere ser cómplice intelectual ni de la injusticia ni del delito. Ninguna sociedad se siente orgullosa de linchar a un no culpable.
Ninguna sociedad se puede sentir orgullosa de la degeneración moral a la que ha llegado el régimen de 1978, ni siquiera los españolistas más radicales y más ávidos de violencia y destrucción contra Catalunya. En esto consiste el auténtico problema de la pervivencia y continuidad del franquismo, que es universalmente repugnante, indefendible en todo el mundo civilizado. No por la figura del general Franco, sino porque define un régimen asesino y contrario a los fundamentos morales más esenciales del mundo occidental. La honorabilidad del president Quim Torra no sólo está fuera de duda, sino que su supuesto delito, en forma de pancarta reivindicativa, se ha convertido en una acusación grotesca que contrasta con la miseria moral, con la arbitrariedad criminal, con la corrupción sistemática que han acabado envileciendo al conjunto de la sociedad colonialista de España. Consolidando la hipocresía de la mentira, sostenida en el tiempo, y de la doble moral. Nos dijeron que la santa Transición era casi una continuación natural de la Historia Sagrada y al final, hemos despertado de aquel sueño rosa y cursi. Y nos hemos encontrado como nuestros abuelos, rodeados de jueces fascistas, de la Guardia Civil, del africanismo y del saqueo como continuidad natural de la historia militar española. De nada os servirá, porque ya no sólo luchamos por la libertad de Catalunya. Luchamos por nuestra dignidad humana.