Existe un libro clandestino de Josep Benet, publicado en París en 1973, que tiene un título clarificador. Se llama L’intent franquista de genocidi cultural contra Catalunya y deja claras dos cosas desde su principio. Que la persecución de la lengua y de la cultura catalanas fue un genocidio cultural y que somos sus inesperados supervivientes, supervivientes por milagro. Tan supervivientes como los que sufrieron otros genocidios, debido a otras industrias del odio, de otros proyectos políticos que pretendían eliminar una parte de la población del planeta. Que no nos eliminaran físicamente como al pueblo judío o al armenio no significa, en modo alguno, que no nos quisieran eliminar, que no nos quieran eliminar de la capa de la tierra como pueblo. Por eso sufrimos y seguimos sufriendo un genocidio. Como fue genocidio la expulsión de los judíos de las coronas de Castilla y de Aragón en 1492. No los mataron a todos, es cierto, sólo a una minoría, es cierto. Pero los expulsaron porque lo que querían era eso mismo, eliminarlos del mapa, de su mapa. Borrarlos de la realidad. Querían una España pura, sin judíos, y ahora quieren una España pura, sin catalanohablantes. Los catalanes, valencianos y baleares españolistas van aparte, estos no tienen que inquietarse por nada, no molestan porque son los pioneros, los colonos. Los genocidas españoles son tan buenas personas que están dispuestos a perdonarnos la vida a los demás, a condición de perder, eso sí, nuestra identidad, a condición de dejarnos diluir, de desintegrarnos, en este pantano obligatorio de la hispanidad. Esto es un genocidio y debe ser llamado genocidio. Es lo mismo que hizo el Reino de Castilla en América. No mataron a todos los indígenas pero destruyeron para siempre las identidades que poseían. A veces el genocidio se mueve con golpes secos y dinámicos, otras veces con exasperante lentitud. Pero este es el proyecto principal del nacionalismo español de hoy, acabar con la lengua y la cultura catalanas. Las lenguas y culturas vasca, asturiana y gallega los genocidas las consideran ya suficientemente marginalizadas y cercanas a la extinción. En España puedo cambiarme de sexo pero no puedo cambiarme de pasaporte. Puedo adoptar una identidad femenina, pero no una identidad catalana. Y a eso lo llaman una democracia consolidada, los genocidas.
Lo que sí es un delito de odio es que me impongan una identidad que no reconozco
No nos sentimos catalanes, nos sabemos catalanes. No es un sentimiento porque es una convicción y estamos dispuestos a razonarla. Esto no nace de las vísceras, sino del cerebro. Y estamos dispuestos a razonar que no queremos ninguna otra identidad. Si me imponen ser mujer no es que lo rechace porque yo odie a las mujeres. Es que sencillamente no soy mujer y, encima, no me da la gana de ser mujer. Lo que sí es un delito de odio es que me impongan una identidad que no reconozco. Odiosa es la imposición españolista. Inadmisible. Pero no porque sea española, sino porque es impuesta. Y los catalanes, como todos los demás seres humanos, como todos los animales, odiamos profundamente las imposiciones y las sogas que ahogan nuestra libertad. Tanto si se acepta como si no se acepta, dice La Santa Espina, somos gente catalana. Es una sardana de 1907, con letra de Àngel Guimerá y música de Enric Morera. Digo la fecha porque en 1907 Francisco Franco sólo tenía quince años. La cosa es muy anterior y hoy sigue desbocada tras el franquismo oficial.
En 1994 Josep Benet decidió reeditar el libro L’intent franquista de genocidi cultural contra Catalunya en la editorial de Montserrat mejorándolo y enriqueciéndolo. Porque, dicho con sus palabras, pero aquí traducidas, “se alzan voces que no sólo minimizan el alcance de la persecución que sufrió la lengua catalana bajo el franquismo, sino que incluso llegan a silenciarla e, incluso, a negarla de plano”. Han pasado veintiséis años y seguimos igual o peor, continúa esa sentencia de José Ortega y Gasset como una maldición sobre nosotros. Es una sentencia que he recuperado del libro de Benet, del que seguiremos hablando obligatoriamente. La sentencia dice: “Porque no se le dé vueltas: España es una cosa hecha por Castilla, y hay razones para ir sospechando que, en general, sólo cabezas castellanas tienen órganos adecuados para percibir el gran problema de la España integral”. Esto de España es ciertamente una cuestión de órganos. Una unidad por órganos.