Este diario nuestro informaba ayer mismo sobre el aniversario de los diez años del natalicio de la hoja de ruta para acelerar el procés de independencia que firmaron Artur Mas, Oriol Junqueras y las principales agrupaciones cívicas del independentismo. El verbo "informar" es la palabra más precisa que podríamos utilizar de cara a tal conmemoración, porque la mayoría de independentistas ignoraba el hecho en cuestión o, directamente, preferiríamos haberlo olvidado. Visto lo que ha venido después, todo aquel optimismo de los dieciocho meses de plazo hacia la secesión (recordando la célebre cita de Gabriel Rufián y Lleida; "No hay plan B; 18 meses en el Congreso, y ni un día más") dejará la mayoría de los militantes sonrojados de vergüenza ajena. Hablar de conceptos como "hoja de ruta", "Consejo Asesor para la Transición Nacional", "ni un papel al suelo" y etcétera parecería llevarnos a un universo de minoría de edad mental.

Eso no es una crítica a los ciudadanos de la cual este articulista ni nadie pueda escaparse enteramente. Durante mucho tiempo, y engatusados por Artur Mas, los catalanes habíamos llegado a pensar que eso del procés hacia la independencia (en la próxima vida, habría que buscar una analogía mejor que la kafkiana) tendría que ser una cosa que respondiera a nuestra naturaleza juiciosa y seria, casi como hacer un Excel empresarial o una caminata en Montserrat muy bien pautada. No obstante, esta década prodigiosa de engaños no ha sido en vano; en primer término, nos ha servido para manifestar que las supuestas entidades cívicas —las que tenían que presionar los partidos políticos para alejarlos de su cortoplacismo acabaron absorbidas por la misma dinámica miedosa de las élites. Al fin y al cabo, la mayoría de los presidentes de la ANC se jubilaron dentro de las filas de los partidos que habían castrado el 1-O.

Todo esto es puramente contingente y fácil de demostrar; lo que resulta un poco más profundo, con respecto al aprendizaje histórico del procés, es el hecho de haber entendido que la independencia será un asunto mucho menos relativo a hojas de ruta y a panel discussions y mucho más decantado a la resistencia y la fuerza de la propia base. Eso tiene una traducción en el estado de ánimo de la tropa en general, que va pasando del desencanto posterior al 2017 a reencontrar la energía en nuevas formas de acción cívica que vayan más allá de partidos y Òmniums varios. Pero también en el perfil de los políticos que han sobrevivido al crematorio del paso del tiempo; a pesar de compartir el mismo nivel de cobardía y cinismo que la quinta de Artur Mas y compañía, líderes como Carles Puigdemont, Oriol Junqueras y, últimamente, Sílvia Orriols forman parte de una generación política que desconfía de la astucia y se consolida más en la testosterona.

La independencia será un asunto mucho menos relativo a hojas de ruta y a panel discussions y mucho más decantado a la resistencia y la fuerza de la propia base. El estado de ánimo de la tropa va pasando del desencanto posterior al 2017 a reencontrar la energía en nuevas formas de acción cívica

Después de la no aplicación del referéndum, el procesismo basó su estrategia de supervivencia en la apología del victimismo; siempre he considerado que hacerse el mártir es un mal negocio de cara a tener éxito pero, cuando menos, los líderes de Junts y de Esquerra pueden aducir que el procés les ha comportado un cierto sacrificio personal. Por mucho que los enmiende, y bien que hace, Sílvia Orriols ha aprendido una cierta lección a la hora de utilizar el tema de la inmigración como vía para demostrar que ella no se dedica a la política para hacerse la simpática ante los Jordi Évole de turno de la izquierda española. El futuro de Aliança será el mismo que la mayoría de los partidos similares de Europa (como máximo, quizás llega a determinar una mayoría que devuelva la presidencia a Junts), con lo cual la única huella real que puede dejar en el mapa catalán será de actitud, no de expulsiones masivas de marroquíes y etcétera.

El último CEO encargado por el Govern nos regala la panorámica de un país que se encuentra en barbecho. A pesar del clima de forzada pacificación y de aparente gestión correcta, el PSC ha tocado el techo de su electorado y continuará en minoría. Esquerra se mantiene porque Junqueras, a pesar de todos sus desvaríos, es lo único mínimamente auténtico que puede ofrecer. Y Junts sufre una cierta sangría provocada por Aliança; eso, querría insistir, no tiene nada que ver con el hecho de que el electorado juntaire se haya vuelto refractario a los recién llegados catalanes, sino más bien en el hecho que el centroderecha catalán aprecia tener a alguien que les hable en un lenguaje mínimamente comprensible y con unas convicciones sólidas que, equivocadas o no, no veían desde Pujol. De momento no pasa casi nada (bueno, sí que pasa; el abstencionismo aguanta su fuerza en busca de una vía de escape); pero la mentalidad de la población se ha cambiado.

Mirad si ha cambiado el panorama, que si ahora viéramos a un chico encorbatado que nos habla de hojas de ruta le meteríamos el papelito en cuestión por una zona del cuerpo que no citaré, porque ciertas metáforas rectales también forman parte del pasado y ahora la gente se ofende con mucha más facilidad.