El debate de investidura y la crisis estratosférica de ERC han ayudado a eclipsar el debate de verdad, a pesar de ser obvio para todo el mundo: los partidos de obediencia catalana, desde hace unos cuantos años llamados independentistas, se han quedado sin opciones de gobierno en la Generalitat. Esto no había ocurrido nunca desde que hay elecciones en el parlamento catalán. Siempre había existido una opción ganadora para los partidos ERC, CiU (y derivados) y CUP (con la ayuda, en 1980, de de Centristes de Catalunya). Siempre. Repasad los archivos de las elecciones al Parlament. En dos ocasiones, en 2003 y en 2006, ERC optó por constituir un gobierno de obediencia de izquierdas con el PSC y los neocomunistas. Pero ahora, ERC, con los votos de Junts, la CUP y la recién llegada Aliança Catalana, solo suman 61 diputados. En 44 años, el periodo más flojo fue de 1999 a 2006, donde CiU y ERC, los dos únicos presentes, sumaron primero 68 y después dos veces 69.
Mareados por los debates florentinos sobre el futuro de Junqueras o las habilidades de Puigdemont para presionar al PSC, inmersos en una subcampaña electoral de las europeas, donde votaremos más por convicción democrática que por pasión europeísta, ansiosos de saber cómo acabará el sainete de la amnistía, no tenemos la cabeza para pensar en el único dilema relevante: qué tienen que hacer los partidos de obediencia catalana para volver a ser hegemónicos en Catalunya, como lo han sido durante los últimos 44 años. Crisis monumental y sin paliativos. Y, por ahora, sin respuesta clara
Cuando hablo de partidos de obediencia catalana, doy una respuesta al verdadero dilema, porque violento el lenguaje y evito hablar de partidos independentistas. Creo que el verdadero dilema no es si los partidos independentistas tienen que dejar de serlo o si deben serlo más o menos, sino si hay que dejar de decirlo. Y decidir cómo logramos que la mayoría de diputados del parlamento catalán sean de obediencia catalana, que es el primer y único paso para mantener vivo el país. Construirlo en permanencia, como hizo Pujol.
El único dilema relevante es qué tienen que hacer los partidos de obediencia catalana para volver a ser hegemónicos en Catalunya
Desconozco qué hará la CUP como partido antisistema. Por definición no lo saben ni ellos, porque primero tienen que definir contra qué sistema van. Sé qué está haciendo ERC, cainizarse y cuestionarse el liderazgo de Junqueras, creando un conflicto de naturaleza irracional, ya que Junqueras es quien ha hecho posible el último ciclo electoral virtuoso de catorce años. Ponerlo en duda es volver al desierto, si no al infierno de los 10 diputados. Queda por ver qué decidirán los de Junts más allá de hacer que vuelva de una vez por todas Puigdemont. Y con Puigdemont de regreso, colorín colorado. Porque todavía no saben qué nueva estrategia les llevará a qué nuevo horizonte. Lo que saben los convergentes con certeza es que la treintena de diputados es suya de por vida, pero el resto, hasta los 50, no serán nunca más inequívocamente suyos. Recordemos que en diez años han destruido a CiU; han querido repudiar, sin éxito, a Pujol; han fundado y fulminado al PDeCAT; han creado Junts pel Sí, y lo han aparcado; han fundado Junts, y le han puesto la guinda con Puigdemont + Junts. La sólida base de diputados les permite seguir experimentando hasta que se cansen y encuentren una manera un poco más seria de hacer política, más allá del antijunquerismo. Y por último, ha aparecido Aliança Catalana, con un empuje claro, con un liderazgo claro, y con una peligrosa xenofobia que habrá que vigilar de cerca.
Pero más allá de lo que vayan haciendo en cada uno de los partidos por separado, creo que hay tres aspectos que serán totalmente imprescindibles si los partidos de obediencia catalana quieren volver a ser mayoritarios. En primer lugar, hay que enterrar las hachas de guerra entre partidos y dentro de los partidos. Hay que hacer todo tipo de esfuerzos de reconciliación para, por lo menos, ser capaces de pensar en otra cosa que no sea degollar al enemigo político. No hay peor guerra que la civil, entre hermanos, o entre partidos amigos, o entre militantes de partido. En segundo lugar, los partidos, verdadero vivero de una cultura democrática occidental que intenta sobrevivir, deben ser capaces de regenerarse y de ofrecer opciones de relieve generacional. Los líderes de los próximos años todavía van a la universidad. Los tienen que encontrar, seducir, formar y preparar. Solo los partidos que sean capaces de hacerlo sobrevivirán y durarán en el tiempo. Y, finalmente, hay que pensar en clave de construcción de país, en vez de construcción de discurso de país. Pujol siempre pensó primero en qué hacer para el país, y después y solo después, en cómo explicarlo. Aquí sí que el orden de los factores es determinante. Los partidos de obediencia catalana tienen que volver a ser determinantes. O dejaremos de ser catalanes y solo seremos sucursalistas obedientes.