Heráclito decía que nada es permanente, excepto el cambio, y si esta idea ya era una certeza en los tiempos presocráticos, dos mil quinientos años después se ha convertido en una verdad absoluta. Una verdad en la vida en general, donde ciertamente nada es inmutable, y axiomática en la política, donde los milagros son más abundantes que en las religiones.

Así lo deben constatar los votantes del PP que ven, entre atónitos y/o indignados, los equilibrios dialécticos que su líder Feijóo está haciendo para justificar lo que a estas alturas es una evidencia: su voluntad de acercarse sutilmente a Puigdemont, el gran Satanás del infierno catalán. Los hechos corroboran la tendencia, aunque, en esta fase de preámbulo, no se puede saber si es puro tactismo o una estrategia definida. Sea como sea, gracias a los acuerdos puntuales con Junts —y con el PNV—, en materias económicas donde pueden ser próximos, el PP ha conseguido infligir algunas derrotas notables a Pedro Sánchez, aumentando la enorme fragilidad que sufre la alianza de la investidura. Al mismo tiempo, el líder gallego se ha prodigado en comentarios que iban en la misma dirección de considerar a Puigdemont como un aliado plausible. Siempre, por descontado, añadiendo todas las adversativas que exige el guion: la independencia es un anatema, Puigdemont tiene que pasar por la picota de la justicia y España es una verdad suprema. Pero..., y en el fértil espacio de esta conjunción adversativa, se han colado acuerdos inesperados y éxitos parlamentarios.

¿Qué está pasando, si es que pasa alguna cosa más allá del pertinente ruido mediático? La primera es inapelable: todo pasará por Puigdemont, desde la cuestión de confianza —herramienta más poderosa de lo que podría parecer—, hasta las derrotas parlamentarias que puede sufrir el ejecutivo, o el imposible acuerdo de presupuestos, si las cosas no dan un giro de 180 grados. A partir de aquí, las otras evidencias igualmente relevantes. De entrada, Junts ya ha dejado claro que su acuerdo de investidura con el PSOE no es un acto de fe ideológico, sino un pacto puntual basado en la desconfianza, y perfectamente revocable si se incumple. A diferencia de ERC o Bildu o, por descontado, Podemos, que han tejido vasos comunicantes ideológicos con los socialistas, tanto Junts como el PNV se sitúan en una centralidad ideológica, arraigada en los intereses de sus respectivas naciones, y convencidos de que tanto el PP como el PSOE son igualmente responsables de erosionar, atacar y violentar los derechos nacionales. De hecho, en todos los temas que afectan Catalunya —represión incluida— han ido siempre de la mano. Desde esta perspectiva, es evidente que Junts puede pactar con un partido u otro, porque los dos son adversarios naturales de la nación catalana. Fuera complejos y fuera subordinaciones.

El dilema de Feijóo es cómo pactar con Puigdemont y no morir ahogado en el charco podrido que han creado en torno a su figura

Con el terreno de juego marcado, Feijóo ha entendido que puede haber otras alianzas, más allá de la soga al cuello de Vox, que ni lo deja reformarse ideológicamente, ni le permite crecer. Pero también sabe que su mundo ideológico ha demonizado tanto a Puigdemont y se ha aprovechado tanto del anticatalanismo inherente en España, que tiene que afinar la sutileza gallega hasta límites estratosféricos con el fin de mantener el equilibrio entre el "Puigdemont a la prisión" y las aproximaciones actuales. Además, tiene a la guardiana de las esencias Ayuso pisándole los talones. Este es el dilema de Feijóo y, probablemente, de toda la política española, socialistas incluidos, que todavía se pelean: cómo pactar con Puigdemont y no morir ahogados en el charco podrido que han creado en torno a su figura. En todo caso, Feijóo tendrá que resolver el dilema, porque tener a Vox como única opción solo lo puede conducir al ahogo definitivo.

¿Quiere decir todo ello que Junts se podría plantear una moción de censura del PP? A estas alturas es impensable, porque una moción de censura presenta un presidente alternativo y el giro copernicano que tendría que dar Feijóo es inimaginable, ni con los excesos que permite la política. Pero Puigdemont está dispuesto a escuchar a todo el mundo y decidir en función de los intereses de Catalunya, que no son los del PP, ni son nunca los del PSOE. Y la prueba más rotunda la tenemos con unos socialistas que controlan el poder del Estado y todos los poderes institucionales catalanes y, lejos de defender Catalunya, han iniciado un proceso de desnacionalización muy lesivo y preocupante. Aun así, una moción de censura sigue siendo una quimera, sin embargo, descartada la opción, ¿sería imaginable una moción planteada solo para ir a elecciones? Esta es una fórmula que presenta muchos más márgenes donde poder acomodar los diferentes intereses de cada uno, de manera que no resulta descartable.

En todo caso, todo eso sería planteable si el PSOE sigue incumpliendo los acuerdos con Junts y Puigdemont rompe definitivamente la baraja, cosa que es bastante plausible.

El año empezará con interrogantes y una gran incertidumbre política, pero una evidencia inapelable: Puigdemont es el hombre que ha marcado la agenda política española en el 2024 y la seguirá marcando en el 2025. ¿Hacia dónde? Las opciones están abiertas.