Tiene gracia porque ayer en mi casa también llovía y también eran las cuatro de la madrugada cuando Dios hizo un ruidito y vino a despertarme. Me eché en el sofá del comedor, buscando el frío de las almohadas, y puse una selección de temas de Pat Metheny. Las composiciones instrumentales me gustan, basta que el título sugiera alguna idea que conecte con mi estado de ánimo para que la imaginación enseguida ponga la letra: Have you heard, Slip Away, Are you going with me.
Como Dios es tan trabajador y últimamente se ve que no tiene horarios para nosotros está bien que, como mínimo, tenga una buena discoteca. También me parece que es todo un detalle, y una prueba que nos ama, que se lo haga venir bien para que podamos reír juntos y hacernos compañía de una manera u otra. Estos días, cuando me llamabas para hablar de tus cosas, o cuando me preguntabas por las mías, ya me pensaba que acabaríamos igual que en los viejos tiempos.
Siempre me pareció curiosa la tendencia que teníamos a quedarnos solos, riendo bajo las estrellas. ¿Te acuerdas? Cuando todo el mundo ya se había marchado, cuando todo el mundo ya había dado la batalla por perdida, nosotros todavía retorcíamos el cuello del absurdo. Nos divertía ver como de casi todo y a todo el mundo podíamos extraer una última chispa de esperanza. El sentido del humor nos ha ayudado a batir marcas; hace que, al final, siempre resurjamos cuando todo el mundo se piensa que por fin podrá enterrarnos.
Leo el artículo tuyo de esta mañana, medio dormido, atontado, como tú cuando lo escribiste hace unas horas, y todavía me veo echado en el sofá del comedor, riendo solo de mis tonterías, pasadas las cinco de la madrugada. La lluvia caía fuerte, las gotas hacían melodías sobre la barandilla metálica de la terraza. Cuando Pat Metheny se ponía pedante y tocaba flojo no sabías si en las manos tenía un xilófono o una guitarra. Mientras tú escribías y escuchabas Calamaro -"el cantaro se rompe y se secó la fuente"-, a mí salía humo de la cabeza de tan pensar.
Me tendría que haber puesto a escribir, pero no sabía aunque sólo buscaba una solución para mí. Como nos pasamos el día escribiendo, de vez en cuando caemos en la tentación de creer que podremos afinar a alguien como quien afina un artículo. Lo pensamos con una fe ingenua y entusiasta. Intentamos solucionar las contradicciones de las personas que amamos como si mejorásemos un texto, cambiando cuatro palabras de sitio, encontrando el adjetivo justo, planteando el problema de la forma más brillante y adecuada.
- ¿De nuevo tienes la pretensión de suplantarme? -oí que Dios me reñía.
- Como no me ayudas mucho...
- Te he levantado a tiempo para que puedas ver salir el sol.
Pensé en ti, y en la cara de muerto renacido que hacías hace unos días. Si Dios me hubiera dicho que también estaba hablando contigo le habría dicho que te saludara. No sé si conozco a demasiada gente que sea tan inconformista y tan difícil de cazar como tú. No sé hasta qué punto la libertad que nos da la confianza en que tenemos en nuestras posibilidades de mejorar y de sobrevivir no nos hace sentir solos y a la hora no nos hace creer demasiado en las posibilidades de los otros.
Nos inventamos a la gente -que dices tú- para poder hacernos la ilusión que podríamos compartir alguna cosa de importancia. Por qué si no nos pasa tan a menudo que se nos acerca alguien con un problema y al final el problema lo acabamos teniendo nosotros. Por qué, tratando de enseñar a alguien a volar solo, a veces acabamos como una mariposa con las alas sobadas. Por qué nos saben tan mal las situaciones vulgares y las almas desaprovechadas.
A veces, para no sentirnos solos, para elevar alguna cosa que creemos que es importante, acabamos abusando de esta alegría tan de fondo, que sacamos de los rincones más impensables. Es entonces que Dios interviene y nos agota el cuerpo para protegernos de las creaciones de nuestra cabeza. Supongo que es por eso que de vez en cuando nos despierta de madrugada.