Mujeres poderosas medievales que hayan lucido por su capacidad intelectual y sean admiradas y recordadas por su saber las hay, y los estudios para rescatarlas son encomiables. Es el caso de la maravillosa doctora Juliana Morell (1594-1653), a la que el monasterio de Pedralbes ha dedicado una exposición que tiene fecha de clausura hoy, 2 de junio, pero que los organizadores deben poder transportar a otros lugares para poder descubrir esta potencia de la naturaleza que fue nuestra Juliana. En la exposición sobre su legado, llena de muebles, obras de la autora, vestidos, documentos inéditos de archivo, todo bien trabado y preparado para que el visitante quede prendado de Juliana, se descubre a una catalana excepcional, una estudiosa humanista experta en lenguas, filosofía, teología y jurisprudencia, que, sin duda, fue una rara avis. Una autora sabia, una erudita dotada de muchas virtudes y competencias, nacida en Barcelona, y tan prodigiosa que a los 12 años (no me he equivocado, a los 12 años) defendió tesis orales de filosofía en su casa, en Lyon, y que es la primera doctora de la historia del mundo. En la Universitat de Barcelona la tienen en el paraninfo en un lugar de honor, y en el Día de la Mujer se cambió simbólicamente el nombre de la parada de metro de la plaza Universitat, donde me bajo cada día, por el de Juliana Morell. Qué acierto fugaz.

Juliana Morell es nuestra primera doctora y se merece mucho más: más espacios públicos, más presencia, más incidencia

Juliana Morell es una dominica y escritora, traductora, hábil para leer 14 idiomas, poeta, conocedora de derecho, matemáticas y física. Su padre quiso que tuviera la mejor formación. Su madre murió cuando ella era muy pequeña y, de hecho, la familia tuvo que mudarse a Lyon, y ya desde su infancia su formación tuvo lugar en Francia, donde a los 14 años, en el imponente palacio pontificio de Aviñón, defendió su tesis doctoral ante Pablo V. Su vida estaba encaminada a casarse con un noble de la Provenza, pero ella prefirió entrar en un convento, aunque a su padre —mercader y de ascendencia judía— no le pareció una gran idea. Por eso en sus biografías en el apartado de "cónyuge" pone "ningún valor", porque ella no otorgó ningún valor al matrimonio y prefirió la soledad de la celda y la compañía de las religiosas en el convento.

Una de sus obras es Exercices spirituelles sur l’eternité (1637). Podría tener muchos premios a su nombre, reconocimientos y sobre todo traducciones y divulgación. Ha habido algún intento para su canonización y los expertos en san Vicent Ferrer y en san Agustín la tienen presente, pero Juliana Morell es nuestra primera doctora y se merece mucho más: más espacios públicos, más presencia, más incidencia. Esta mujer, nacida en la calle de la Cendra de El Raval, tiene una plaza en Barcelona, en el distrito de Sant Martí. Sería sorprendente que los jóvenes tuvieran claro que hay una Juliana influencer catalana (que está y se la oye) pero desconocieran el legado de una grandísima Juliana que todavía pasa desapercibida.