Con el juramento y la toma de posesión de mañana de Donald Trump como 47.º presidente de los EE. UU., en su segundo mandato, se abre un periodo de cuatro años en que podemos esperar de todo. De todo excepto tranquilidad, predictibilidad, medida y estabilidad.

Un nuevo mandato que lo pondrá todo a prueba, empezando por la misma democracia americana. De hecho, son muchos los analistas que teorizaban, ya durante la larga campaña electoral, sobre si la democracia norteamericana podría salir indemne de un segundo mandato de Trump. Esta idea era uno de los ejes clave de la campaña de reelección de Biden, hasta que este se vio obligado a retirarse en favor de Kamala Harris. Porque es prácticamente imposible pensar que el sistema democrático-constitucional de la principal superpotencia no quedará muy afectado (¿quizás de manera definitiva?) durante esta presidencia, con un Trump —y un entorno— mucho más conocedor de cómo moverse en los laberintos y el modus operandi de Washington D.C. Un equipo que esta vez se ha preparado a fondo para esquivar —o, si hace falta, hacer saltar por los aires— el famoso sistema de "checks and balances" (controles y equilibrios) que tan acertadamente diseñaron los padres fundadores.

Unas amenazas que sobrepasan el sistema democrático y constitucional norteamericano y que se proyectan a nivel global. Y eso no solo por el efecto contagio que emana de la forma de gobernar del país todavía más poderoso del mundo. También por la acción decidida de parte del entorno más próximo del nuevo presidente, empezando por Elon Musk, que impúdicamente ha puesto como uno de sus objetivos de los próximos años el de promover el ascenso y la entrada al poder de la extrema derecha en algunos de los principales países europeos: empezando por el Reino Unido, pero siguiendo por Alemania y otros. De hecho, solo hay que ver la lista de mandatarios extranjeros que se espera que participen en la toma de posesión de mañana: Javier Milei, Viktor Orbán, Giorgia Meloni, Nigel Farage, entre otros... Jair Bolsonaro, el expresidente del Brasil que también provocó un motín en Brasilia para evitar aceptar su derrota electoral, no estará simplemente porque tiene su pasaporte retirado por las autoridades de su país, a raíz de las investigaciones judiciales resultantes de aquellos tumultos.

Y a esto se suma el efecto dominó que ya estamos experimentando de las formas de hacer de la nueva "oligarquía tecnológica" en palabras del presidente saliente Biden. Con un Mark Zuckerberg (META) o un Jeff Bezos (Amazon) que, de criticar abiertamente a Trump durante su primer mandato, como también hacía Musk, ahora se han adaptado confortablemente a la ola desreguladora que acompaña a Trump. Algo que hace avistar un tsunami a nivel global de manipulación informativa y desinformación, pero también de especulación financiera, cuando se conoce que uno de los diversos objetivos de esta nueva oligarquía es la promoción, generalización y desregulación de las criptomonedas, una situación que podría incrementar de manera sustancial sus ya enormes fortunas.

Europa tendrá que optar entre fortaleza ante las políticas de Trump, o plegarse ante sus deseos u ocurrencias

Un nuevo mandato que también pondrá a prueba, y con un estrés todavía mayor al actual, un sistema multilateral que, a pesar de estar muy desgastado y tocado por múltiples factores, sigue siendo un instrumento clave para evitar que las relaciones internacionales se conviertan en una absoluta selva donde solo gobierne el oportunismo y la ley del más fuerte. Ahora, las intenciones expresadas por Trump con respecto a Groenlandia y el Canal de Panamá, por no hablar ya del Canadá..., no envían precisamente los mejores mensajes ni son los ejemplos más adecuados para aquellos otros regímenes autoritarios que comparten ansias expansionistas o intervencionistas. O dicho de otra manera, ¿qué argumentos podrá utilizar Trump con respecto a las intenciones de China de anexionarse Taiwán, si él pone como una de sus prioridades hacer lo mismo con Groenlandia? O lo mismo extrapolándolo a Rusia con respecto a sus ambiciones con relación a la Transnistria (o Moldavia entera) u otras zonas de la extinta URSS una vez esté "resuelta" la guerra en Ucrania.

Como tampoco está nada claro el futuro de la lucha contra el cambio climático en el ámbito global, si uno de los principales países emisores de CO₂ del mundo, como es EE. UU. (el segundo actualmente después de China, pero el primero en términos de acumulación histórica) no solo se retira de los Acuerdos de París, sino que mueve cielo y tierra para reactivar la industria de los combustibles fósiles. A la vez que presiona y consigue —incluso antes de la toma formal de posesión— que el principal fondo de inversión del mundo (Blackrock) y los bancos más importantes de su país (Goldman Sachs, Bank of America, Morgan Stanley y JP Morgan, entre otros) abandonen sus políticas y alianzas internacionales a favor de la descarbonización. Por no hablar en detalle del comercio global, con la amenaza de una guerra comercial global inminente trufada de aranceles que, según ha repetido reiteradamente el próximo presidente, ¿tiene que iniciarse de manera inmediata?

Y ante todo esto, la que también se pondrá a prueba —de hecho ya lo está desde hace tiempo— es Europa. Una Europa débil, carcomida por el progresivo crecimiento de la influencia política de los aliados de Trump. Con una Unión Europea falta de liderazgo por la fragilidad política y económica del tradicional eje tractor, el franco-alemán; y con una presidenta de la Comisión tentada de ir de la mano precisamente con algunos actores que profesan admiración por Trump. Una Europa que, consciente de los peligros que comporta el expansionismo ruso, todavía no ha madurado lo suficiente para aprender a volar sola, geopolíticamente hablando. Una Europa que tendrá que optar entre una —compleja y poco probable— fortaleza ante las políticas de Trump, o plegarse ante sus deseos u ocurrencias. Unos deseos, sin embargo, que no van solos, van acompañados de una campaña explícita y bien financiada para intervenir directamente, manipulándolo, nuestro porvenir electoral y político.