En noviembre del año pasado, un nutrido grupo de miembros de la Princeton's Black Justice League ocupó el despacho del rector. Según explicaba The Whasington Post del día siguiente, los estudiantes exigían que el nombre de Woodrow Wilson, presidente de los Estados Unidos defensor del segregacionismo y que, según parece, apoyó las ideas del Ku Klux Klan, fuera suprimido del colegio residencial y de la Escuela de gestión y política pública e internacional que lleva su nombre —donde, por cierto, trabaja el profesor Carles Boix—, y de cualquier otro edificio. Los estudiantes afroamericanos también reclamaban que el mural que hay en el comedor de este centro para homenajearlo también fuera borrado. En Yale pasó una cosa parecida.
Thomas Woodrow Wilson (Staunton, Virginia, EE.UU., 1856 - Washington DC, 1924) fue, ciertamente, el 28º presidente de los Estados Unidos entre 1912 y 1920. Resumir su política no es fácil, porque fue muy compleja. En América Latina, por ejemplo, se mostró claramente intervencionista, y no siempre precisamente para bien. Durante la Primera Guerra Mundial, en cambio, hasta 1917 mantuvo neutrales a los EE.UU. hasta que hizo un giro que acabaría siendo fundamental para el final de la guerra y, también, para la hegemonía norteamericana en el mundo. Wilson era miembro del Partido Demócrata y, no obstante, defendió el segregacionismo con la misma fuerza que defendió políticas sociales que después se recogerían en el New Deal.
Siempre he pensado que el Premio Nobel otorgado a Obama tenía un trasfondo racista
¿Cómo es posible que Wilson fuera un racista y al mismo tiempo recibiera el Premio Nobel de la Paz en 1919 con más méritos que Barack Obama? Pues sencillamente porque la realidad es compleja y no se puede reducir a la caricatura. Siempre he pensado que el Premio Nobel otorgado a Obama tenía un trasfondo racista, puesto que no había hecho nada de nada para recibirlo y se le concedió justamente porque era el primer presidente negro de los EE.UU. Nadie lo reconocerá pero si ustedes piensan bien, quizás me dan la razón. A diferencia de Obama, Wilson sí que hizo acciones reales a favor de la paz y se merecía ser premiado. ¿Había dejado de ser un racista? No, seguro que no.
En enero de 1918, casi un año antes del final de la Primera Guerra Mundial, Woodrow Wilson expuso en el Congreso de los EE.UU. un programa, conocido como los Catorce Puntos, por el cual, según él, se tenía que regir una paz justa, estable y duradera en la Europa de la posguerra. No se trata de que ahora los detalle aquí, pero el espíritu de estos Catorce Puntos fue muy celebrado en la Catalunya de la época, sobre todo por el republicanismo de izquierda, porque era una defensa de la libertad de los pueblos, del derecho a la autodeterminación, y de una paz justa, sin revanchas, lo que incluía aceptar lo que acababa de pasar en Rusia de la mano de Lenin.
Estos principios, sin embargo, no fueron respetados, ya que los aliados europeos estaban más preocupados en defender sus intereses que en conseguir una paz justa. Francia, la potencia más perjudicada por la destrucción causada por el conflicto, exigía que Alemania pagara las reparaciones de guerra e incluso que fuera desmembrada. Keynes ya advirtió de los peligros que comportaría una política revanchista como ésta. Los Catorce Puntos de Wilson quedaron en papel mojado, pero el mapa de Europa cambió totalmente, porque los imperios decayeron y "aquella prisión de pueblos que había sido el Imperio austrohúngaro dio lugar a un montón de nuevos estados", que es lo que Rovira i Virgili destacaba cuando celebraba la iniciativa del presidente norteamericano. Estaba pensando en Catalunya, no hay duda.
Para el soberanismo catalán se ha abierto una ventana de oportunidad que el president Carles Puigdemont tendría que explorar
Sólo he leído un artículo —"Trump o Trump"— que relacionara la victoria de Donald Trump con el proceso soberanista. Lo escribió hace unos días Joaquín Luna, que es bien conocido por sus opiniones antisoberanistas. Destacaba, sin embargo, que para el soberanismo catalán era más interesante que ganara Trump que Clinton. ¿Por qué Trump y no Clinton? Donald Trump es el presidente de los EE.UU. ideal para movimientos como el soberanismo catalán —escribe Luna—: "desprecia la Unión Europea —el garante principal contra un referéndum unilateral—, elogia el Brexit —modelo del 'derecho a decidir' y del despropósito populista— y presume de un pragmatismo simplista que se echa a la espalda la ordenación y las normas internacionales". Es evidente que para Luna eso sería una desgracia, pero no está mal visto.
La tentación del soberanismo catalán, dominado a partes iguales por el antiamericanismo de parvulario y una fobia arrogante contra Trump que llega hasta las filas del centroderecha, sería despreciar la importancia de que el nuevo presidente de los EE.UU. sea un rico presuntuoso, malhablado, racista y no sé cuántas cosas más, todas ellas ciertas. El error sería manicomial, porque Trump, como este Wilson que ahora quieren eliminar de Princeton los activistas negros norteamericanos, puede ser, ciertamente una oportunidad. La diplomacia catalana tendría que tomar nota antes de hacer el ridículo. ¡Ojo que con Trump no tengamos una sorpresa! Puede ser Reagan, que cambió el mundo, guste o no, o puede ser Bush hijo, que fue un pueblerino que metió a los EE.UU. en dos guerras que han sido letales para la paz mundial. Todo dependerá de lo que haga de ahora en adelante, una vez ha acabado el espectáculo de la larga campaña electoral. Ahora bien, como se dice en el mundo de los negocios, para el soberanismo catalán se ha abierto una ventana de oportunidad que el president Carles Puigdemont tendría que explorar.