Como no podría ser de otra manera, y de hecho estábamos avisados, la primera semana del segundo mandato presidencial de Donald Trump no ha dejado indiferente a prácticamente nadie. Una semana que creo que se puede definir por cinco grandes ejes.

El primero es la determinación. A diferencia de su primer mandato, Trump ahora va a por todas y desde el principio. Una buena prueba de ello son las casi doscientas órdenes ejecutivas firmadas el mismo día de su juramento y toma de posesión. Es cierto que algunas de estas son meros brindis al sol y que otras son simple repetición de órdenes que él ya había firmado en su primer mandato; pero nadie puede negar que el grueso de estas son de gran trascendencia y radicalidad.

Y es que el 47.º presidente de los EE. UU. sabe perfectamente que realmente tiene dos años para ser significativo y llevar a cabo, él, los cambios más profundos y transformadores a los que aspira. Aprovechando un partido demócrata desorientado y débil, y siendo consciente de que el momento es ahora, antes de las midterms de 2026, las elecciones a medio mandato a partir de las que todo el mundo pondrá el foco en su eventual sucesor.

A esto se suma un Trump con experiencia y preparado, conocedor del funcionamiento del poder federal y dispuesto a plantar batalla en Washington y el Congreso, incluso a pasarles por encima, con el fin de implementar, ahora sí, su agenda. Además, ante cualquier duda, tiene las 922 páginas del "Project 2025", el detalladísimo manual de políticas ultraconservadoras —y cómo implementarlas—, promovido por la Fundación Heritage, que se ha gastado 22 millones de dólares en su elaboración.

Todo eso en aras de la radicalidad de su agenda, el segundo eje que ha determinado esta primera semana de mandato. Lo hemos visto en el ámbito de la inmigración, donde se están tomando medidas sin precedentes, como el uso del ejército para blindar la frontera con México o para dar apoyo logístico a las deportaciones; o la entrada sin contemplaciones de los agentes de inmigración en espacios que hasta ahora se consideraban "seguros" como iglesias u hospitales.

Una radicalidad que está muy presente en uno de los ámbitos que dan más fuerza al trumpismo, y al crecimiento en general de la extrema derecha por todas partes, que es la Guerra Cultural: con el ataque frontal contra las políticas de diversidad sexual, o con otras decisiones ya más simbólicas como la de renombrar el golfo de México por "Golfo de América".

Un Trump con experiencia y preparado, conocedor del funcionamiento del poder federal, está dispuesto a plantar batalla en Washington y el Congreso, incluso a pasarles por encima, con el fin de implementar, ahora sí, su agenda

En su primera semana, Trump también ha dado buenas muestras de cómo la venganza será uno de los otros ejes de su forma de actuar en este mandato. No es que se haya escondido nunca, tampoco durante la campaña, pero aquello que parecía más bien un recurso de su retórica inflamada, se ha experimentado desde el día 1. Empezando por los indultos a los participantes en el Asalto del Capitolio del 6 de enero de 2021; pero siguiendo por propuestas directamente revisionistas, como la creación de un comité parlamentario con la voluntad que reescriba aquello que pasó aquel fatídico día, con la voluntad de que la historia oficial acabe aguando lo que fue uno de los peores ataques a la democracia americana.

Pero lo que más ha sorprendido de esta política vengativa, como mínimo en mi caso, es el nivel ad personam al que está llegando. Y me refiero específicamente en este caso a la retirada de la protección a varias personalidades por el simple hecho de haberse enfrentado con Trump públicamente en el pasado. Hablamos del Dr. Fauci, durante años el responsable del Centro de Control de Enfermedades —el célebre CDC— que se había posicionado públicamente en contra de las políticas de Trump con respecto a la covid; pero también de John Bolton o Mike Pompeo, que en su momento habían sido su asesor de Seguridad Nacional o secretario de Defensa, respectivamente, pero que más tarde se alejarían de él y lo criticarían de manera más o menos abierta. Una retirada de escoltas que se tiene que tener en cuenta que se ha decretado sin tener en cuenta los riesgos reales de seguridad de estas personas, que por motivo de los cargos ejercidos, habían recibido todo tipo de amenazas a su integridad, algunos de ellos incluso de potencias extranjeras.

Otra característica que ha marcado estos primeros días en la Casa Blanca es precisamente la incertidumbre, y también la imprevisibilidad. Porque si bien es cierto que en pocos días Trump ha revelado muchas de sus cartas, una parte sustancial de su agenda todavía está pendiente de ser definida más claramente. Como ¿qué pasará con su política comercial, y la amenaza de aranceles generalizados, es decir, de guerra comercial? ¿Es cierto que el 1 de febrero se llevará a la práctica un incremento del 25% de los aranceles a los productos provenientes del Canadá y México? ¿O se trata solo de una táctica negociadora? Por no hablar de los aranceles anunciados con respecto a China o Europa.

Tampoco sabemos cómo pretende llevar a cabo una supuesta política expansionista, que a priori parece poco realista, hacia Groenlandia, el Canal de Panamá o Canadá. O ¿cómo piensa resolver realmente la guerra resultante de la invasión rusa en Ucrania? Lo que sí que sabemos es que contará con un Tribunal Supremo, clave en la gobernanza de los EE. UU., totalmente entregado; y que los nombramientos de algunos de los cargos más polémicos de su gobierno —como el nuevo secretario de Defensa, Pete Hegseth— avanzan sin grandes obstáculos.

Para acabar, hay una quinta dimensión a tener en cuenta, que quizás no es de las más evidentes, pero que según varios analistas definen mucho a Trump y a su entorno. Y es la codicia. ¿Cómo se entiende si no la presencia de las principales fortunas del mundo en el momento de su toma de posesión? Y más especialmente cuando diversas de estas fortunas —sobre todo del sector tecnológico— hasta hace poco habían dado apoyo de manera abierta al Partido Demócrata y a unas políticas mucho más liberales.

Pues se entiende por la promesa de una desregulación de las normativas económicas, de comercio, laborales y ambientales que les hace pensar en la posibilidad de enormes beneficios, todavía mayores de los que ya los han hecho suntuosamente ricos. Como las expectativas de grandes dividendos que proyecta una administración entregada en las criptomonedas, que se plantea incluso a añadirlas al stock de la Reserva Federal. Además de la anunciada inversión multimillonaria en Inteligencia Artificial (500.000 millones de dólares) o de la promesa de una nueva carrera espacial para llegar a... Marte.