Si paseas por alguna calle, avenida o rambla puedes tropezarte con una especie de mesa de cartón, donde se instalan tres vasos opacos y hay un grupo organizado que te invita a jugar y, eventualmente, a ganar, para ver si sabes dónde está la pelotita, que previamente habrán mareado traspasándola de un vaso a otro. Con movimientos vertiginosos, y juegos de manos que han sobradamente practicado, descolocan tu seguimiento visual, y raramente adivinas dónde está la pelotita, de los tres lugares posibles. Como en casi todos los juegos “de azar” gana la banca, en este caso, el grupo que organiza improvisadamente la timba, y que siempre está alerta por una posible aparición policial. Porque evidentemente se trata de un juego ilegal, dado que nadie controla la “calidad” del procedimiento. Un juego ilegal que solo cierra provisionalmente el “negocio” en caso de lluvia. A los que se ganan la vida practicando este juego fraudulento se les conoce como trileros, y acostumbran a estar, en el lugar de su acción, rodeados de círculos de curiosos, compañeros, incautos o paseantes ocasionales.
Me han venido en mente estas escenas, que todo el mundo debe tener en la retina, cuando he oído que la sesión constitutiva del Parlament de Catalunya, en su XVª Legislatura, se ha fijado para el lunes 10 de junio, es decir, justo al día siguiente que los ciudadanos hayamos votado a las elecciones en el Parlamento Europeo. La decisión la ha tomado el president de la Generalitat en funciones, pero no hacía falta ser Einstein para deducir como iría el tema. Sea como sea, todo hace pensar que iremos a votar el día 9, sin que nadie se digne a explicar cómo irán los pactos para la constitución de la Mesa del Parlament o del Govern de la Generalitat, aunque los pactos estarán cerrados días antes, muy previsiblemente. Quizás alguien nos quiere hacer creer en acuerdos mágicos de último minuto, pero me parece que ya somos mayorcitos para tragarnos, otra vez, películas de serie B. De último minuto, solo hay oportunidades en algunas salas de espectáculos.
El trilerismo, el contorsionismo o la voluntad de ocultación no tendrían que ser premiados en una sociedad que conserve un mínimo de espíritu crítico
¿Quién tendrá interés en esconder los pactos que ya estarán cerrados cuando vayamos a votar el domingo 9? ¿Si no enseñan las cartas, es porque algunos pueden tener miedo del castigo electoral según cómo los líderes y los partidos las hayan jugado? ¿Se puede seguir tratando a los electores con esta condescendencia que implica esconder los pactos y el valor de los intercambios? ¿Alguien quiere seguir burlándose del derecho de los electores de conocer la verdad antes de depositar el voto en la urna el 9-J? ¿Habrá que volver a ver espectáculos de contorsionistas que harán una cosa, dirán otra y lo intentarán justificar?
Eufemísticamente, alguien puede decir que se trata de elecciones diferentes, y que no se deben mezclar cosas y pactos. Bien, teniendo presente que vivimos en un mundo interdependiente, y que vivimos en un estado de campaña electoral permanente, todo lo condiciona todo, y los equilibrios y decisiones pueden tener repercusiones tanto a nivel catalán como español o europeo. En cualquier caso, esconder la realidad es cívicamente malo y políticamente arriesgado. Si no se quiere dar alas a la abstención, hacen falta políticas transparentes, mensajes claros y huir de subterfugios. Precisamente, para luchar contra la abstención, hace falta que nada se esconda a los electores, y que estos puedan premiar o castigar con su voto las decisiones que se tomen. Sobre todo, si se tiene presente que continuemos en régimen de circunscripción única, listas cerradas y la costumbre de opacidad en los pactos, que a menudo disgustan a posteriori a los votantes de las diferentes opciones políticas.
Cuando al elector se le dejan tan pocas opciones de elección real, haría falta que los partidos y coaliciones fueran cuidadosos y honestos en la comunicación pública de sus intenciones y decisiones. Me veo venir la avalancha de comentarios sobre mi nivel de ingenuidad, sin embargo, o aportamos luz a la oscuridad en el tema de los pactos, o las democracias representativas sufrirán ante los regímenes autoritarios. Porque ya sabemos que hay grupos políticos que mueven las líneas rojas, según les convenga, y que están dispuestos a lo que haga falta para seguir en la brecha, pero deberían ser excepción, y deberían ser castigados por el electorado. El trilerismo, el contorsionismo o la voluntad de ocultación no tendrían que ser premiados en una sociedad que conserve un mínimo de espíritu crítico. Una sociedad que debería reclamar una ley electoral donde los pactos fueran conocidos antes que nada. Quizás, en este caso, segundas vueltas serían buenas.