Para desgracia de algunos, eppur si muove. Puede comprobarse en varios ámbitos. Por ejemplo, conduciendo por la Meridiana, desde Trinitat hasta Glòries, donde conté no una, ni dos, sino hasta doce esteladas en los balcones. No sé si siempre han estado ahí, o si antes pasaba demasiado deprisa para verlas, pero ahí están. Me vino a la cabeza aquel movimiento llamado “Meridiana Resisteix”, una de esas expresiones de tozudez que se hacía notar, quizá extemporánea e incómoda, cortando el tráfico cada semana. Pero ahora, lo que queda me parece aún más poderoso: la persistencia callada, el ideal que no se arría. La resistencia, cuando está en los balcones (ya sea en la Meridiana o en los pisos de la plaza Sant Jaume), ya no es una protesta: es una forma de ser, de vivir.
Días después, cena de pie en el Cercle d’Economia. Copas de buen vino, platos de Nandu y americanas bien planchadas. El ambiente parecía, en efecto, alérgico o incluso contrario a ciertos temas. Nadie hablaba de ellos, nadie los mencionaba. Eppur, entre los entusiastas de la calma y de los buenos alimentos, se paseaban también algunos empresarios (algunos de ellos bastante poderosos) que no ven incompatibles los buenos alimentos con la lucha: es más, consideran que sin resolver el conflicto no habrá nunca ni buenos alimentos ni calma verdadera. Quizás no lo digan demasiado en voz alta, quizás lo disfracen de pragmatismo, pero lo tienen presente. Porque son gente normal y formada, son vecinos, ciudadanos. Personas con sentido de lo que es conveniente o de lo que es justo. El independentismo ya no es una camiseta amarilla ni un grito en la calle, sino una forma de interpretar el futuro, de leer el país. De admitir errores, sí, pero también de establecer complicidades.
Quizás no bloqueemos vías ni ocupemos espacios informativos, pero el movimiento sigue sucediendo como un magma bajo la corteza, que se colará por cualquier grieta futura que aparezca
Podría parecer que la situación actual ha normalizado algo, incluso que lo ha estabilizado. Pero todos sabemos (y en España también lo saben) que no hemos desaparecido por arte de magia. No somos un espejismo que se evaporó después de un octubre. En cada estelada colgada como ropa tendida en un balcón hay un código. Una señal que no es nostálgica, ni mucho menos. Es un mensaje gráfico, un lenguaje no verbal que dice que todavía estamos aquí. Quizás sin tantos altavoces ni tanto ruido, pero seguimos. De hecho, no hay ninguna señal real de extinción o de abandono. Lo que hay es una adaptación, una pausa, una digestión larga. Pero el ideal resiste, tanto en tiempos de conflicto como en tiempos de negociación. No se lo lleva ningún temporal. En esto, ya se sabe, solo los ilusos enterradores podrían confiar.
Adaptarse al entorno no es ningún defecto: es una de las grandes fortalezas del independentismo. Saber detectar las debilidades y los errores, pero también saber en qué momento estamos. Saber cuándo avanzar, cuándo esperar, cuándo jugar al ataque y cuándo reforzar la defensa. Saber vivir en una comunidad que a veces se enciende y a veces se serena. Esto, por supuesto, solamente es una virtud si no se olvida hacia dónde está la dirección hacia adelante y hacia dónde está la dirección hacia atrás. Y esta es la parte más difícil, porque no se puede negociar ni dialogar nada si no sabes cuál es el rumbo que sigues, o si estás demasiado ocupado peleándote con los de tu propio bando. O si, acaso, tu rumbo no existe porque es estático. Saber qué queremos no es negociable. Lo que sí es negociable es el cómo, con quién, en qué momento, a qué precio. Todo lo demás es cuestión de ritmos, de grietas, de movimientos tectónicos que no siempre dependen de nosotros. Pero, aunque algunas cosas no dependan solo de nosotros, lo cierto es que sin nosotros no se mueve nada.
Así que, ante la pregunta implícita de “¿dónde os habéis metido?”, la respuesta es clara: en ningún sitio y en todas partes. Estamos, somos. Quizás no estemos en el foco, quizás no bloqueemos vías ni ocupemos espacios informativos, pero el movimiento sigue sucediendo como un magma bajo la corteza, que se colará por cualquier grieta futura que aparezca y que tomará la forma adecuada en cada momento de la historia. En realidad, estamos en muchos sitios: en balcones, en despachos, en redacciones, en conversaciones familiares, en cámaras de representación y en pasillos universitarios. Seguimos aquí, no nos hemos movido de donde estábamos. Lo único que necesitamos es existir (y resistir) de la forma más eficaz y constructiva posible. Gracias a todos los que lo intentáis, y lo demostráis, cada día.