En todas las poblaciones humanas, aquellos miembros que han merecido más respeto han sido los que sabían cuidar o tratar enfermedades. Ya sean fiebres, diarreas, heridas o roturas de huesos o luxaciones, los humanos siempre hemos necesitado curas. Y mucho cariño. Los niños se caen al suelo y lloran, y somos los padres los que los recogemos y abrazamos, y miramos que no sea nada grave y los podamos sanar fácilmente. Un beso y el pequeño dolor de un rasguño desaparece. Pero, claro está, muchas de las enfermedades son más graves y requieren tratamiento. Y no cualquier tratamiento, sino medicinas que tengan activos específicos para tratar esa molestia o enfermedad. Las plantas medicinales han sido siempre nuestras grandes aliadas, y este conocimiento, tan próximo y tan útil cuando no había otro tipo de medicina, ha permitido desaparecer dolores de barriga, expulsar parásitos intestinales, calmar el dolor, o bajar la fiebre. Un conocimiento que se ha transmitido a través de las generaciones, muchas veces a partir de linajes de mujeres que iban pasando su conocimiento de forma oral, de madres a hijas. Las mujeres que sanaban con hierbas medicinales, grandes incomprendidas durante los años oscuros de la historia europea, cuando se confundía la transmisión cultural y el conocimiento experimental con la brujería. Quizás por esa mala prensa histórica, o porque actualmente encontramos los medicamentos en la farmacia, nos olvidamos a menudo de este conocimiento ancestral que, además, pertenece a cada cultura y región, ya que las plantas medicinales son específicas de cada región y rincón geográfico, con climas o microclimas distintos.

Una de las ramas científicas que permite recuperar y mantener este conocimiento, de transmisión básicamente oral, es la etnobotánica, una rama del estudio de las plantas enfocada a recuperar el nombre, las variedades, la metodología de cultivo o de recolección y sus usos en actividades humanas, ya sea la alimentación humana o de animales, y su uso medicinal, también en humanos o animales. De este modo, transcribiendo los recuerdos y las vivencias personales de las personas que han usado y usan todavía plantas medicinales, podemos preservar una parte de nuestra cultura, aquí y en todo el mundo, ya que no hay que olvidar que existen muchas poblaciones indígenas que todavía basan el tratamiento terapéutico en las plantas de su alrededor.

Siempre hemos pensado que la medicina y la cura de las enfermedades es una actividad humana, humanizadora y humanitaria. Requiere conocimiento previo, y aprender a aplicar ese conocimiento, ya sea por ingestión directa, infusión, extracción de los componentes activos y aplicación. Y el resultado esperado es curar una enfermedad... Pero, ¿cómo hemos aprendido los humanos qué plantas, qué parte de la planta y cuándo tenemos que tomarla? Quizás me responderéis que unos humanos hemos aprendido de otros que sabían de eso antes que nosotros. Obviamente, pero alguien tendría que haber sido el primero o la primera en probarlo... ¿Y qué me diríais si os digo que el conocimiento de las plantas medicinales no es únicamente humano? ¿Que existen muchos animales que se comportan diferencialmente según si están enfermos o no? ¿Y que algunos de ellos, sobre todo los primates, saben seleccionar las plantas que necesitan y autoadministrarse hojas o semillas cuando tienen cierta enfermedad o infección? Pues muy probablemente, los humanos aprendimos de otros primates con quienes compartíamos espacio. Actualmente, en África, donde todavía quedan poblaciones de grandes simios libres en la naturaleza, se puede comprobar cómo en situaciones de dolor de barriga o de parásitos intestinales, tanto los humanos como los chimpancés toman las mismas hojas que provocan la diarrea, o la destrucción de las cutículas de gusanos intestinales, para sacarlos del intestino y librarnos de las mismas infecciones parasitarias.

Con respecto al comportamiento hacia la enfermedad y la automedicación, en los animales se pueden distinguir 5 grandes categorías de actitudes: 1) actitud de enfermedad, cuando ralentizamos la actividad corporal, con el fin de disminuir la probabilidad de transmitir la enfermedad, y bajamos la ingesta (cuando nos encontramos enfermos, perdemos el hambre, nosotros y muchos animales, como habréis comprobado quienes tengáis perros o gatos en casa); 2) actitud de prevención, rehuyendo ciertos alimentos o excreciones, particularmente agua o comida que pensemos puede estar contaminado por orina o excremento (compartimos con muchos animales el hecho de rehuir comida que no nos parece comestible, sea por el olor o la vista, evitando contaminaciones bacterianas o por hongos); 3) actitud profiláctica, incorporando activamente ciertos alimentos a la dieta que tienen efectos protectores o de mantenimiento (por ejemplo, cuando comemos yogures con bacterias vivas que ayudan a nuestra flora intestinal); 4) adquisición de dieta terapéutica, cuando comemos ciertas plantas que no tienen un valor dietético relevando, pero son purgantes, antiparasitarios, antibióticos, o tienen componentes útiles para tratar ciertos síntomas concretos; y 5) aplicación activa y elaborada de tratamientos no dietéticos, por ejemplo, con tratamientos antisépticos para curar heridas, ortopédicos para tratar problemas traumatológicos, o la realización de suturas o de cirugía...

De las actitudes mencionadas, la actitud 1 y 2 (de enfermedad y prevención) son muy generales entre los animales vertebrados, mientras que las actitudes 3 y 4, basadas en cambios dietéticos se han observado en mamíferos, y particularmente, en primates, como chimpancés, gibones, y otros monos en África, Sudamérica y Madagascar, en situaciones muy concretas, particularmente para librarse de ciertos parásitos intestinales, ahora que los observamos en la naturaleza en periodos largos de tiempo. Muchos chimpancés juveniles, por ejemplo, comen hojas de Vernonia amygdalina, muy amargas y purgantes, en las épocas húmedas, cuando es más probable infectarse por gusanos intestinales, cuando ven a las madres comerlas; pero, en cambio, no las comen el resto del año. De hecho, van a recolectarlas de forma específica. Pero llegar a la categoría 5, en una actitud tan activa y propositiva, no nos parecía posible fuera de los humanos. Pues bien, la observación prolongada en el tiempo de orangutanes ha permitido comprobar que sí son capaces de medicarse. Por ejemplo, los orangutanes de la isla de Borneo, mastican las hojas de Dracaena cantleyi y con la pasta verdosa se hacen masajes, como un linimento, por hombros, espalda y músculos. Esta planta es conocida por los indígenas para tratar músculos doloridos y articulaciones inflamadas, y el análisis bioquímico de las hojas permite identificar inhibidores específicos de TNF-alfa y otras citocinas proinflamatorias, confirmando esta actividad antiinflamatoria y analgésica.

Y justamente esta semana, se acaba de publicar cómo un macho adulto orangután de la isla de Sumatra, después de pelearse con otro macho y recibir una herida profunda en la cara, come, exprime y aprovecha las hojas masticadas de una liana, Fibraurea tinctoria, para hacer una cataplasma y curarse la herida. Este tratamiento lo repite durante varios días. Los investigadores hacen un seguimiento durante más de dos meses y sacan fotos tanto de la aplicación de las hojas masticadas, como de la curación total de la herida (solo os muestro dos imágenes, separadas por un mes y medio). Se sabe que las hojas de esta liana contienen compuestos antisépticos y antipiréticos. Recordad que los humanos llevamos haciendo este tipo de tratamientos desde tiempos inmemoriales, aunque los primeros escritos sobre el tratamiento de heridas se han encontrado en una tablilla de arcilla sumeria del 2200 a.C.

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Fotos de Rakus, un macho adulto orangután de Indonesia, con la herida reciente y la cicatriz, después de tratarse con hojas masticadas de la liana Fibraurea tinctoria, como cataplasma aséptica (imágenes adaptadas de las presentadas en Laumer et al. (2024) Sci. Recibe. 14:8932; doi: 10.1038/s41598-024-58988-7)

¿Cómo han obtenido este conocimiento los orangutanes? Pues seguramente por observación de otros orangutanes y mediante transmisión del conocimiento. Esto nos coloca frente a un espejo, ya que los humanos también transmitimos el conocimiento por observación y, además, en nuestro caso, por transmisión cultural oral y escrita, más elaborada, sin duda. Sin embargo, podría ser que en los inicios de la especie humana, copiáramos lo que hacían otros "primos" primates, en lo referente a las plantas medicinales de nuestro hábitat común. ¿Podríamos llamarlo Dr. Primate?