Todas las incertidumbres son ciertas, todos los riesgos están asegurados y todas las previsiones son imposibles. Entramos en un terreno desconocido del que no tenemos ni la orografía, ni ningún mapa fiable, y el horizonte que avistamos puede ser real o un simple espejismo. De modo que, si hay algo cierto, es que ningún independentista, por mucho que defienda el pacto de investidura, puede estar contento, sino prudente, como tampoco puede estar esperanzado, sino expectante. Aquí no tienen cabida ni la ingenuidad, ni la confianza, porque el camino que se emprende se basa en la desconfianza mutuamente reconocida, y exigirá mucha inteligencia estratégica.
No obstante, son muchos los motivos que avalan la decisión que Junts ha tomado para cambiar su perfil estratégico y entrar en un pacto con un partido español, con la voluntad de cambiar el paradigma de la situación actual. Los primeros motivos, circunstanciales. Es evidente que Pedro Sánchez no es de fiar, no en balde Catalunya acumula tantas mentiras y tanto trilerismo del PSOE, que de él son de esperar todo tipo de trampas para intentar escabullirse del pacto que ha sellado. Pero también es evidente que España ha explosionado y que la grieta que se ha abierto ha dejado salir a todos los monstruos. La relación con la otra España está tan destruida, que no es imaginable que se produzcan los tradicionales "pactos de estado" entre PP y PSOE que tan a menudo nos agreden. Ahora, Sánchez está atrapado en la red de alianzas que necesita para gobernar, vascos, gallegos y catalanes, cada uno de los cuales tirando hacia el lado contrario al que hasta ahora ha marcado la política socialista. No solo no podrá gobernar desde el Madrid irredento, sino que ahora solo tendrá a los representantes de las naciones históricas como interlocutores. Inevitablemente, y por pura supervivencia, el Sánchez que ahora gobernará no será el que lo ha hecho hasta la fecha. Y empieza a saberlo, tal y como ha comprobado en el primer día de la investidura. Primero salió como el Sánchez de siempre, prepotente, engañoso, dedicado a fustigar al PP —que es un deporte que siempre le da réditos— y despreciando la cuestión catalana. De entrada, redujo la amnistía a un mero perdón, cargándose semanas de fina cirugía de los negociadores para dejar muy claro que justamente era una enmienda a la represión, y no un perdón. Y el resto fue un poema: no reconoció el conflicto catalán; redujo el 1 de octubre a una simple rabieta colectiva; y se sacudió las culpas del 155 y la represión generalizada, de la que el PSOE tiene la misma responsabilidad que el PP; y finalmente vendió la idea de la "concordia", como si tuviéramos un problema de descontrol nervioso, y no un problema territorial. Un Pedro Sánchez puro que en otras ocasiones habría salido vivo, pero la retórica le duró lo que tardó Miriam Nogueras en avisarle, asustarle y obligarlo a cambiar todo el relato. La imagen de un Sánchez incómodo, cabizbajo, mareado, respondiendo sí a todo lo que Junts le exigía, fue demoledora, y permite pensar que ha aprendido la lección.
El Sánchez que ahora gobernará no será el que lo ha hecho hasta la fecha
Nada será como hasta ahora: Puigdemont no es Junqueras, ni el pacto de Waterloo tiene nada que ver con los acuerdos de pedrea que se han suscrito hasta ahora. La mesa de negociación que el president Puigdemont ha cerrado impone un marco de pacto del que Sánchez no podrá escapar: será mensual, se celebrará fuera de España, en ella participará el propio Puigdemont y, según parece, Zapatero, y tendrá unos mediadores internacionales que velarán las negociaciones. Además, el pacto está sometido al avance de las negociaciones, y los temas a negociar son los centrales del país: financiación, lengua y derecho a la autodeterminación. Este es el calendario y estos serán los ítems que deberá afrontar un Sánchez con, repito, supervisión de unos mediadores que, si el tam-tam se confirma, serán de gran altura.
Se trata, pues, de un pacto con una grandeza de miras y una ambición política como nunca habíamos tenido en Catalunya, y es justo por eso que todo se alzará en su contra: desde el poder de la justicia ideológica, que pondrá todos los obstáculos imaginables en cada caso en el que deba aplicarse la amnistía, hasta el poder mediático, que está en pie de guerra, o el poder político, que claramente se ha situado en la trinchera predemocrática. Y todo ello con un despertar del fascismo —e incluso el nazismo—, que vivía en los sótanos de la política y ahora ha asaltado la calle. Descartar la violencia sería atrevido. No, nada es descartable.
A pesar de todo, o quizás también por ello mismo, el pacto es una buena apuesta. Arriesgada, insegura, llena de obstáculos, pero inteligente. Si sale mal, se habrá intentado una última jugada para hacer estallar el conflicto catalán en toda su dimensión política. Si sale bien, estaremos en un cambio brutal de paradigma. En todos los casos, era recomendable no dejar pasar esta ocasión insólita e inimaginable.
Como también será necesario vigilar cada punto del acuerdo para que no nos hagan luz de gas. Y si el incumplimiento es nuevamente la tónica, hará falta la valentía de Junts para romper el pacto y estrellar la legislatura. Puigdemont, Comín, Turull, todos ellos no pueden permitirse descuidarse o fracasar, porque en este pacto se juegan todo su capital político. De momento, todavía tienen el aval de una parte del independentismo, a excepción de los que ya no creen en nada y no dan más oxígeno, pero es un aval sometido también al escrutinio del avance que se produzca. Si no hay resultados, la paciencia desaparecerá definitivamente, y ya no habrá margen para mantener quimeras. Lo sabe el president Puigdemont y lo saben todos los que han firmado el pacto, de manera que hay que confiar en que harán bien el trabajo.
En cualquier caso, algunas cosas ya han pasado: Catalunya ha vuelto al centro de la vida política española, ha hecho que revienten las cloacas y se ha visto la miseria que había en su interior. Y si las cosas progresan en el sentido de los intereses catalanes, los monstruos crecerán de manera exponencial. Veremos quién tiene más fuerza. Sin duda vienen tiempos complejos y difíciles. Pero también vienen tiempos apasionantes.