Es una característica de hacerse mayor sentirse cada vez más huérfano. Huérfano de referentes y de personas con criterio que iluminen el camino como lo ejercía Lluís Duch, por ejemplo. Lluís Duch, intelectual gigantesco y monje de Montserrat, murió en 2018 y se hace pesado no sentir su clarividente perspectiva en tiempos como ahora, con unas elecciones en la esquina. Duch era una voz disidente que contaba. La escritura tiene la virtud del consuelo y ahora que su voz ya no está, volver a Duch y a sus libros y artículos es balsámico, no porque tranquilice como una tila, sino por la orientación lúcida, extralúcida, que toda la reflexión duchana destila.
¿Sabes qué nos pasa, Lluís? Que estamos ante unos espectáculos políticos que nos dejan perplejos. Percibimos señales inquietantes en la educación. Observamos posibilidades estimulantes en la tecnología, pero también funestas derivas. Y, socialmente, tenemos despropósitos en los comportamientos de las personas, en la solidaridad relativa, en la generosidad social a medias. La humanidad no siempre es excelsa. Recurro a ti, añorado Lluís Duch, recordando la autoridad, que es una de las grandes afectadas en este análisis. Para Duch, en el ámbito de la autoridad, se da siempre el conflicto entre los que creen que es estructural (eterna) y los que creen que es funcional (histórica). El antropólogo Duch reflexionaba sobre ella en cuanto la naturaleza de las religiones, pero su visión sobre la autoridad tiene derivadas en otros ámbitos. En el campo religioso, Duch se fijaba especialmente en la heterodoxia y en las formas de responder a la autoridad: la reforma, el profetismo y la mística.
La autoridad legitimada, reconocida, validada por una inmensa mayoría se tambalea; todo el mundo opina, dispara, deslegitima, critica
Viendo los movimientos preelectorales, escuchando las consignas partidistas y empezando a desgranar los programas que ufanamente nos brindan las agrupaciones políticas, mística se desprende poca. Líderes carismáticos tenemos de varias gradaciones y magnitudes (masculinos, la mayoría). Personajes en la sombra que querrían reformar los propios partidos, un puñado. Profetas al margen, algunas promesas. Y todos envueltos de la sospecha. La autoridad legitimada, reconocida, validada por una inmensa mayoría se tambalea. Todo el mundo opina, dispara, deslegitima, critica. Los espacios serenos de reflexión son escasos, y ponerse en terreno protegido para pensar parece una quimera. Duch vivía en Montserrat, consciente de que la trepidante vibración del mundo era un caos y un desconcierto. Encaro el periodo electoral doble con Duch en la cabeza: consciente del peligro del repliegue y los fundamentalismos, abierta a la heterodoxia y a desviaciones útiles dentro de un mismo ideal y con los vulnerables y no los potentes en la cabeza. Y con la convicción de la transformación positiva y necesaria del mundo y de la herencia recibida.