El escritor griego Nikos Kazantzakis firma la frase que sale en todas las camisetas que los turistas compran en el barrio de Pláka debajo de la Acrópolis de Atenas. Dice, en griego, “No espero nada / No temo nada / Soy libre”.
Las palabras que hizo poner en su tumba, en la fortaleza veneciana de Iráklio (Candía) son: Δεν ελπίζω τίποτα / Δε φοβούμαι τίποτα / Είμαι λέφτερος, que se transcriben: Den elpizo típota / De fovume típota / Ime léfteros. Me explica el sabio Jaume Almirall, presidente de la Associació Catalana de Neohel·lenistes, que son la adaptación de unas palabras del filósofo cínico Demónax de Chipre, siglo II d.C.), según testimonio de Luciano de Samósata.
Kazantzakis es autor de La vida y los tiempos de Alexis Zorba (Zorba el griego). Y del célebre La última tentación, Cristo de nuevo crucificado, entre otros.
Su libertad de pensamiento le costó el ostracismo y la falta de reconocimiento por parte del estamento eclesiástico ortodoxo. Murió en Alemania, lo trasladaron a Atenas, donde la Iglesia Ortodoxa Griega se negó a la exposición de su cuerpo en capilla ardiente, hecho que sí que fue posible en su isla, Creta, concretamente en la catedral de Iráklio. Una gran procesión lo acompañó hasta su inhumación en las murallas venecianas. El autor sufrió el peso de una institución que no entendió su manera de concebir el cristianismo. Era demasiado heterodoxo para una visión ortodoxa sin margen para la creatividad narrativa y de pensamiento de un gigante como él. La libertad es un concepto, un valor y una aspiración que encontramos aquí en su tumba, en Atenas, en las camisetas. Es una libertad que está vinculada a no tener demasiadas expectativas.
En Francia, la célebre cantante Édith Piaf nos ha hipnotizado con su contundencia sentencia de “Non, je regrette rien”, no, no me arrepiento de nada. En esta canción resuena también la libertad.
Parecería que en la negación anida la libertad e incluso, la felicidad. No tener miedo, ni arrepentimiento, ni esperanza, ni creencia
Parecería que en la negación anida la libertad e incluso, la felicidad. No tener miedo, ni arrepentimiento, ni esperanza, ni creencia. Son mensajes, consignas. En el caso de Édith Piaf, la melodía nos viene a decir que no hay nada de lo que haya hecho o vivido que repudiaría. Lo abraza. El pasado la configura.
En el escritor heleno, la frase y el contexto nos ayudan a entender hacia dónde va el espíritu. No estoy sujeto a nada, ni terrenal, ni celestial, no me dejo atar ni condicionar, por promesas o por argumentarios. No me enredéis con tonterías ideológicas. Dejadme en paz.
No tener nada que lamentar, no esperar nada, no es lo mismo que ir de prepotente o sobreseguro. No son lo mismo. No lamentar ni echar de menos no es lo mismo que no tener esperanza. Sin esperar algún momento mejor, se hace difícil el ahora y aquí, si este no es dulce o placentero.
Édith Piaf (Édith Giovanna Gassion), que se murió con solo 48 años, que siempre iba vestida de negro, cantó Non, je ne regrette rien en 1960. Era una mujer creyente, de fe católica. Su biógrafo Pierre Fesquet revela que era muy devota de santa Teresa de Lisieux, y de hecho le atribuye haber recuperado la vista. Piaf se quedó prácticamente ciega cuando tenía 6 años, y explica que se encomendó a esta joven santa francesa, y que su abuela la llevó de peregrinación a Lisieux, lugar donde ahora hay un santuario, pero que en aquel momento era solo el lugar de la tumba de la joven carmelita. Sorprendentemente, después de la visita a la santa, Piaf volvió a ver. A lo largo de su carrera, Piaf, sobre todo en su época parisina, visitaba a menudo Notre-Dame-Des-Victoires, una basílica mariana de la capital francesa donde se reúnen los devotos de santa Teresa de Lisieux.
Los dos autores difieren en su aproximación a la fe, pero no en el espíritu. Los vincula “la santa causa de la libertad”, una consigna que también enarbola el escritor Sebastià Alzamora en su nueva obra El Federal. Alzamora nos recuerda que quien manda ha querido siempre ejercer el poder y manipular, ligar o dosificar la libertad, pero por suerte la libertad es libre. No es una tautología, sino su magia y su salvación.