Empezar este artículo, tan cabreado como estoy, no es bueno ni para mí, ni para quien tenga ganas de leer estas palabras. En resumen: un gran partido del Barça, una mierda de resultado, que puede empezar a estimular las dudas con respecto a Hansi Flick. No es mi caso. El Atlético de Madrid hizo un fútbol en concordancia con la manera de entender el mundo del ilustre Simeone, un quinqui futbolístico, y puestos a recordar, el fútbol del Leganés me pareció el de un equipo confeccionado con 11 jugadores alquilados a Desokupa después de una noche complicada. Y si se quiere comparar a Flick con Xavi entrenador, solo hay que ver la construcción de un gran equipo, con el caos soporífero de las tácticas depresivas del de Terrassa. ¡Viva Hansi Flick!

Pero este artículo surge, como a menudo pasa, de una tertulia radiofónica en la que participa la incalificable Concepció Veray, una exdiputada del PP por Girona, e hija de otro exdiputado del PP, Jaume Veray, un demócrata de toda la vida en el sentido franquista de la frase. Porque quien formó parte de AP desde su fundación debió ser uno de aquellos políticos que aplaudió la Ley 46/1977, la ley orgánica de amnistía que salvó de ir a la prisión a un terrorista de Estado como Manuel Fraga y a unos cuantos de sus acólitos represores. Con Concepció, Conchi para los amigos, se ve que eso del botiflerisme con réditos se lleva en la sangre.

En la tertulia, sale el tema de la situación del catalán y del uso de un idioma que, en la calle, apesta a gangrena. Y uno de los asuntos que se tratan es el de la relación en Catalunya entre un catalanohablante, el bilingüe in pectore, y un castellanohablante, el monolingüe perfecto. Y del problema que surge cuando el que habla catalán siempre se pasa al castellano cuando su interlocutor no hace el esfuerzo, por decirlo amablemente, de cambiar de idioma. Si fuera un país normal, el castellanohablante tendría que saber contestar en catalán si ha nacido en Catalunya, aunque viva sometido a la tortura de los Chunguitos, o si hace cuarenta años que está en el Principat, o si ha llegado con la nueva oleada de inmigrantes de este incalificable siglo XXI. Y surge la pregunta de por qué los catalanohablantes casi siempre relegamos nuestro idioma y adoptamos el castellano para adaptarnos a la lengua del otro. La solución nos la da Conchi: "Es por educación".

No se trata de la educación y de los valores que te hayan inculcado. Se trata de la estúpida ideología supremacista de los que consideran que el catalán es un idioma tan prescindible como insignificante

Porque para Conchi, recordada exdiputada del PP y una catalana buena por su fidelidad a Dios, a la patria y al Rey, que tú le hables en catalán a un empleado, pongamos por caso, de un Starbucks, o de una cafetería cualquiera, y que este te conteste en castellano y que tú sigas hablándole en catalán, es de mala educación. Y Concepció, Conchi para los amigos, remarca sus palabras con una defensa de los valores, los suyos, que son como los valores "que nos hemos dado entre todos". Para personas como Concepció, la mala situación del catalán es una falsa percepción, pero ya sabemos que las percepciones que tienen las personas como Concepció, Conchi para los amigos, hacen que el catalán siempre sea relegado a los pensamientos internos, aquellos que te dicen si tienes que ir a pixar o a cagar, dependiendo, claro está, de si aquel día tu mente no te entiende si no le dices "tengo que ir a mear o a cagar". Porque ya sabemos que entre cagar y "cagar" hay una gran diferencia. Y a cagar van 500 millones de personas, y a "cagar", como mucho, 5 millones siendo generosos.

A Concepció, como a tantos especímenes de su partido, no le preocupa la situación del catalán porque lo concibe como un idioma opcional. Y digo opcional como también podría concebirlo como un granito en el culo de esta gran nación española, la que cristianizó a los salvajes en la conquista de América y que ahora, como en un efecto bumerán, está sufriendo la invasión de los "bárbaros" con los reggaetoneros como abanderados. Por suerte, hablan español, ¿verdad, Concepció? Y Concepció sabe que en estos pequeños detalles cotidianos, en el hecho de que tú pidas un café con leche en Barcelona, en Girona, en Lleida o en Tarragona y que te sirvan un zumo de naranja porque no les da la gana entender "cafè" por café y "llet" por leche, radica el triunfo de aquella España heredada, "una y no cincuenta y una", en la que la educaron en casa. Porque ya sabemos, Concepció, que quien pierde los orígenes pierde la identidad, ¿no?

Desgraciadamente, la gente como el asturiano Fernández o la gerundense Veray no son los únicos culpables de la situación del catalán. Lo soy también yo, que a menudo cambio el catalán por el castellano cuando entro en un bar y me encuentro con un trabajador que, cuando le pido un cafè amb llet, me regala una expresión de molestia. Y yo no lo hago por educación, lo hago por estupidez. Y también lo es Pilar Castillejo, miembro de la CUP, quien, en una entrevista concedida a ElNacional.cat, vino a decir que los inmigrantes solo tienen derechos, no deberes. Una postura parecida a la que tienen muchos multiculturalistas de los Comuns que utilizan un tono paternalista hacia los inmigrantes que es de vergüenza ajena. Una de las obligaciones que tienen los inmigrantes hacia el país que los ha acogido tendría que ser el aprendizaje del catalán, creo yo, que soy de origen charnego y bilingüe de nacimiento.

Cuando Concepció dice que no se tiene que politizar el tema del idioma, casi sufro una combustión interna. ¿Lo dices tú, Concepció, Conchi para los amigos, que formas parte de una formación política que ha hecho de la catalanofobia un arma política con el catalán convertido en l'ase de tots els cops? O, para quien no me entienda: el "asno de todos los golpes" botiflers, el chivo expiatorio. Y no se trata de la educación y de los valores que te hayan inculcado. Se trata de ideología, querida tertuliana de RAC1. De la estúpida ideología supremacista de los que consideran que el catalán es un idioma tan prescindible como insignificante.