En política está sobradamente demostrado que los llamados cordones sanitarios para aislar a un partido determinado acaban generando exactamente el efecto contrario. El caso más reciente, conocido y paradigmático en Catalunya debe ser, probablemente, el de Badalona, donde después de diversos movimientos del resto de fuerzas políticas sin excepción —PSC, ERC, JxCat, comunes y otras marcas de las supuestas izquierdas alternativas— para echar a Xavier García Albiol de la alcaldía han conseguido que el dirigente del PP gobierne con una mayoría absoluta tan holgada que nada hace pensar que no la vaya a conservar durante unos cuantos años más. Porque, además, para los habitantes de Badalona resulta que lo hace bien y, por si no bastara para los que han pretendido sin éxito dejarlo fuera de juego, últimamente demuestra que, con criterios muy ponderados sobre cuestiones polémicas, es capaz de llegar a la gente más allá de las siglas de partidos.
Un caso parecido es lo que le pasa a Sílvia Orriols, la alcaldesa de Ripoll, diputada en el Parlament y presidenta de Aliança Catalana, que no para de crecer cuantas más trabas le ponen las otras de formaciones políticas también para quitársela de encima. Ahora está pendiente de si JxCat, ERC, el PSC y la CUP llegan a un acuerdo para presentarle una moción de censura y arrebatarle la alcaldía, cosa que si finalmente llevan a cabo significará que en las próximas elecciones municipales, en dos años, en 2027, obtendrá mayoría absoluta. Se la habrán regalado con este movimiento, de hecho. Estos teóricos garantes de la ortodoxia democrática de la que ellos mismos se han investido y que son precisamente todos los mencionados, más los comunes que no podían faltar, están empecinados en aplicar un cordón sanitario a Aliança Catalana desde que puso los pies en el Parlament, en tanto que partido, dicen, de extrema derecha al que se debe negar el pan y la sal, y lo único que consiguen de momento es que gane adeptos.
Cada vez que el president de la Generalitat, Salvador Illa, responde con ese aire despectivo y de suficiencia a las preguntas que le formula Sílvia Orriols o cada vez que los de la CUP impiden de manera violenta que Aliança Catalana dé a conocer sus ideas en un lugar tan público como la calle, el contador que mide el apoyo a la formación no para de emitir clincs y cataclincs. La fuerza política, de todos modos, que tiene más fugas hacia el partido de Sílvia Orriols es JxCat. La dirección es consciente de ello y hace tiempo que busca la manera de contrarrestarlo. Es en este contexto en el que hay que insertar las palabras de Artur Mas en el sentido de que JxCat debe poder hablar con Aliança Catalana, aunque sea “sin montar estrategias conjuntas”. Lo mismo dicho por cualquiera de los dirigentes en activo sería un sacrilegio —es más, así incluso pueden hacerse públicamente los desinteresados y hacer ver que no están del todo de acuerdo—, pero dicho desde la atalaya de un expresident de la Generalitat —y no de un expresident más, sino de uno aún con cierto predicamento como él en según qué ámbitos— parece más digerible. Aun así, le ha costado una buena retahíla de improperios, en especial de los representantes de esta nefanda política woke que siguen creyendo que están por encima del bien y del mal.
JxCat y todo el resto de fuerzas políticas consideradas tradicionales lo que tienen que hacer es afrontar de cara los debates de las cuestiones más difíciles y espinosas que interesan y preocupan a la gente y que hasta ahora han omitido de manera deliberada
Pero con ello, y con otros mensajes en la misma dirección del entorno convergente de toda la vida que han pasado más desapercibidos, JxCat consigue lo que quería, que es tener cierto margen de maniobra para no ser esclavo del cordón sanitario y poder saltárselo cuando le convenga. Otra cosa, a partir de ahí, es si la estratagema le funcionará y le permitirá cortar la sangría de apoyos hacia Aliança Catalana, porque si la gente se da cuenta de que el movimiento solo le interesa para retener un puñado de votos, automáticamente dejará de servirle de nada. Si de lo único que quiere hablar JxCat con la formación de la alcaldesa de Ripoll es de que no le robe más votos, no hay duda de que será un diálogo de sordos. Y más aún si esa voluntad de establecer contacto lo que esconde realmente es tan solo un intento de abrazo del oso. Todo ello, con el sobreentendido de que hablar no significa acordar y que hablar debería poder hacerlo todo el mundo con todo el mundo, y en política tiene sentido hacerlo sobre todo entre diferentes, porque entre iguales ya se conocen todos.
JxCat y todo el resto de fuerzas políticas consideradas tradicionales lo que tienen que hacer, en todo caso, es afrontar de cara los debates de las cuestiones más difíciles y espinosas que interesan y preocupan a la gente y que hasta ahora han omitido de manera deliberada por las dificultades y los dolores de cabeza que entraña sumergirse en este tipo de asuntos. Esto es lo que deben hacer y no dedicarse a demonizar y menospreciar a quien los trata. Si no les gusta lo que plantea Aliança Catalana sobre inmigración —que parece que es el tema estrella—, que pongan ellos sobre la mesa sus propuestas para resolver un problema que justamente han creado ellos mismos al no hacerle frente cuando tocaba, al dimitir vergonzosamente de sus responsabilidades, y que cada día que pasa es más complicado encontrarle salida. Y quien dice la inmigración, dice la seguridad ciudadana, el alcance y las condiciones de las ayudas sociales, las ocupaciones de viviendas, el uso del catalán, el paro de los jóvenes... y, por desgracia, un largo etcétera de todo lo que estos partidos han querido pasar por alto.
Nada que ver, aunque algunos tengan interés en presentarlo de otra manera, con la polémica aproximación que se ha producido en Alemania de la democracia cristiana, la CDU, a Alternativa por Alemania (AfD) por parte de su actual hombre fuerte, Friedrich Merz, y que le ha valido la severa crítica de su predecesora, Angela Merkel. La excanciller le ha reprochado abiertamente que hubiera roto la promesa de no depender de la extrema derecha al aceptar los votos de AfD en el Bundestag en dos mociones sobre el derecho de asilo y la inmigración. Un tortazo que los partidos establecidos en Catalunya han aplaudido con las orejas. Lo que pasa es que todos parece que hayan olvidado que el grave problema de exceso de inmigración que existe en Europa es responsabilidad precisamente de Angela Merkel, cuando en su época de canciller abrió, entre 2014 y 2017, las puertas a la acogida sin restricciones de los refugiados que se escapaban de zonas en conflicto del mundo entero. Y a partir de ahí la avalancha ha sido imparable.
La experiencia de Badalona debería hacer reflexionar a todas las formaciones políticas en el sentido de que no respetar la voluntad popular tiene consecuencias. Los políticos deberían desacostumbrarse a hacer lo que les parece con los votos que reciben de la ciudadanía. Ahora solo les interesa que los voten, no cumplir con lo que han prometido a cambio. Esto, sin embargo, cada vez cotiza más a la baja, y los que no lo tengan claro sufrirán sus efectos. Si no quieren ser víctimas de sus propios errores, a todos les conviene aprender que los cordones sanitarios son un peligro, pero para quien los pone en práctica, porque tienen un efecto bumerán.