Los tiempos están cambiando en directo. Disculpen la mención a Bob Dylan. Quizás no vayamos a un nuevo orden mundial, pero, como mínimo, se está redefiniendo el mismo orden mundial que conocemos, así como sus alianzas. Un nuevo orden mundial implicaría la supresión y el cambio de las instituciones, como la ONU, o las económicas que nacieron en Bretton Woods. Y esto no parece que vaya a ocurrir. Pero que están en crisis es una evidencia. Como lo es que el orden internacional impuesto por Estados Unidos y la Unión Soviética, que degeneró en la Guerra Fría, la división en bloques y la carrera armamentística, tiene ahora otros protagonistas. Estados Unidos vive una fractura social sin precedentes, Rusia no es la URSS desde la caída del muro, pero, sobre todo, China aspira a esta hegemonía y Europa está en el diván.

Quizá el origen haya que encontrarlo el 11 de septiembre de 2001, cuando Fukuyama nos había dicho que la historia había terminado. Fue el momento en el que se perdió la confianza en Estados Unidos como potencia hegemónica mundial relativamente benefactora. La invasión de Irak en marzo de 2003 se hizo sin la aprobación de la ONU. Y la obsesión de los americanos por ganar su guerra contra el terror hizo que incumplieran varios principios de la Declaración de los Derechos Humanos. Luego, incluso Obama se negó a intervenir en Siria.

Europa debe despertar y ser el gran refugio de las democracias liberales en caso de que Estados Unidos se niegue a asumir ese papel

Y en ese contexto, China empezó su transición hacia potencia política y económica global. Una China que deja de lado la primacía de los valores liberales y que ha puesto muy nervioso a Estados Unidos, que libran con la nueva potencia su auténtica guerra. Una nueva Guerra Fría. Difícilmente frente a esto se terminará la alianza atlántica. Pero va a cambiar. No solo porque los europeos vamos a gastar más en armamento, sino porque obligará a abrir nuevos mercados y cooperación, especialmente con el llamado sur global. Lo que no tiene por qué ser malo. Pero Europa debe despertar y ser el gran refugio de las democracias liberales en caso de que, como se ve, Estados Unidos se niegue a asumir, al menos durante los cuatro años de la era Trump, ese papel. Está en juego la cooperación internacional, la emergencia climática o la revolución tecnológica, sí. Pero sobre todo el modelo de gobernanza. Y, o vamos a una unidad de acción, o vamos a un rebrote nacionalista que ya saben cómo acaba.

Y es un reto monumental. Porque quienes cuestionan el actual modelo, empezando por Trump, tienen un magnífico aparato de propaganda, de eficacia probada, porque es lo que nos llevó a la guerra y al desastre del que nació, justamente, el actual orden mundial. O por lo menos el que hemos conocido hasta ahora.

Los profesores David Dunning y Justin Kruger han estudiado a los cómplices necesarios y a las víctimas de Trump y compañía. Yo mismo soy una de ellas. Haber leído algo sobre la nueva Guerra Fría no me convierte en una autoridad para escribir un artículo de opinión. El estudio de ambos profesores se tituló Inútiles y desconocedores: cómo la dificultad de admitir la propia incompetencia puede inflar la autovaloración. Lo contaban con una historia real. McArthur Wheeler era un estudiante que leyó sobre experimentos de tinta invisible utilizando limón. Y, aplicando su lógica, pensó que si lo hacía con la tinta, podía hacerlo con su cuerpo. Así que se roció con limón y se fue a atracar un banco... En resumen: las personas con menos habilidades sobreestiman su conocimiento. Tanto que no reconocen la competencia de los expertos. De hecho, es el propio conocimiento del tema el que te hace ver su complejidad. Pero si eres capaz de cambiar la forma de pensar de la gente, entre la verdad y la mentira, acabaremos eligiendo lo que ya habíamos decidido pensar. Espíritu crítico, dicen que tienen. Pero el espíritu crítico sin conocimiento es peligroso. Crea fanáticos ignorantes. Llenos de espíritu crítico, eso sí.