"El castillo de sus ilusiones se ha venido abajo sin estrépito, sin dejar rastro, se ha esfumado como un sueño; y él ni siquiera se percata de que ha estado soñando."
F. Dostoyevski
De momento, la no dimisión en forma diferida ha reventado la campaña catalana. Podemos pensar que Sánchez ha hecho el ridículo por amor al arte y que nada había de calculado ni en la tortura psicológica a la que sometió a sus seguidores y socios ni en su regreso forzadamente triunfal, en el que presenta el gatopardismo bajo el espejo deformante del que se sacrifica para arreglar todo lo que de malo nos envuelve o, mejor, le envuelve a él. Una cruzada de regeneración, sin ideas concretas, sin reformas anunciadas, sin nada. Nada.
Podemos aceptar el marco que nos sirven —el presidente atacado de amor y de indignación se autosecuestra cinco días para meditar su dimisión— o el que nos proponen sus adversarios —el presidente se ha montado un teatrillo para volver en olor de multitudes— o podemos convenir que no tiene ninguna lógica que el episodio más estrambótico de toda la democracia sea solo lo que nos dicen y se haya producido con el exclusivo motivo de "volver más fuerte" para "regenerar la democracia".
El caso es que mientras nos distrae la disputa sobre censuras, reformas legales, control de los jueces, medios digitales espurios y todo eso, los tracks le dan una subida a Salvador Illa de como poco tres escaños. ¿Y si los efectos de la frivolidad presidencial tuvieran un recorrido mucho más largo? ¿Y si el diseño fuera mucho más maquiavélico? Sánchez se monta un funeral político y lo contempla en directo para constatar el vértigo que produce en sus huestes y, tras la resurrección del lunes, deja claro que él es el candidato, que lo será todas las veces necesarias. Un respiro recorre Ferraz, ¿quién se lo discutiría en estos momentos, tan huérfanos como estuvieron esos cinco días de abril?
Hagamos política-ficción, que ahora se lleva, y lo mismo me compran el guion para una serie, que es lo que da pasta de verdad. Imaginemos por un momento que la jugada no es de aliento tan corto, aunque tampoco de mirada mucho más lejana. A Sánchez le espera una endiablada situación tras las catalanas. Si puede gobernar Illa y Puigdemont no lograba la "restauración" en el cargo del que se le arrojó, se arriesgaba a tener la Generalitat y perder el gobierno central. Nada más fácil de ver: ¿qué le importa a Junts sostenerlo una vez alejado del Palau? Endiablada situación, porque, por contra, unos malos resultados en Catalunya seguidos de una pobre actuación en las europeas lo dejaban como pato cojo, con un socio de gobierno disminuido, y a merced de los partidos nacionalistas que le sostienen. ¡Menudo panorama si uno lo miraba con detenimiento!
A Sánchez le queda por delante el riesgo cierto de no poder reformar nada ni legislar nada ni presupuestar nada sin los votos de los juntaires a los que pretende revolcar y cerrar el paso en las urnas catalanas
Imaginemos que los inexplicables cinco días aspiraban a más, por ejemplo, a darle a Illa una victoria indiscutible con la movilización socialista lograda tras el episodio. Si algo está claro, es que la insólita actuación del presidente del Gobierno ha reventado los marcos de las elecciones catalanas. Estaríamos así en el 12 de mayo. Puigdemont, sin posibilidad de gobernar, ha prometido irse y aún no tenemos aprobada la ley de amnistía. Sánchez reconquista la Generalitat para un partido nacional. La ley de amnistía no saldrá del Senado hasta el día 14 de mayo y debe ser revalidada finalmente por el Congreso cuando Armengol convoque votación. Pero, atención, que estamos solamente a 14 días de que legalmente puedan volverse a convocarse elecciones generales en julio. En este guion malévolo —es sólo eso, un guion— en el Congreso la presidenta remolonea con esa convocatoria de pleno y, ¡zasca!, el día 29 el presidente del Gobierno convoca elecciones generales y disuelve las cámaras... ¡decayendo con ello la ley de amnistía!
Surfeando esa inesperada ola, se llega a las europeas, que le salen bien porque la peña está compacta, porque las izquierdas van divididas y porque hay que preservar el voto progresista sea como sea. Ahí tenemos al candidato Sánchez preparándose para unos comicios estivales en los que buscaría, sobre todo, disminuir su dependencia parlamentaria de los partidos que le complican la vida; aglutinar voto útil para los socialistas, como opción segura para evitar la llegada de la derecha y la ultraderecha; conseguir que aquellos que desconfiaron de su viraje hacia la amnistía se lo perdonen.
Cinco días de teatro del absurdo para dar un vuelco a la situación. Especialidad de la casa. Gobernar Catalunya, deshacerse de los molestos socios catalanes, zamparse el voto de la otra izquierda que anda perdida flotando en el gobierno y obtener, con el votante socialista que le abandonó por venderse a los independentistas, la mayoría suficiente para no tener que depender de una geometría imposible en la que se siente preso porque manda poco. Contar con unos vascos, que le van a deber la lehendakaritza, y con los otros, que aún esperan alguna otra cosa que les importa. ¡Qué sueño húmedo para el líder!
Los guiones son así, cabe todo. Sólo precisan de cierta verosimilitud. Posiblemente consideren que se me ha ido la mano en el aditamento fantástico y les responderé que mi pequeña ficción no le llega al tobillo a la mixtificación de esos cinco días de abril. Lo cierto es que los llenaría de sentido. Prietas las filas, todos tras el líder, con el susto en el cuerpo pensando en perderlo, cualquier aventura es poca. Si todo lo que propongo no es sino un sueño, a Sánchez le queda por delante el riesgo cierto de no poder reformar nada ni legislar nada ni presupuestar nada sin los votos de los juntaires a los que pretende revolcar y cerrar el paso en las urnas catalanas. Qué delirio. El desconcierto puede tener efectos ilimitados y, por tanto, estar perfectamente concertado. Fin.