Cada vez es más frecuente escuchar que no nos sentimos representados por la actual clase política. Lo cierto es que es un discurso que viene dándose desde hace años, y seguramente, habrá quien piense que es algo constante en la historia. 

Sea como fuere, en mi opinión, escucho con más fuerza aquello de que ya no hay izquierdas ni derechas que realmente representen lo que se supone, que, en base a donde nuestros propios representantes se autoubican, deberían representar. 

Hace tiempo, o quizás siempre lo fue, la cuestión más importante es la defensa de principios democráticos de facto, en las decisiones y hechos reales que verdaderamente representan algo por parte de sus señorías. 

Los discursos, la retórica ya no sirven ni siquiera para hacernos pensar, debatir o analizar algo. Ya no inspira el más mínimo debate social ningún discurso de nuestros políticos. Generan comentarios, eso sí. El chascarrillo o la crítica más o menos superficial respecto de la última ocurrencia de cualquiera de nuestros políticos. 

Pero, de pronto, aparece un hecho. Aparece una ley que se aprueba, o que se queda instalada como una astilla en el tronco de los principios democráticos. Y el revuelo que genera viene a ser el mismo que el que genera una frase abrupta, un comentario absurdo o un tuit desafortunado. 

No hay izquierdas ni derechas aquí. Porque no hay eje. Y cuando se pierden las referencias, es imposible saber hacia dónde mirar

Nos están colando medidas absolutamente totalitarias, un día sí y otro también. Y no pasa nada. 

Nos asfixian con impuestos. Nos desprotegen ante subidas de precio insultantes. Nos meten miedo con lo que sea para que vivamos flotando en la incertidumbre, donde estar vivos ya nos parece un motivo de celebración. 

Y de pronto, descubrimos que las ayudas para personas y familias vulnerables van a caer a casas donde entran cientos de miles de euros. Esto sucede mientras se cierran comercios, autónomos deben dejar su actividad por no poder pagar impuestos; llenar la cesta de la compra, pagar la calefacción o llenar el depósito nos supone un verdadero esfuerzo. 

En lugar de priorizar las necesidades básicas, se dedican a alimentar conflictos; a almacenar millones de dosis de vacunas que se tirarán a la basura. Y que pagamos nosotros. 

Decisiones absurdas, como las leyes que se aprueban demostrando un absoluto desconocimiento de la práctica legislativa, de la práctica jurídica y de la realidad social que pretenden regular. Y todo ese procedimiento genera consecuencias de distinta índole, pero entre otras, una maquinaria del Estado trabajando a costa de nuestros impuestos. 

Mire donde mire veo cabreo. Y pocas ganas de debatir. La sensación de que estamos llegando a un punto de no retorno, como si algo fuera a saltar por los aires en cualquier momento, cada vez la tengo más presente. 

Y miro hacia Francia, y veo que algo estalla. Y me asomo a Estados Unidos, y contemplo una población también harta, polarizada, y a punto de no tener miedo a perder nada. 

No obvio ni olvido la terrible situación en Ucrania, que nos está llevando a todos de cabeza. Sin que parezca que nadie quiere evitarlo. 

Los procesos electorales se convierten en el tiempo en que, por fin, vemos asfaltar nuestras calles, arreglar las farolas y celebrar verbenas. Es lamentable, pero están consiguiendo posiblemente lo que pretendían: la absoluta decepción por la participación ciudadana en política. Y como sabíamos que pasaría, sus decisiones no las toman pensando en nosotros. 

No hay izquierdas ni derechas aquí. Porque no hay eje. Y cuando se pierden las referencias, es imposible saber hacia dónde mirar. 

Quizás los tiempos en los que nos estamos introduciendo, casi sin darnos cuenta, inviten a la lectura de los clásicos, de ciencia política, de derecho, de filosofía. Porque cuando esto estalle, hará falta retomar el pensamiento, ahora que parece que se ejercita poco.