Hace días que hay un entorno de notables que lidera la rehabilitación pública del president Jordi Pujol. Solo se les puede retraer, en estricta coherencia, no lo hayan hecho desde el primer día. Más bien —cuando eran poderosos— se alejaron de él cuando no lo empujaron al destierro. En todo caso, cabe decir que rectificar es de sabios. Desde aquel funesto verano de 2014 han pasado diez años y el más caliente está en el fregadero. Marta Ferrusola está muerta, el juicio será el próximo año finalmente. Si no es que —Dios no lo quiera— no pueden juzgar al president. Que el juicio se produzca once años después es sintomático de la confusión, de las acusaciones estrafalarias y de la ausencia de pruebas de cargo y concluyentes contra él. Si las hubiera ya hace días que habría sido juzgado. Lo cierto es que de los presuntos millones a espuertas en paraísos fiscales del "clan" nadie sabe nada a ciencia cierta. Más allá de las especulaciones de todo tipo que se han hecho. A la hora de la verdad, ni cinco.
Es innegable la vida austera de Jordi Pujol. Si tenía dinero los ha utilizado para encender la chimenea en Queralbs. La austeridad de Pujol no llega a la que imaginó y escribió Pere Coromines. Pero se acerca a ella. Lo cierto, eso sí, es que no existe CiU, comprensible por los avatares de los últimos años. Pero es que enterraron las siglas de CDC como si quisieran enterrar todo mal. Con respecto a las de UDC, han quedado embargadas a manos de la banca. Ahora, como si fuera una novedad, se sentencia que el legado político de Jordi Pujol es que no cree en la independencia. Estos son algunos de los titulares de estos días, que llaman la atención por la falta de consistencia o de profundo desconocimiento de la trayectoria de Jordi Pujol.
Básicamente por dos motivos, durante sus 23 años de mandato, Jordi Pujol dejó bien claro que su marco de referencia eran España y Europa. Concebía y defendía una Catalunya tan soberana como fuera posible. Pero nunca fuera de España y obviamente tampoco de Europa. Estaba, claro está, la leyenda que se hacía correr interesadamente y que pretendía hacer creer que Pujol —si bien no lo verbalizaba— en realidad era un férreo independentista. Curiosamente, lo decían tanto sectores independentistas —yo se lo había oído decir a militantes significados de la CUP— como sectores españolistas que lo odiaban profundamente.
Pujol es indudablemente un patriota. Pero su patriotismo no se expresa ni se ha expresado nunca con la estelada. Pretender hacer ver otra cosa era un espejismo
Pero no es que en su praxis de gobernante Pujol dejara bien claro que no era independentista. Es que con posterioridad todo lo que ha escrito o han escrito por él es una reafirmación de sus tesis. Es así en la trilogía del traspasado Manuel Cuyàs como en el último libro-entrevista que publicó Vicenç Villatoro. O no leemos o cuando leemos extraemos unas conclusiones estrambóticas. Jordi Pujol deja claro siempre, de todas las formas posibles, que no cree en la independencia, que no es el horizonte que imagina, sino que defiende una Catalunya autónoma y plena dentro de una España plural.
El segundo motivo: Jordi Pujol efectivamente fue uno de los 2,3 millones de catalanes que votaron el 1 de Octubre de 2017. Y, además, votó que sí, aunque creía inviable la independencia. Vale la pena recordar que su actitud es compartida consciente o inconscientemente por muchos catalanes. Por eso difiere notablemente —en los sondeos de opinión— qué votarían los catalanes en un hipotético referéndum y si creen o no que es posible la independencia de Catalunya. La primera respuesta siempre es claramente superior a la segunda.
Si hay una persona que ha expresado con rotundidad, desde el primer día hasta su ocaso, qué piensa de la independencia de Catalunya, es Jordi Pujol. Es legítimo cambiar de opinión. Faltaría más. En esta cuestión, por ejemplo, se ha producido un cambio sustancial en las filas de la extinta CDC. A veces predicando con la fe del converso. Pero no es el caso del president Pujol, que ha sido un hombre diáfano en este punto. Claro como el agua por poco que lo hayas escuchado o leído. Pujol es indudablemente un patriota. Pero su patriotismo no se expresa ni se ha expresado nunca con la estelada. Pretender hacer ver otra cosa era un espejismo, interesado o de buena fe. Pero un espejismo, por pasión o por desconocimiento.
Finalmente, hay un gesto del president Illa que indica de todas todas cuál será la despedida al president Pujol. Será un reconocimiento público absolutamente transversal y multitudinario. En un país que, a propósito de eso, es mucho del aforismo "después de vendimias, cuévanos". Solo hay que recordar que el mismo año que centenares de miles de personas acompañaban al líder cenetista Durruti en su funeral, en diciembre de 1936, habían acompañado unos meses antes (abril del 36) a los Hermanos Bahía, asesinatos por pistoleros de la FAI. Y en los dos funerales estuvo y los presidió el president Lluís Companys en circunstancias sociales antagónicas. La primavera de 1936 Catalunya era "el oasis catalán" y en diciembre de 1936 había vivido la borrachera criminal de sangre del verano. El día que llegue —ojalá como más tarde mejor— el despido a Jordi Pujol será un homenaje de país.