El misterioso mundo humano generado por la Covid nos ha permitido conocer el apasionante ecosistema de los que ahora se vacunan porque si no lo hacen no pueden ir al bar, al gimnasio o a tomar una copa, pero que no lo hicieron cuando lo que estaba en juego era su vida o la de sus seres queridos. Y que, además, salen por las TV y las radios a explicarlo. Y ya no es que no les importe reconocerlo sinó que lo explican con una pachorra digna de elogio. ¡SEN-SA-CI-O-NAL! O también ha quedado visibilizado (qué palabra más bonita, ¿verdad?) los que rechazan el pasaporte Covid porque, dicen, atenta contra su intimidad ya que hace públicos sus datos personales. Y este es un tema que me apasiona. ¿Repasamos un día en nuestra vida "privada"?

Nos levantamos con la alarma del despertador del móvil, un aparato que registra todos nuestros datos, incluida la hora en que suena esta alarma y ha geolocalizado el lugar donde hemos dormido y durante cuánto rato lo hemos hecho (porque es el espacio de tiempo que ha estado sin moverse ni funcionar. Y esta información también la obtienen las aplicaciones que tenemos instaladas y abiertas en el terminal.

Como que tenemos un contador de la luz "inteligente" y sabe nuestro gasto minuto a minuto, nuestra compañía tiene el dato de si por la mañana nos duchamos o no y durante cuánto rato. Y si nota más consumo podrá deducir si aquella noche hemos dormido acompañados o no. O si nota menos, sabrá si los niños están fuera de colonias, o si toda la familia se ha ido de puente. Y, por el mismo motivo, sabe cuándo estamos en casa, cuántas lavadoras ponemos y qué días y a qué horas y, naturalmente, qué horarios vitales hacemos. Sí, porque cuando no hay gasto quiere decir que estamos durmiendo o fuera de casa. Dependiendo de la hora.

A lo largo del día llevaremos el teléfono encima y, por lo tanto, dejaremos un rastro de todos los lugares donde vayamos, a qué hora estamos, con quien nos encontramos y donde y durante cuánto rato. Claro, porque las otras personas también están geolocalizadas y sólo hay que cruzar datos. Y eso sin instalarnos el programa Pegasus. Whatsapp, Telegram y el resto d'APPs de mensajería sabe con quien hablamos, a qué hora y con qué frecuencia y a quien le enviamos fotos o vídeos. Y ya no le digo nada de Google. Cada cosa que consultamos, leemos y miramos y desde donde y a qué horas. ¡TODO! Cuando tomemos un café, pagaremos con tarjeta, con lo cual, no sólo el teléfono lo sabrá todo, sino que el banco tendrá la información del lugar y la hora en que hemos consumido. Ah, y por el importe también podrá saber si lo hemos acompañado de una pasta o de un bocadillo.

Cuando pagamos en la gasolinera le damos al concesionario del servicio la información del lugar donde estamos. Y al banco de la tarjeta, también. Y nuevamente, por el precio pueden calcular cuánto combustible gastamos y cada cuánto llenamos, cosa que abre a puerta a conocer nuestros desplazamientos habituales, más allá de la precisión del móvil, que esta siempre es. Sucede lo mismo cuando pagamos en el mercado, en el supermercado, en la farmacia, en el restaurante, en el hotel, en la tienda de regalos, en la de ropa, etc, etc y etc. Vaya, que digitalmente lo saben todo de nosotros. Pero es que también lo saben presencialmente.

Vamos al médico, al banco, a un supermercado donde tienen tarjeta cliente o a un organismo público, sólo por citar cuatro ejemplos cotidianos, y nos solicitan el nombre, o el número del DNI, o el del teléfono para confirmar nuestra identidad. Y como son lugares interiores y todo el mundo va con mascarilla, aparte de que los mostradores están protegidos con mamparas y estamos a una distancia de la persona a quien tenemos que dar la información, para que nos oigan tenemos que gritar nuestros datos como una persona poseída. Y el resto de clientela, los oye aunque no quiera..

Vaya, que sí, que nada de pasaporte Covid, no fuera (o fuese) que al final alguien acabara sabiendo datos nuestros que son totalmente imposibles de saber.