Francisco Franco, el Caudillo, celebró los veinticinco años de régimen con un tour que culminó en Tortosa. Allí, justo en medio del Ebro, encima de los escombros de un puente que los republicanos volaron en la retirada, alzaron un monumento conmemorativo de la victoria "por Dios y por España".
Una enorme estructura de hierro armado sobre un pie de obra que enaltecía el franquismo, la dictadura militar y la derrota de la democracia. Sin ambigüedades, un monumento fascista, por vocación pero también por estética. Una chapuza en medio del Ebro, sin ningún encanto, sólo para recordarnos eternamente de que Franco había ganado y que sobre su victoria militar había cubierto con cemento un régimen criminal que se significó por su feroz anticatalanismo.
Hay localidades que no vivieron combates, ni fueron línea de frente, ni fueron castigadas ejemplarmente. No es el caso de Tortosa. Del 23 de febrero de 1937 y el 30 de diciembre de 1938, Tortosa sufrió ochenta ataques aéreos que dejaron caer un total de 2.936 bombas con 206,13 toneladas de metralla. El peor día, el 15 de abril de 1938, el Viernes Santo, la ciudad sufrió 13 ataques (a las 9:15, 11:05, 11:20, 11:30, 11:35, 11:37, 12:00, 12:05, 12:45, 17:15, 18:00, 18:05, 18:10) ocasionados por 75 aviones. El balance final: 54,4 toneladas de bombas sobre la capital del Ebro. En el centro urbano, sobre todo. Vale la pena recordar que los peores bombardeos en la ciudad de Barcelona, una verdadera carnicería, tuvieron lugar del 16 al 18 de marzo de 1938, fueron 44 toneladas de bombas y ocasionaron, según cifras oficiales del Ayuntamiento, 875 muertes —de ellos, 118 eran niños—, más de 1.500 heridos, 48 edificios destruidos y 78 gravemente dañados.
Tortosa, como Lleida, fueron dos de las ciudades más castigadas por los bombardeos y la política de la tierra quemada. Es para honrar estas hazañas que alzaron el monumento fascista. Y otros. No para concordia de nada, ni de nadie. Y sin ninguna sombra de duda para celebrar la victoria, el golpe de estado de Franco alzado en armas contra la República y contra Catalunya y todo lo que representaba. Para recordarnos, en el espacio público, con toda la grandilocuencia posible quién había ganado
El monumento sigue de pie en el 2020. Y no ha sido hasta ahora que se ha puesto fecha a su demolición. Que este es un monumento controvertido y que la cuestión es controvertida lo evidencia que en el 2016 el monumento franquista de Tortosa rompió, por primera vez, la cohesión de Junts pel Sí ante una propuesta de la CUP que exigía su retirada. Los republicanos votaron a favor, el resto se abstuvieron o votaron en contra. Curiosamente la moción ganó por un voto de diferencia gracias a un diputado despistado de Junts pel Sí que entre tuit y tuit pulsó equívocamente el botón del Sí. Es lo que tiene estar pendiente de hacer ruido en las redes, de hacer las deposiciones, de esta política frívola y populista de gente triste que se aburre porque ya no se sabe qué papel hacer en la vida. Pero gracias al error de aquel diputado depositario, reconvertido al independentismo, se pudo ganar, en el Parlamento, la moción contraria a la continuidad del monumento. Gracias a aquella ausencia de cuerpo presente salió adelante la propuesta.
Los contrarios a la defenestración del monumento justifican la posición, todavía hoy, con el pretexto de que Tortosa ya lo tiene integrado, que forma parte del patrimonio, que ahora se tiene que reinterpretar como un monumento de homenaje a la paz, que no hay que hacer ruido, que no hay para tanto y, también, que mira a qué cosas algunos dedican el tiempo y que se trata de una intolerable intromisión de los barceloneses (no sé si cuentan sólo a los de la capital del país) en los asuntos internos de los tortosinos. No es menos cierto que en su día Tortosa celebró una consulta, por iniciativa del Ayuntamiento, con un 29 por ciento de participación y que ganó su mantenimiento y reinterpretación. Pero vamos por partes, ¿cómo se tienen que reinterpretar todos aquellos bombardeos? ¿Cómo se tiene que reinterpretar toda la destrucción y las muertes? ¿Cómo se tiene que reinterpretar un monumento que es una auténtica chapuza arquitectónica en medio del río? ¿Y cómo se tiene que reinterpretar el franquismo?
Hay una connivencia (solapada) más o menos explícita con el franquismo latente en una parte de la sociedad que explica algunas actitudes. A veces (muy pocas) de enaltecimiento, a veces de tímida justificación, y a veces (muchas), de restarle importancia. La derecha española decía aquello de la dictablanda para venir a decir que tampoco había para tanto. La derecha catalana, de tradición democrática, es más sutil. Aunque una parte recibió a Franco con los brazos abiertos. Todos, queriendo olvidar ahora, en un ejercicio de amnesia exasperante, que el franquismo mató mucho y mató hasta el final, que siempre dice Oriol Junqueras. Y es esta connivencia la que explica nítidamente las consecuencias de una transición que dio lugar al insólito régimen de impunidad español. Y de olvido, empezando por las más de 100.000 personas desaparecidas que se estima que todavía están en las cunetas. Muchas, la mayoría, ejecutadas con posterioridad a la finalización de la guerra. Se hartaron de matar a republicanos, se hartaron de hacer correr sangre, de matar a miles de hambre y a culatazos a los batallones de trabajadores o a las prisiones y de condenar al ostracismo a sus familias. De lavar cerebros y adoctrinar a las nuevas generaciones y de sembrar el terror para forzar a los vencidos a olvidar y a someterse mansamente.
Afortunadamente, de vez en cuando, se toman decisiones claras, diáfanas, que sepultan las ambigüedades ante el terror y el enaltecimiento de la barbarie. Gracias, Ester Capella, y gracias, Pere Aragonès, por haber dado continuidad al trabajo emprendido por Raül Romeva y Carles Mundó de reparación de la memoria histórica. Gracias a todos los que han alzado la voz en solitario durante años predicando ante la más absoluta indiferencia. Y gracias por haber puesto finalmente fecha de caducidad en un monumento que con lo feo que es ya sería motivo suficiente para arrancarlo del medio del Ebro.