Ya lo sabemos: es el niño que, como le anulan el gol, se lleva la pelota, que por eso es suya, y se acaba el juego. O él gana o no juega nadie. Esta criatura es la antesala del antisistema: el sistema solo sirve si me sirve a mí, piensa y actúa en consecuencia. Si no, me llevo la pelota.
Este es ni más ni menos que el PP: el partido antisistema por antonomasia. La última (mala) jugada ha sido dejar plantado al PSOE en la renovación del CGPJ y la revancha, la del TC. La excusa, la enésima: la pretendida reforma de la sedición, como regalo a los secesionistas. O lo que es lo mismo, a falta de otros argumentos, Catalunya es el chivo expiatorio. Todos los males que asolan, según Génova, a España, la España de la que las fuerzas vivas, vía moción de censura relámpago en 2018, los echaron del gobierno central, vienen de Catalunya.
La diagnosis es otra. El mal radica en un diseño constitucional anquilosado, corroído por la artrosis sistémica que permite que con toda normalidad, como si no hubiera la más mínima disfunción, las instituciones dejen de funcionar si no han sido capturadas por los dos partidos alfa del sistema español. Esta esclerosis, es decir, intentar hacer ganar a la Transición, como al Cid, batallas después de haberse convertido en polvo, es consecuencia de una partidocracia enfermiza que no ve más allá de su nariz, que no ve los problemas más que cuando le caen encima y que, como primera solución, se empeña en decir que no existen los problemas.
El sistema está caduco y, por lo tanto, gripado como los viejos motores, pero los alfa todavía no se han dado cuenta. Basta con mirar el número de modificaciones que han experimentado las constituciones de nuestros vecinos. En España, en más de 40 años, dos: una, el derecho de voto limitado de los ciudadanos comunitarios, consecuencia del ingreso en la UE; y otra, la prevalencia de la deuda pública sobre otras obligaciones financieras del Estado —única disposición constitucional al respeto en Europa—, consecuencia de una debilidad aliñada con miedo cerval a la intervención de los hombres de negro, que, al fin y al cabo, se produjo materialmente. Para el resto de problemas, nada: ni el modelo territorial, ni adelanto en una reforma fiscal satisfactoria para la redistribución de las rentas y con unos órganos de control y reguladores colonizados por los partidos políticos, los dos únicos que parecen existir. El caso más flagrante, constan nombres y apellidos en el BOE, el secuestro del CGPJ y del TC, del que, incluso, un militante oculto del PP llegó a ser presidente, aparte de juez y parte, cosas, las dos, ratificadas por sus colegas.
El mal radica en un diseño constitucional anquilosado, corroído por la artrosis sistémica que permite que con toda normalidad, como si no hubiera la más mínima disfunción, las instituciones dejen de funcionar si no han sido capturadas por los dos partidos alfa del sistema español
La muestra más a mano la tenemos en la negociación —mercadeo sería más exacto— de la renovación del CGPJ. De entrada, cabe decir que se hace con la ley que el PP aprobó con su última mayoría absoluta. Por lo tanto, las críticas hipócritas de los que ahora no se ven beneficiarios —algunos, no pocos, jueces— aludiendo a una politización de los nombramientos, están fuera de lugar. La anterior vez, no protestaron.
Según la Constitución, admitiendo —lo que es mucho admitir— el centralista modelo vigente, el nombramiento de los vocales del CGPJ se hace en Las Cortes. Por lo tanto, tendrían que ser las comisiones parlamentarias ad hoc —las de Justicia o la de Nombramientos—, con la participación de todos los grupos parlamentarios, es decir, todos, no solo los masoveros, quienes formularan las propuestas para ocupar las vocalías. No es un sistema constitucional, ir tachando y sumando nombres sobre unos manteles después de una comida regada adecuadamente en el reservado de restaurantes de aúpa. La canibalización partidista del sistema suministra una metodología que es abiertamente inconstitucional. El objetivo del fracaso institucional, una vez más, sea cual sea el terreno que se pise, está asegurado desde el principio. El sistema se encamina cada vez más hacia su implosión, siguiendo la mala tradición constitucional española, que este último martes señalaba aquí mismo el insigne profesor Pérez Royo.
En estas circunstancias, lo más coherente —es decir, llevar hasta la extenuación el sistema— es lo que hace el PP: solo jugar, si él tiene la pelota. Porque, parafraseando a una de sus ínclitas lideresas: la pelota es el PP, el PP es la pelota.