Que la mitad de la CUP aceptaba pulpo como animal de compañía, es decir, Mas presidente –y perdonen la ironía ustedes y el president– ya lo sabíamos, por lo menos desde la asamblea de Sabadell, la del famoso empate matemático 1.515-1.515. Que a la otra mitad eso le importa básicamente un rábano, también. ¿Realmente alguien se ha llegado a creer que una organización que funciona de acuerdo con la voluntad general de quien manda en cada momento (que desde hace mucho tiempo son básicamente las mismas/los mismos) atiende a lógicas democráticas de proporcionalidad y respeto a las mayorías, como las que el mismo Mas reclamaba el martes?
Y tiene lógica (rebentaire), la situación creada: ¿cómo puedes mantener el control de una organización desde la pureza doctrinal si, a las primeras de cambio –es decir, a las primeras de un proceso hacia la independencia que tú no controlas– te vas a la cama con el "enemigo del pueblo” en versión burgués autonomista convertido al independentismo?
¿Y si te vas con Mas, cómo podrás mantener el control de la vanguardia revolucionaria sin que la “revolución” pida tu cabeza por haberla traicionado? Es aquello de preferir a nuestros verdugos aunque sean verdugos pero al revés: si tenemos que hacer la independencia con Mas, no quiero independencia. O, dicho de otra manera más bestia: antes “español” que ciudadana/o de la República de Mas o de cualquier "burgués" por el estilo por más que sea de "los nuestros".
De hecho, y más allá de los carteles cuperos con Mas boca abajo como un Felipe V cualquiera, eso lo comparten y hasta lo expresan exquisitamente respetabilísimos dirigentes, opinadores y tuiteros de todos los colores del “catalanismo”, del “republicanismo” y del “independentismo” auténtico, o sea, “de izquierdas”, a menudo con el aplauso entusiasta de la “derecha” y el “moderantismo” más hipócritas.
El aparato de la CUP prefiere un 9N organizado por Colau antes que arriesgarse a perder el control de la organización aceptando a Mas como piloto del procesoEl aparato de la CUP (Endavant-OSAN y sus organizaciones satélites) apuesta por un referéndum “unilateral” desde la confluencia con toda la izquierda catalana, es decir, básicamente en alianza con el colauismo-podemismo y con ERC en posición subsidiaria, antes que arriesgarse a perder el control de la organización encamándose con lo que algunos de sus propagandistas denominan el “JuntspelMas”. Hacerlo supondría entregar el mando a otros grupos como Poble Lliure, partidarios de aceptar pulpo, es decir, Mas, como animal de compañía.
El sanedrín cupero esperó al resultado del 20D, o sea, a las elecciones generales españolas, sí, es-pa-ño-las, en las cuales promovió la abstención para restar votos a ERC y DiL a favor del colauismo. A partir de ahí, de manera implacable, ha decidido mandar al carajo a Mas, al 27S, al “proceso”, a su candidato, Antonio Baños, y al que haga falta (cuidado, Junqueras).
Un referéndum, eso sí, “unilateral”. ¿Y es que quizás no se hizo un referéndum unilateral el 9N? ¿Quizás no votó, por ejemplo, David Fernàndez, en aquel “simulacro”, o Lluís Rabell, talmente como hicieron 2,3 millones de personas? ¿Quizás centenares de miembros de la CUP, sí, no colaboraron en los preparativos? ¿Acaso el ciudadano Mas no está imputado por la justicia española por haber dado cobertura institucional a aquel “sucedáneo de consulta”?
Pues sí. Y, por todo eso, la dirección de la CUP prefiere un nuevo 9N organizado por Colau antes que arriesgarse a perder el control de la organización aceptando a Mas como piloto del proceso. Legítimo. Si no fuera porque la legitimidad de esa estrategia se basa en la destrucción del "enemigo del pueblo", del ciudadano Mas, simplemente porque para algunas y algunos tiene el problema (irresoluble) de haber nacido.