Los presos de Lledoners han pasado del tercer grado al peor aislamiento posible: veintiuna horas de las veinticuatro que tiene el día. El 100.2 —permiso de trabajo— había consolidado una situación más o menos tolerada, más o menos confortable, aunque muy lejos de la libertad. El paso al tercer grado sin haber cumplido una cuarta parte de la condena fue interpretado como una provocación (previsible) por el Tribunal Supremo de Marchena, magistrado que habían avalado algunas defensas que no quisieron admitir que aquel era un juicio político.
La respuesta de la justicia española no se ha hecho esperar. Y el castigo no ha sido contestado por nadie. Es un absurdo. El resultado del tercer grado ha sido un paso adelante efímero para dar tres atrás. Sin ninguna contestación. Cuando la fuerza se pierde por la boca estas son las consecuencias. ¿Y me pregunto dónde están ahora los que exigían tan bravos a la consellera Ester Capella (el president Torra silbaba) la clasificación del tercer grado? Pues me temo que, probablemente, de vacaciones en la segunda residencia.
Ayer volvíamos a escuchar al milhombres del Parlament asegurando que hay miles de catalanes dispuestos a ir a prisión. No debe ser su caso, vista la pericia que tiene para zafarse cuando la cosa se pone fea. Lo que sabemos seguro es que en la prisión están los que están, y que a él no lo esperan si no es de visita para provocar el disenso. El milhombres del disenso es, además, el artífice de un divorcio. Él y sólo él dilapidó el consenso de los presos en su día, con una maniobra partidista y mezquina. Y, por mucho que no trascendiera, así lo vivieron y sufrieron los presos políticos. Qué papel más triste para un sueldo tan suntuoso.
Seguir con esta política de declaraciones subidas de tono, gratuitas, de milhombres que se dan golpes en el pecho como gorilas, de gestos al vacío, sólo nos hace hacer el ridículo. Y la evidencia es esta retirada del tercer grado implacable mientras el president Torra se vuelve a llenar la boca de una confrontación inexistente (si no es la partidista), pavoneando de una fuerza que ni tiene ni tendrá. Nunca la distancia entre aquello que dice y aquello que hace había sido tan insalvable.
Abra los ojos, president, y frene esta comedia si de verdad no está más preocupado por qué dirá la Wikipedia que el país. No se deje utilizar más. No necesitamos más consignas encendidas, sino generar confianza y que alguien nos explique honestamente cómo lo tenemos que hacer para volver a hacerlo. Y esta vez hacerlo bien y hasta el final. Y por eso hará falta generosidad, hablar menos y ser más eficiente, sumar y sumar, prepararse a conciencia.
No se puede dar lecciones de lunes a viernes mientras algunos patriotas encendidos pasan el fin de semana en Sa Caleta de Ibiza a cuerpo de rey. Es de vergüenza ajena.