Inés Arrimadas decidió inmolarse ayer proponiendo una moción de censura testimonial, que tiene como único objetivo erigirla como la lideresa de la chabola españolista resistente a Catalunya. A pesar de los artículos incendiarios de los diarios de Madrid, el gobierno de Rajoy no hará nada más que tratar de entorpecer la organización del referéndum con papelitos y admoniciones verbales.
En la Moncloa confían en que la Generalitat no tendrá capacidad de organizar un referéndum pero Rajoy sabe que, si la mayoría de los catalanes, por los motivos personales que sean, decide ignorar las instituciones españolas, no podrá hacer nada para evitar la independencia. En Catalunya, el españolismo es como un niño de papá que ve arruinarse a la familia y, en vez de ponerse a trabajar, acelera el tren de vida para huir adelante.
Los unionistas estaban tan acostumbrados a la tranquilidad que les daba el contexto de amenaza física, y los sobrentendidos que de él se desprendían, que ahora se sienten desprotegidos y en peligro. Las rabietas que vimos ayer, y las que veremos los próximos meses, no son fruto de ningún escrúpulo democrático. Vienen de la mezcla de rabia y de miedo que la libertad de Catalunya produce a los ciudadanos que han vivido de la herencia de la represión.
Los partidos independentistas no han dado un gran ejemplo de talento. Pero exigir que políticos formados para gestionar una autonomía se convirtieran de repente en Bismarcks y Maquiavelos es un poco cínico y excesivo. Por las mismas razones que el independentismo no ha estado brillante, Arrimadas y sus amigos han cometido equivocaciones de fondo que sólo se pueden explicar por el desconocimiento insultante que tienen del país que dicen defender.
Cuando la líder de Ciutadans insinúa que algunos diputados de Junts pel Sí podrían votar a favor de su moción de censura, sólo pone en evidencia que su proyecto autonómico pasa por seguir comprando independentistas como hicieron CiU y el PSC durante tantos años. Madrid siempre ha trabajado sobre la tesis que los catalanes son fáciles de comprar. El problema es que, con la democracia, algunos han olvidado que para poder comprar a unos pocos, antes el Estado siempre ha tenido que matar o acojonar a muchos otros.
Con respecto a las argucias del miércoles, el unionismo quemó todos los puentes de vuelta a casa sin ni siquiera darse cuenta. Después del espectáculo que organizaron los partidos, ningún Estatuto se podrá volver a vender nunca más a Catalunya como una herramienta de liberación y bienestar. Utilizar la letra pequeña del texto autonómico para ir contra la autodeterminación fue una manera excelente de poner en evidencia hasta qué punto el Estatuto ha sido una herramienta de dominación española.
Si los diputados unionistas hubieran seguido una estrategia más política, en vez de hacer al pedante con tecnicismos, habrían dejado más margen a la posibilidad de preservar un camino de retorno para el independentismo. Utilizar la letra pequeña del único texto legal que ha representado un poco a los catalanes en los últimos tres siglos para intentar humillar a la presidenta del Parlamento con discursos de listillo fue un error que el unionismo pagará muy caro.
De momento ya hemos visto Arrimadas diciendo que l'Hospitalet no es Ripoll, mientras se prepara para inmolarse por la autonomía, en una moción de censura que no podrá ganar. Me parece que fue Jordi Pujol que una vez me dijo que, sólo cuando estás derrotado, te preocupas de dejar testimonio.