La predictibilidad alemana, por suerte, se ha cumplido de nuevo. Me refiero a la predictibilidad en relación con las encuestas electorales y, en especial, a las encuestas a pie de urna; algo que no es menor si tenemos en cuenta que eso ya hace tiempo que no se da en nuestro país ni en tantos otros.
Y es que los resultados de las elecciones de este domingo han confirmado, en gran parte, las previsiones que habían hecho las encuestas; con una victoria de los Cristianodemócratas (CDU/CSU) con el 28,5% y 208 escaños, segundos por primera vez en la historia reciente por la extrema derecha de Alternativa para Alemania (AfD), con el 20,8% y 152 escaños. Continuando con los Socialdemócratas (SPD) en tercera posición y con un 16,4% de los votos y 120 escaños; y los Verdes con un 11,6% y 85 escaños. La sorpresa, en todo caso, la habría dado Die Linke, que de estar prácticamente fuera de la ecuación parlamentaria hasta hace pocos días a las encuestas, finalmente ha sacado un 8,8% de los votos y la no despreciable cantidad de 64 escaños. Por el contrario, el nuevo partido de izquierda, el SSW, aunque inicialmente superaba en las encuestas a Die Linke, al final se ha quedado con un solo escaño; y los Liberales, como era previsible, han quedado fuera del Bundestag.
La cuestión, sin embargo, es cómo analizamos estos resultados. Por una parte, queda claro que el fulgurante ascenso de la extrema derecha —y más teniendo en cuenta la historia de la Alemania del último siglo— genera muchas preocupaciones, especialmente si tenemos en cuenta el altísimo porcentaje que esta ha recibido de los votantes más jóvenes. De hecho, es el propio futuro canciller, Friedrich Merz, quien avisó ayer de los peligros que esto podría comportar en las próximas elecciones, previstas para 2029. Sobre todo si el nuevo gobierno alemán que él encabezará no es capaz de dar respuestas convincentes a los grandes y varios retos a los que se enfrenta su país. Y, sinceramente, muchos de los problemas que actualmente tiene Alemania, sobre todo en el ámbito económico, son estructurales y difíciles de resolver a corto y medio término.
La distribución territorial del voto también genera inquietudes, con la antigua Alemania del Este muy escorada hacia la extrema derecha. Precisamente la parte de Alemania que, de nuevo por razones estructurales, lo tiene más difícil para volver a un ciclo de crecimiento, con el consecuente incremento de desencanto, frustración e idealización del pasado que tanto alimenta el voto extremista.
Pero, por otra parte, sobre todo si pensamos en clave Europea e internacional, la parte más positiva de estos resultados es la emergencia de un nuevo liderazgo en el continente. Un nuevo canciller con las ideas lo bastante claras sobre los retos a los que se enfrenta Europa, empezando por Ucrania y la administración Trump, y que no se hace trampas al solitario sobre la situación real del Viejo Continente en la compleja y volátil geopolítica mundial.
Un futuro canciller que durante la campaña mostró de manera vehemente su rechazo total a las interferencias electorales de Elon Musk y, sobre todo, al agresivo discurso del vicepresidente de los EE. UU. —J.D. Vance— hace unos días en la Conferencia de Seguridad de Múnich. Un Friedrich Merz que ve a Alemania al frente del choque entre democracias y regímenes autoritarios y que está dispuesto a afrontar el reto.
Mientras Trump, con una agenda desconcertante e irresponsable destruye la relación transatlántica, debilita Ucrania y envalentona a Putin; hace falta que Europa empiece a dar respuestas
Y esto es bueno y necesario, no solamente para Europa, sino que también para el futuro de la democracia a escala global. Porque mientras Trump, con una agenda desconcertante e irresponsable —también para los intereses a medio y largo término de los norteamericanos— destruye la relación transatlántica, debilita Ucrania y envalentona a Putin; hace falta que Europa empiece a dar respuestas y estas no pueden venir exclusivamente de un Macron debilitado o de un Starmer aislado en su insularidad post-Brexit.
Si a esto sumamos la cumbre que bajo el título "Apoyo a Ucrania" se llevó a cabo también ayer a Kyiv, en el marco del tercer aniversario de la infausta invasión de Ucrania, empezamos a tener algunos motivos —ni que sean moderados— para un cierto optimismo; después de unas semanas de desconcierto resultante de las iniciativas poco ortodoxas de Trump y su entorno. Una cumbre que contó con la participación presencial o por videoconferencia de los líderes de las instituciones europeas y de más de veinte países, mayoritariamente europeos, pero que también incluían Japón, Turquía o Canadá; en clara contraposición a las supuestas "negociaciones de paz" promovidas por la Casa Blanca la semana pasa en Riad.
Una mayoría —la reunida ayer en Kyiv— que quedó reflejada también ayer en el voto de la Asamblea General de Naciones Unidas en Nueva York sobre Ucrania donde, por primera vez en mucho tiempo, Estados Unidos decidió ir de la mano de países como Rusia, Bielorrusia o Corea del Norte; en vez de votar con la mayoría de noventa y tres países que de nuevo condenaron la invasión rusa.
¿Está, pues, el vaso del todo lleno? Evidentemente no. Son muchos los retos que tiene enfrente Alemania, como lo son también los del resto de Europa. Hay que ver qué coalición podrá formar Merz y cuál será su solidez y éxito en la gestión. Especialmente teniendo en cuenta la falta de experiencia gubernamental de Merz, que nunca ha sido ministro ni ha ocupado un cargo importante en la administración. Sí en la CDU, en el ámbito parlamentario o en el mundo de la empresa. Como tampoco sabemos qué sorpresas nos tiene preparadas para el futuro la volátil Casa Blanca, ni cuál será la gobernanza que quedará en Francia después de las elecciones presidenciales a principios del 2027, o al resto de Europa. O el papel que piensan jugar a los aliados de Trump en el Viejo Continente: una Meloni, Orbán o Fico que, por cierto, hace unos días que están bastante silentes.
Pero con la elección del nuevo canciller, y con una Europa que empieza a reaccionar, junto con países claves como Canadá y Japón o la oscilante Turquía, en ciertos de los embates de Donald Trump hoy —veremos mañana— hay suficientes motivos para ver el vaso medio lleno.