“La mayoría de la gente aprende a salvarse limitando artificialmente el contenido de su consciencia”
Thomas Ligotti, La conspiración contra la especie humana
No les extrañe ver cualquier día a los jueces entrando en juicio mientras llevan bajo el brazo no un código sino el que podría ser el libro de cabecera de Rust Cohle en True Detective. En el de los togados hay un sutil cambio de título respecto al ensayo de Ligotti. De conspiración contra la especie humana ha mutado en una conspiración contra el Poder Judicial. La conjura se ha convertido en el leitmotiv en el que muchos jueces estrellan su desaliento por el incontestable y persistente descrédito en el que está cayendo su función ante parte de la opinión pública de todo el territorio nacional. Algunas asociaciones judiciales han llegado a plasmar tal idea en sus comunicados, decenas de jueces lo hacen cada día en las redes sociales y, lo que es más estremecedor, el propio Tribunal Supremo lo plasma ya en sus resoluciones.
Lo más complicado de esta cuestión reside en la fórmula utilizada para obviar el hecho de que existe un pensamiento crítico que, desde diferentes ámbitos ideológicos o políticos, muestra su malestar y su estupefacción por decisiones que resultan incomprensibles, arbitrarias o simplemente erróneas de algunos de sus compañeros. “Existe la voluntad de desacreditar a los jueces, de crear el ambiente propicio para poner fin a la independencia judicial”, braman algunos en las redes y en sus correos corporativos y mensajerías privadas. Las mujeres que protestan en las calles por la sentencia de La Manada, los que alucinan con el diferente trato a Casado, los que creen que los presos preventivos deberían estar en libertad, los políticos que se lo recuerdan, los catedráticos que consideran que los hechos no encajan con la rebelión, los periodistas que lo denunciamos: todos formamos parte de la conspiración contra su honor. Lo curioso es que dentro de esta idea no sólo anidan los jueces más conservadores y casposos sino que muchos de entornos supuestamente moderados también se han unido a la fiesta de considerar que no sólo se trata de un hecho orquestado sino que “la única duda sobre esta pertinaz y burda campaña contra los jueces es lo que cuesta porque quién paga y cuánto va a durar es muy fácil de deducir”. Eso sí, no lo dice.
Lo más complicado de todo ello es que gran parte de la carrera judicial no es capaz de darse cuenta de que las críticas son reales y de asumir que la realidad engranada pero imperfecta del sistema que les enseñaron es muy diferente a la degeneración que los hechos dejan traslucir. No deja de estar presente la duda sobre si personas que están demostrando ser capaces de ponerse anteojeras de este tamaño sobrenatural están cada día tomando con el mismo calibre la medida de los hechos que les ponen sobre la mesa. Quizá por eso no dicen nada cuando deberían ver estupefactos como el Tribunal Supremo considera en una resolución con papel timbrado que la recusación legal de sus magistrados, amparada por el derecho de defensa, se convierte en una forma de “empañar la honorabilidad de la justicia española”.
Con el honor y con lo español hemos topado. El honor entendido como una forma de blindaje ante cualquier control, inspección, escrutinio, crítica o denuncia respecto a cómo algunos hacen funcionar el sistema
Y ahí, con el honor y con lo español hemos topado. El honor entendido como una forma de blindaje ante cualquier control, inspección, escrutinio, crítica o denuncia respecto a cómo algunos hacen funcionar el sistema o sobre sus posicionamientos políticos que, por supuesto, en su imaginario no afectan jamás a su imparcialidad. Por eso se pusieron bien bravos con las filtraciones del correo corporativo y no han parado de estigmatizar a los que creen que traicionaron a la omertá grupal por filtrarlos. No es que el contenido sea inédito o haga falta robarlo para saber que existen jueces fuertemente politizados en el tema catalán y que no tienen prurito en hacerlo público, aunque lo disfracen de técnica jurídica. “El independentismo naufragará en su propia cutrez. Creían que en lugar de tratar con conciudadanos almacenaban mano de obra estúpida y ahora no reciclan la rebelión de los que siempre despreciaron, ni a los que consideraron traidores, los justos de 8 apellidos que no tragan con esta mierda”, ignoro lo que quería decir, es, como poco, confuso, pero así con escatología y todo se pronunciaba una juez bajo anonimato en Twitter. Otro, con nombre y apellidos, acusaba al diario de Madrid que reveló los correos y a su director de “mantener una extraña alianza con los independentistas”.
Y mientras así se desgañitan, prefieren olvidar que el lunes comenzó su nuevo curso como flamante fiscal la hija del magistrado Marchena. Un hecho fruto de un trato de favor en el que han intervenido Gema Espinosa ―la directora de la Escuela Judicial y mujer del juez Llarena― y el presidente Lesmes para conseguir que una vez ingresada en la carrera judicial y comenzados sus estudios en Barcelona el curso pasado, pudiera volver atrás, elegir la carrera fiscal y quedarse a estudiar en Madrid. Algo inédito, irregular e imposible hasta la fecha pero sobre lo que se ha negado toda documentación. Esta semana Podemos ha vuelto a exigir en el Congreso que se examinara la licitud de lo que parece un favor de Espinosa y Lesmes a Marchena y que ha obligado a realizar incluso un cambio de partida presupuestaria para atender el caso único de la hija del magistrado que presidirá el juicio del procès. El CGPJ ha ninguneado a las asociaciones judiciales y de fiscales que le exigieron que entregara todos los papeles sobre este caso escandaloso al que ya han tejido las fuerzas vivas un manto de silencio “por el bien de España”. Dejan de lado también un asunto tan inaceptable como que la que fuera segunda del exministro Catalá se haya permitido levantar el teléfono para saber qué iba a hacer una magistrada respecto a Pablo Casado. Han exigido respeto mediante comunicados a la vicepresidenta del Gobierno por considerar que la prisión preventiva podría levantarse, pero nunca preguntaron por la magistrada de la Audiencia Nacional que le filtró al PP que les escuchaban en el caso Lezo. Ese es el rasero.
No son todos pero son muchos y no sólo creen que el mundo se confabula contra su posición sobre el pedestal sino que no tienen prurito en manifestarlo porque, como es sabido, la imparcialidad se les presupone como el honor y porque hacer públicamente declaraciones políticas es algo que no les influye jamás en el juicio. Tienen en la mesilla de noche su libro sobre conjuras. Sólo queda esperar que no les mute en la de los necios.