“El régimen británico es el de una nación en la que la república se esconde bajo la forma monárquica”
Montesquieu. L’esprit des lois
Hace ya muchos veranos que el que fuera presidente del Tribunal Supremo, Carlos Dívar, me dijo: “En España, Elisa, el verano lo cura todo”. Hablaba entonces de cosas que me afectaban, pero se refería a una dinámica constatada que se ha vuelto a poner en marcha de nuevo este 3 de agosto con la esperanza de que aún funcione.
El rey emérito se ha quitado de en medio.
Siento disentir con tanta frase grave que se está pronunciando en estas horas, pero yo no tengo la sensación de asistir a otra cosa que a una operación de comunicación de crisis institucional que intenta apartar del primer frente de la opinión pública al rey emérito para evitar que la sucesión de titulares dando cuenta de escándalos adverados y no adverados se lleve por delante también a la institución. Se trata de un cortafuegos realizado en plena canícula, por mor de que el verano extinga el debate entre bostezos y siestas y volvamos a empezar el curso sin ese molesto elefante en la habitación. Molesto no sólo porque perjudique a la institución en sí o suponga un riesgo de salpicar al actual jefe del Estado, que también, sino porque las presiones en este sentido pueden afectar al desarrollo previsto de la política española y eso es bastante más molesto. Cuando estas cosas pasan, cualquier experto en comunicación de tres al cuarto sabe que hay que sacar de foco al quemado y, además, que hay que hacerlo cuando menos oleaje produzca.
No estoy de acuerdo con que Juan Carlos I haya huido o se haya fugado de la justicia, como apuntan algunos, puesto que ahora mismo es una persona que no está incursa en procedimiento judicial alguno ni en España ni en Suiza ni en Pernambuco. Yo defendí ampliamente que Puigdemont no se había fugado sino que había salido como ciudadano libre cuando aún no había abierta causa contra él. Hay que ser coherente. Tampoco se fuga en diferido. No existe la más mínima posibilidad de que de ser llamado a declarar o a cualquier otra cosa dejara de hacerlo: eso sí que supondría dar una patada al trono con su hijo dentro y, recuerden, no hay mayor misión para cualquier monarca, cualquiera, de cualquier país o tiempo, que el mantenimiento de su dinastía. Y miren que no les digo que lo de la Fiscalía del Supremo no sea también un cortafuegos.
El emérito sigue manteniendo el tratamiento y formando parte de la familia real. No se ha firmado ni un solo documento, nada se ha publicado en el BOE. Sólo una carta de un padre a un hijo, así que, en puridad, sólo se ha ido para un largo viaje
Yo lo que veo es una operación de comunicación y de gestión de crisis y la permanente batalla por el relato de todos. En el mundo líquido toda batalla es la batalla del relato y, desde esa perspectiva, no puedo decirles si ganará alguno o si seguirán coexistiendo como arma arrojadiza entre facciones políticas, que es lo más probable. Lo que sí puedo repasar son los hechos y los hechos sólo nos dicen que el anterior jefe del Estado ha salido de viaje. Ha salido de viaje voluntariamente y podría regresar cuando quisiera sin ninguna consecuencia que se sepa. ¿Quién puede hablar en esas condiciones de exilio o de fuga o de huida?
Va a residir en el extranjero, pero eso tampoco es una novedad. Hemos asistido al levantamiento del velo sobre las distintas residencias que ha tenido, en los Alpes o en Londres, sin que nosotros los supiéramos, ¿dónde está la diferencia? En 1992, cuando el gobierno de González precisaba relevar al ministro de Exteriores, por la grave enfermedad de Fernández Ordóñez, no pudo hacerlo porque “el rey estaba fuera de España” y no podía firmar el decreto. El rey estaba en Suiza con Marta Gayá. Juan Carlos I ha salido mucho de España, es la verdad.
El rey se ha quitado de en medio para intentar contener el escándalo y que bajen los titulares. Sigue manteniendo el tratamiento y formando parte de la familia real. No se ha firmado ni un solo documento, nada se ha publicado en el BOE. Sólo una carta de un padre a un hijo, así que, en puridad, sólo se ha ido para un largo viaje.
Mientras, se entretiene al pueblo al que se le lanza el monigote para que lleve a cabo eso tan español que Goya reflejó en El Pelele, destrozar a aquel al que ensalzó. Como dijera Pushkin: “La chusma se regocija en su ruindad con las humillaciones de los que están más alto pero es pequeño y vil, pero de un modo diferente al vuestro”. Leña al mono que es de goma. En redes sociales parte de esa vileza de espíritu está salpicando también a doña Sofía y, la verdad, eso sí parece, dadas las circunstancias, especialmente cruel.
No dejo de sorprenderme del análisis que se hace, hablando de otros Borbones que salieron, estableciendo paralelismos. No los hay. Como republicana que siempre he sido, soy perfectamente consciente de que ninguno de estos equilibrismos ni declaraciones afecta a la realidad. No vivimos en una monarquía, sino en una monarquía constitucional. Es la Constitución la que marca la forma de gobierno. Da igual que Torra pida la abdicación del rey actual, porque constitucionalmente sería sucedido por su hija mayor. No, la cuestión mollar es la constitucional y sólo una reforma constituyente podría cambiar la forma de gobierno. Creo que hemos dejado atrás ya las asonadas, los golpes de estado y las guerras civiles, fórmulas habituales de cambio en España.
La monarquía parlamentaria no está en riesgo en España porque, excepto los que consideran que su causa saldría mejor de la situación peor, nadie quiere asomarse a un abismo. Como escribió Ignacio de Loyola, “en tiempo de desolación, nunca hacer mudanza”, y el tiempo de ahora es una gran crisis sanitaria, económica, territorial e institucional. Ahí es nada.
Ahora, señores, les dejo con los relatos.
Disfruten del espectáculo y compartan el que más felices les haga.
La realidad es que el rey emérito ha salido para un largo viaje, en espera de que la tormenta de su corrupción amaine y, la verdad, este siglo tormentoso puede que reserve aún sorpresas capaces de dejar lo suyo en un chaparrón de verano.
Es la condena de vivir tiempos interesantes.