“Azí es la vía. Yo quería quedar bien, pero lo que no pué zé, no pué zé."
Joaquín Rodríguez, Cagancho
No hay anécdota ni dicho que resuma mejor en castellano el quedar en ridículo y hacerlo rematadamente mal en público que aquel que reza: “Ha quedado como Cagancho en Almagro”. Cagancho era un torero de los años veinte del pasado siglo, un ídolo de masas, la Rosalía de la época. Una corrida suya era un acontecimiento en toda regla que desataba a las masas. Así, cuando se supo que iba a torear en la plaza de Almagro el 26 de agosto de 1927, aquello fue un no parar. Los trenes llegaban con la gente colgando de los estribos, la plaza se llenó hasta la bola y por encima de su capacidad con un sol de justicia. Los fans siguieron a su ídolo a pesar de las incomodidades derivadas de un acto tan masivo.
Los otros dos toreros lo hicieron pasable, pero cuando llegó el tercero de Cagancho, el público comenzó a alucinar. Ya en el sexto, aquel hombre se volvió loco y empezó a pinchar al toro donde no debía, le salió despedida la capa, acabó corriendo e intentando pinchar al toro desde la barrera... un puñetero desastre que ni un principiante. Comenzaron los indignados fans a tirarle almohadillas y luego botas de vino y hasta botijos y, por fin, saltaron a la plaza sin importarles que el morlaco siguiera malherido en el redondel. Iban a lincharlo por incompetente. Fue preciso que cargara la Caballería y que la Guardia Civil rodeara al poco diestro Cagancho para sacarlo de allí sin ser apalizado. Quedar como Cagancho en Almagro es, desde entonces, sinónimo de hacer el mayor de los ridículos. Nunca ha habido otra bronca en un espectáculo público como aquella.
Ahora pareciera que el célebre matador, que ora lo hacía muy bien ora la cagaba, se hubiera reencarnado para dictar resoluciones que no sólo parecen no tener ni pies ni cabeza, sino que, de hecho, no deben tenerlos puesto que resultan totalmente inoperantes. Y digo yo que qué hay peor para quien dicta una resolución que pretende ser obedecida que al día siguiente se quede inoperante por la fuerza de los hechos. Todo siempre en relación con la cuestión catalana en la que, siento volver a insistir en ello, es como si a los responsables jurídicos les fuera algo personal. No encuentro otra explicación para el hecho de que se empeñen en labrar el propio ridículo de la institución al ordenar cosas que no pueden ni van a ser cumplidas. Y más me choca que los que se declaran acérrimos defensores de las instituciones españolas no hayan comenzado a levantar la voz y a tirar unas almohadillas a la vista del papelón que seguimos haciendo en Europa. ¡Qué necesidad!
Lo de Llarena era la última jugada magistral para impedir que Ponsatí tomara posesión, puesto que no me cabe duda de que tenía la intención de lograr impedir que físicamente saliera de Escocia y acudiera a Bruselas para realizar los trámites administrativos
Así tenemos de nuevo al inefable Llarena interpretando él solito el tratado de desconexión del Reino Unido de la Unión Europea. Llarena nos dice que Clara Ponsatí tiene inmunidad, pero que ha descubierto él una trampita para aguarle la fiesta. En su auto ordena que se pida el suplicatorio al Parlamento Europeo pero también deja claro que él, el juez Llarena, no puede esperar a tal “formalidad” y que el truqui es que es inmune pero no ya en Reino Unido desde el uno de febrero por el Brexit. Dejando a un lado la interpretación que el excelentísimo magistrado hace del tratado de salida, olvidando las disposiciones transitorias durante el periodo de cadencia, al parecer, lo cierto es que cuando les escribo esto, día 4, Ponsatí vuela en un avión hacia Bruselas y que, cuando lo lean, ella estará ya de hecho allí con conocimiento del juez escocés al que no parece haberle hecho ninguna mella el argumento por el que se solicitan que se aumenten las medidas cautelares y de control sobre ella: "Cuanto porque pudiera confluir el riesgo de que la encausada abandone el territorio del Reino Unido para establecerse en un país de la Unión en el que la inmunidad le alcance".
La inmunidad le alcance, dice Llarena, que sí que parece en una huída de sí mismo para correr más que la inmunidad, una institución democrática a la que si desea poner final sería mucho más respetuoso que esperara a la decisión del Europarlamento. A fin de cuentas, ¿a él qué le va en no esperar al suplicatorio?, ¿o sí le va algo personal? El caso es que pide que se la dejen allí encerrada, en el Reino Unido, y ya la tenemos en el corazón de la Europa Continental.
Y es que Ponsatí debe tener un abono de tendido de sombra para esta faena. Es en su caso también en el que la Junta Electoral Central se ha hecho también un Cagancho de los que hacen época. Entiéndame, si hay alguien que esté remedando al maestro de Triana son los miembros de la JEC, pero en el caso de Clara Ponsatí ha sido de enmarcar. Después de pasarse la sentencia del TJUE por el arco de sus deliberaciones y citarla dos veces a jurar la Constitución en Madrid, los miembros irredentos de la JEC no tuvieron mejor ocurrencia que declarar su escaño de eurodiputada vacante... para que sólo dos días más tarde el Parlamento Europeo la reconociera como tal. Que no me digan que no son ganas de que te dejen en ridículo en un lapso de tiempo tan rápido como el relámpago. Tan en ridículo que el propio Llarena le reconoce la inmunidad como eurodiputada desde ese día 1, así que ni el del Supremo se ha creído la decisión de la Junta Electoral.
Lo de Llarena era la última jugada magistral para impedir que tomara posesión, puesto que no me cabe duda de que tenía la intención de lograr impedir que físicamente saliera de Escocia y acudiera a Bruselas para realizar los trámites administrativos. Otro chasco. Ya les digo que, cuando escribo esto, Ponsatí vuela ya camino a la capital de la Unión Europea sin que nadie le haya impedido físicamente su salida.
Cagancho tenía la excusa de que, de vez en cuando, tenía unas tardes gloriosas. Otros no pueden decir tanto.