En cuanto finalicé mi participación en el programa Col·lapse —gente magnífica, por cierto— me subí al coche y me fui para Francia, en dirección Grenoble, ciudad en la que vive George Tyras, una de las mejores herencias paternas. De las malas, ya me guardé y alejé a lo largo de los primeros años de orfandad, para poder vivir libre de castradores y castradoras.
Necesitaba marcharme de Barcelona, una ciudad que cada vez reconozco menos, por haberse convertido en un avispero de castigados por la cultura de la globalización sostenible y reggaetonera. Barcelona es una ciudad degradada y con una identidad tan perdida que ya no es el cap i casal de nada. Los ocho años de gobierno Colau han sido demoledores y han hecho perder a los barceloneses, definitivamente, el seny i la rauxa. La Barcelona domesticada por los Comuns es tan igual a las demás ciudades edulcoradas por la política-corrección, que da asco y apesta a mierda globalizada, a marihuana, a meado y a sudor de ciclista que se pasa los semáforos y las señales de tráfico por el arco de triunfo. Por cierto, durante el viaje en coche, escuché a Ada Colau desmarcándose de la Copa América y no me sorprendió. Quiere que se haga una auditoría por fraude, dice. Si la Copa América fuera un éxito, declararía ser la responsable. Los éxitos son suyo, los fracasos, de los demás, y si pierde las próximas elecciones a la alcaldía, será culpa del heteropatriarcado y de la elitista oligarquía barcelonesa.
Y mientras conducía por la autopista francesa, me sentí confortable, mucho menos patrullado por los radares de Barcelona y Catalunya, espacios geográficos donde se ha instalado una cultura de castigo contra los conductores, a los que se les obstaculiza la conducción por la ciudad con un objetivo claramente recaudatorio, y se les enloquece en la carretera con los constantes cambios de velocidad cada medio kilómetro, con el afán de recaudar todo lo que se ha perdido con la nefasta desaparición de los peajes. En la autopista francesa en dirección a Lyon, la velocidad permitida es de 130 km/h, con interludios de 110 km/h, lo que me hace pensar en que los 80 km/h que marcan algunos tramos de la AP-7 alejados de los centros urbanos son fruto de la incompetencia de nuestros gestores del tráfico, que tapan su incapacidad tratándonos como a un rebaño de imbéciles.
Un largo viaje por carretera da para perder el tiempo imaginando distopías felices o apocalípticas y llegué a Grenoble de noche. Grenoble es una ciudad que me gusta, como me gustan Toulouse o Lyon por ser francesas. Mi abuelo Joan me lo decía siempre. "Qué lástima que el tamborilero del Bruc no se hubiera metido el tambor por el culo". Y es que Joan, un autodidacta, era un afrancesado que, una vez exiliado en Francia después de la guerra, habría hecho carrera profesional si la persecución de la Gestapo no le hubiera obligado a regresar a España en 1943. Sea como fuera, la vida, como me decía mi padre recuperando una canción mexicana, “es la ruleta en la que apostamos todos”, y llegué a Grenoble, como tantas otras veces, para pasear por sus calles y sus mercados con los oh là là, à bientôt y el on y va como banda sonora. Esta ciudad es uno de los principales centros de micro y nanotecnología de Francia, pero tiene un aire provinciano que me encanta y que me la hace imaginar como el escenario de una película de Rohmer o de Chabrol.
Barcelona es una ciudad degradada y con una identidad tan perdida que ya no es el cap i casal de nada
A lo largo de los días como huésped en casa de Tyras, conocí las vicisitudes de una ciudad gobernada por Éric Piolle, un alcalde del partido Les Ecológistes, ejemplo de que el nombre de una formación de izquierdas no siempre está en concordancia con el talante de su política. Con respecto a la cultura, la alcaldía de los ecologistas ha cerrado varias bibliotecas públicas para centralizarlas, por cuestiones meramente presupuestarias, y ha decidido boicotear un acontecimiento como el "Printemps du livre" por considerarlo elitista y no de interés general. El certamen se celebraba en el hall del Museo de Arte Contemporáneo, y la responsable de cultura estimó que era un lugar —un museo y de arte contemporáneo— que podría asustar a ciertos lectores no elitistas. El hecho es que la cultura en general les molesta.
Y desde un punto de vista comercial, Piolle y sus discípulos decidieron convertir el centro de la ciudad en zona peatonal, una decisión que supuso caos y discordia para un área que sobrevivió con muchas dificultades a la crisis provocada por la COVID-19. Actualmente, por cada dos comercios abiertos, hay uno cerrado. Junto con estas evidencias palpables de crisis, Tyras me explica la otra crisis, la de valores, que asola París, o Francia, un país desorientado que está perdiendo todo aquello por lo que lo admiramos y criticamos al mismo tiempo. Porque si Francia pierde la grandeur, ¿qué haremos con la histórica envidia peninsular hacia un país que delata la mediocridad de España?
La decadencia de Grenoble es menos palpable que la de París. El tiempo, en una ciudad provinciana, pasa más lento. Si en los ochenta París ya no era lo que era con respecto a los cincuenta o sesenta, en esta década del 2020 París es una sombra de lo que fue, incapaz de gestionar una globalización cultural incontrolable gracias a las redes sociales y a una alcaldesa de una mediocridad del color del Sena. Anne Hidalgo y Ada Colau han hecho frente común en muchas causas y comparten una ambición mal disimulada. Y lo del partido del alcalde Piolle y su obsesión enfermiza hacia todo lo que él considera elitista, me recuerda aquellas palabras dichas por Colau al chef del "Dos Palillos" cuando este le pidió ayuda por la inseguridad de la zona. "Un restaurante como el suyo no debería estar en El Raval, porque restaurantes así, la gente del barrio no se los puede permitir". Vive l’involution, a bàs les élites!!! Cuando una intolerante tiene una cultura condicionada por sus inseguridades, se dicen cosas así.