Este es mi primer artículo del año 2025. Por tanto, lo primero que hay que hacer es desear a todos los lectores un año lleno de felicidad, buenas noticias y salud. Cuando menos, que por buenos deseos que no quede.

Otra constante de estas fechas es invocar una serie de objetivos, de buenos propósitos y de buenas intenciones, a cumplir durante el año que se abre todo entero delante de nosotros. Propietarios de gimnasios, de curas para adelgazar o para dejar de fumar, academias de idiomas, etc., lo conocen bien.

Sin embargo, hay un objetivo, un buen propósito y una buena intención que no necesita que nadie se apunte en ningún sitio, en el que todos podríamos fijarnos, y que, considero, que nos podría hacer un gran bien como sociedad, entendida como población civilizada que vive y deja vivir, compartiendo espacios comunes.

Me refiero a la cortesía.

La cortesía implica el ejercicio de la vida en sociedad con buenos modales. Quizás hoy en día este concepto de la cortesía se considera secundario, pero a mi entender sigue siendo lo bastante significativo y necesario, para hacer más viable, y confortable, la vida en sociedad civilizada. Cortesía es un concepto que hace referencia al conjunto de comportamientos sociales adecuados con respecto al trato con los demás, que lo suaviza y lo facilita, y que se adapta a cada contexto cultural.

Ejercer la cortesía implica que se convive en sociedad respetando la personalidad de los otros y que observa las normas de convivencia y de trato social, que son por lo común aceptadas y que han sido decantadas por el paso del tiempo.

De todos modos, no se tiene que confundir la cortesía con la educación, aunque ambas tienen aspectos sociales y morales que las hacen indistinguibles, pero aparte de estos aspectos, la cortesía significa cultivar la estética de las buenas formas, una estética variable según el lugar y la época.

El cultivo del respeto, de la cortesía, de la amabilidad y de las gracias sociales pueden lubrificar unas relaciones sociales cada vez más tensas, y donde el individualismo campa libremente y sin freno

El principio básico de la cortesía es el respeto, y eso se puede declinar evitando aquello que pueda molestar los otros; haciendo aquello que es más seguro y amable con relación a las otras personas; atendiendo con especial sensibilidad a las personas con capacidades diversas, de forma temporal o permanente; mostrando especial respeto por las personas que ostentan una responsabilidad socialmente reconocida; adaptándose, buscando los ángulos positivos, a las situaciones cambiantes; y haciendo aquello que sea mejor para la preservación y mejora del medio ambiente.

De manera simplista y sesgada se ha asociado a menudo la cortesía con la ñoñería y la punición, como fruto de malas prácticas educativas de tiempos pretéritos. En la sana negación de este pasado educativo, autárquico y autoritario, hemos pasado otra vez a aplicar la ley del péndulo. Los errores del pasado no tendrían que condicionar las necesidades del presente y, probablemente, del futuro.

Me parece obvio que el cultivo del respeto, de la cortesía, de la amabilidad y de las gracias sociales pueden lubrificar unas relaciones sociales cada vez más tensas, y donde el individualismo salva libremente y sin freno. En el complicado equilibrio entre el yo y el nosotros, la cortesía nos puede ayudar a evitar el choque.

Si todo el mundo puede hacer lo que quiera, apelando al hecho de que paga impuestos o a que es su derecho (como si su derecho no estuviera en relación con el respeto de los derechos de los otros, y negando interesadamente cualquier noción de límites), la vida en sociedad pasará de ser compleja a complicada o imposible.

En este sentido, hay que insistir mucho en conceptos básicos, pero que demasiados a menudo parecen abandonados: hacer lo posible por evitar los ruidos (en casa y en el espacio público); cuidar de la higiene personal, y no ensuciar el espacio público con comportamientos antihigiénicos; no invadir el espacio de los otros, utilizando artefactos (patinetes) que dificultan su marcha o su reposo; procurar razonar antes de hablar; cuidar de los animales de compañía y eliminar cualquier deposición que hagan en la vía pública; respetar las aceras para los peatones; no destrozar el mobiliario urbano; llegar con puntualidad a las citas y a los actos públicos; no ocupar el espacio central de una vía de peatones dificultando el paso de los otros; respetar el código de circulación y las señales por parte de cualquier artificio que permita desplazamientos; no salir inopinadamente de los establecimientos comerciales; no pintarrejar las propiedades de terceros; no hundir el claxon para evidenciar gozo después de una victoria deportiva o de cualquier tipo; etc., etc.

Evidentemente, el listado podría ser mucho más largo, y todo el mundo podría hacer el suyo propio. Solo he querido traer a vuestra consideración algunas pautas que, a mi entender, marcarían el respeto hacia los otros, y facilitarían la vida en común. En general, ¿respetamos lo suficiente las normas de convivencia generalmente aceptadas y que han sido diseñadas para mejorar el vivir juntos? He ahí un buen propósito para el 2025.