Si os preguntan si sois optimistas o pesimistas de cara al año 2025, lo primero que podéis pensar es que se trata de una pregunta trampa, porque si queréis ser o pasar por optimistas, podéis mencionar las buenas noticias que nos ha dejado el año 2024, aunque, objetivamente, no sean muchas, pero siempre se puede hurgar con el fin de encontrar algunas.

Y en sentido contrario, si queréis pasar por pesimistas, o por lo que sea, os va mejor adoptar este papel (muy utilizado últimamente, y con mucha salida en el mercado de la comunicación y de las redes sociales), solo hace falta que invoquéis las catástrofes que han tenido lugar. Que, por otro lado, han sido muchas y que son las que, en general, los medios de comunicación que se llaman serios a menudo destacan más.

El hecho es que tanto el optimismo como el pesimismo no dejan de ser posicionamientos o poses que cada uno adopta enfrente de los acontecimientos de su vida, o de la vida colectiva en general. Pero la realidad es que estos posicionamientos o poses difícilmente acostumbran a ser el resultado de un análisis objetivo de los acontecimientos de los cuales uno se vuelve protagonista o simple espectador.

Por lo tanto, considero que la cuestión que hay que formularse es la de saber si uno es una persona que tiene confianza, que tiene confianza en el presente y en el futuro. Porque, a mi entender, la confianza es invencible, está hecha de un metal que no hay nada que pueda romper.

Tiene confianza aquel que, llueva, nieve, haga viento o haga bueno, conserva siempre la misma actitud

¿Llegados a este punto, sin embargo, como podemos definir qué es la confianza? Para mí, es el arte de cuestionarse, en el doble sentido que podemos dar a este concepto, es decir, tener suficiente confianza en sí mismo para dudar de uno mismo.

Pero cuestionarse también significa hacer de sí mismo una causa, es decir, ponerse en situación de causalidad, en situación de no descargar todas las culpas en los otros, sino, todo lo contrario, asumir las propias responsabilidades cuando una desgracia o un contratiempo mayor nos caen encima. Cuestionarse a uno mismo quiere decir rehusar el principio que uno no es responsable de aquello que le pasa, quiere decir aceptar que uno es responsable de aquello que hace. Dudar de uno mismo y asumir los actos propios son dos efectos de la confianza.

La confianza la encontramos en la capacidad paradójica que consiste en sustraer el propio estado anímico del mundo exterior. Tiene confianza aquel que, llueva, nieve, haga viento o haga bueno, conserva siempre la misma actitud. No porque sea insensible a lo que pasa a su alrededor, sino porque su temperamento no depende de ello. En definitiva, sea cual sea la situación, su propuesta es hacer aquello que hay que hacer, y su propuesta es luchar, sin miedo, mientras un adversario se quede delante de él.

Tiene confianza quien no espera nada de aquello que tomamos como la realidad, quien se contenta de acoger las malas noticias como un trabajo que hay que cumplir, y quien considera un favor los dones que uno recibe por azar. Hay un aspecto emocional en la confianza, un elemento de optimismo que consiste en creer que quien confía hará lo correcto, un elemento también descrito como confianza afectiva. Aunque, en algunas circunstancias, confiamos en los otros, incluso, sin la expectativa optimista, porque, en cambio, esperamos que el mero reconocimiento que uno confíe en sí mismo impulse una acción favorable.

La confianza implica comprender los mecanismos de la naturaleza y del orden de las cosas, y no descargar en terceros la resolución de las dificultades.

La confianza es, en este sentido, el contrario de la esperanza. La esperanza es una especie de esclavitud, que quiere atar el compromiso con el éxito, y que somete a quien espera un resultado que parece no depender de él.

Todo lo contrario, la confianza es una especie de energía que no subordina la acción al resultado de la propia acción.

La persona esperanzada se mueve esperando que las cosas cambiarán gracias a ella. La persona que confía trabaja porque considera que es la única y la mejor manera de vivir, porque existe, y porque, si no lo fuera, se moriría de aburrimiento y de pena.

A menudo la esperanza sueña un mundo mejor, pero acaba llorando. La confianza mira de cara los horrores de este mundo, pero rehúsa bajar los brazos. La confianza es el acto de fe de las personas que luchan constantemente, aunque se puedan ensuciar, y sabiendo que la peste siempre vuelve.