Distraerse es un término que no ha gozado tradicionalmente de buena prensa. De hecho, se utiliza sobre todo como espantajo en expresiones como “no vale distraerse”, que no deja de ser una advertencia en el sentido de que hay que obrar con precaución, con cuidado.
Y no vale distraerse, porque si tu atención está dispersa y no te das cuenta de lo que te conviene, puedes acabar dejando escapar una oportunidad.
Pero hoy quiero referirme a lo que implica el hecho de distraerse visto —contrariamente a lo que muchos piensan— como un verbo de acción.
Distraerse con algo puede implicar ‘observarlo’, pero también significa ‘abstraerse’ o ‘embobarse’. Son estas acepciones, a mi entender, positivas, a las que me referiré en este artículo.
En un mundo asediado por las prisas, en el que todos (o muchos) nos creemos imprescindibles, donde el ruido señorea nuestras calles y nuestras vidas, donde parece que solo cuenta el valor económico de las acciones que hacemos o impulsamos, conviene pararse, escucharnos y escuchar a nuestro alrededor, obviando el permanente ruido de fondo. Conviene sosegarnos.
Necesitamos curiosear, embobarnos, pasmarnos, embelesarnos, ensimismarnos. Solo penetraremos en el misterio de la vida con esta actitud
Por eso recomiendo mucho que todos nos “distraigamos”. Que observemos detenidamente un paisaje, una obra arquitectónica, una obra civil, una obra de arte, en definitiva, cualquier obra natural o humana, con detenimiento, desinhibición y reposo. No que lo hagamos de forma esporádica, rápida y calculada, sino de manera frecuentada, con calma y tiempo, sin límites (o los mínimos indispensables).
Conviene observar, por el simple hecho de empaparnos de la belleza que nos rodea o para descubrir la fealdad que nos paraliza. Observar para ver un poco más lejos, para convertirnos a cada uno de nosotros en una torre de vigía. Una torre de vigía entendida no como mecanismo de defensa, sino como testimonio de presencia, de continuidad y de relación con el entorno.
Tenemos que abstraernos, dejarnos ir. Es decir, huir de los mecanismos que nos esclavizan, de los ritmos incesantes e imposibles, de las alarmas permanentes, de la urgencia cotidiana, de las rutinas, de las cargas inmisericordes de trabajo y, si se puede, de los convencionalismos.
Abstraernos para revisarnos interiormente, para hacer aquella revisión personal de nuestro espíritu, que demasiado a menudo rehuimos, porque tal vez nos atenazan los miedos de saber qué hacemos, cómo lo hacemos, por qué lo hacemos, con quién lo hacemos y para qué lo hacemos. Abstraernos para conocer mejor nuestra aspiración a la trascendencia, hacia los estados que nos traspasan.
Necesitamos encantarnos mirando algo. Necesitamos curiosear, embobarnos, pasmarnos, embelesarnos, ensimismarnos. Solo penetraremos en el misterio de la vida con esta actitud: dejándonos llevar, sin contar el tiempo, por los caminos de la contemplación serena y sin ataduras. Necesitamos quedar encantados por una mirada, por un sonido, por un paisaje, por una sonrisa, por todo aquello que pueda maravillarnos.
Todas las civilizaciones precedentes han contemplado el hecho de distraerse como una herramienta para el conocimiento propio y el del entorno. Y la nuestra, ahora y aquí, haría bien en aflojar un poco la presión y dejar un tiempo para la distracción, para la contemplación.
A menudo se critica a los jubilados porque se dice que están distraídos. También los niños se distraen. Y lo hacen porque tienen tiempo para hacerlo, porque quieren ver cosas nuevas o afianzar páginas vividas, quizás ahora con otras lentes. Con las lentes que se adaptan al paso del tiempo y que corrigen la miopía interna que, en mayor o menor medida, todos tenemos.
Sería bueno que todos nos “distrajéramos” un poco más. Sería bueno para nuestro cuerpo y para nuestro espíritu, para la unidad que conforman. Nos destensaría, nos haría (quizás) más amables, nos permitiría apreciar lo que tenemos, y facilitaría descubrimientos insospechados.
Los hay que creen que lo que no es productivo es inútil. Quizás es más inútil para nuestro paso por la Tierra el correr siempre, el monetizarlo todo, el buscar solo rendimientos a corto plazo. Por otra parte, si hay un tiempo para cada cosa y una cosa para cada tiempo, dejad que los niños y las personas mayores se distraigan, que bien que unos se encontrarán pronto en medio de la selva y los otros ya la han pasado.
Es un artículo que quizás consideraréis prescindible, pero mientras lo escribía, he ido mirando por el ventanal del estudio y he podido embobarme contemplando los movimientos de los pájaros y admirando la belleza de las plantas del patio, y me ha sentado de maravilla. Me parece que tengo que dedicar más tiempo a estar distraído, a distraerme más y mejor. Como en todos los oficios, hay que ir aprendiendo con dedicación constante.