Llevamos ocho meses largos de pandemia, y a menudo es difícil hablar de otra cosa. La Covid-19 ha acelerado crisis anteriores y ha puesto de manifiesto otras crisis silentes. Las pérdidas humanas, el empobrecimiento de grandes sectores de la población, las desigualdades acrecentadas, el desconcierto político… estamos aprendiendo a marchas forzadas a vivir en un nuevo mundo, a habitar una incertidumbre real y descarnada. Asistimos al estallido de expresiones virulentas del desgarro social que se está produciendo. Y cada día que pasa estamos más convencidos que ni la pandemia ni sus consecuencias van a desvanecerse por sí solas.
La pandemia no es un paréntesis, no habrá un retorno a la misma sociedad, a la normalidad de antes. Y, desde luego, no vamos a malgastar esta crisis tan profunda y duradera que nos muestra que no existe una vida sin riesgos, sin lucha, sin búsqueda y sin muerte.
Toda la riqueza de los seres humanos se basa en el lujo del cuidado, en la atención que nos dispensamos los unos a los otros, en ese tejido de espacios y tiempos para vivir, en pensar y realizar las condiciones de inmunidad física y mental que nos arropan.
La malla invisible de la organización diaria del tiempo que son los horarios se está modificando con la pandemia
Miremos donde miremos, la pandemia ha traído nuevas oportunidades para una vida más sencilla, nuestro ritmo se ha hecho más lento, hemos frenado, no nos movemos tanto, pasamos más tiempo en nuestros barrios, estamos más pendientes de la familia, el trabajo en remoto se va extendiendo, estamos más atentos a nuestras necesidades básicas como las horas de sueño y la alimentación. Ya no estamos tan de paso, ya no vamos tan deprisa.
La malla invisible de la organización diaria del tiempo que son los horarios, también se está modificando. Nos levantamos más pronto, podemos abrir las ventanas y recibir la primera luz del día que regula nuestro reloj interno y nos carga de energía. Estamos empezando a comer y cenar a horas más tempranas y acordes con nuestros ritmos corporales. Podemos hacer pausas, incluso aburrirnos a ratos. No nos vamos a la cama derrumbados, tenemos más tiempo para descansar. Cuando llega la noche hemos allanado el camino al sueño y a los sueños, fuente de nuestra vida mental y fábrica de nuestra imaginación.
Estos cambios imprevistos en las rutinas temporales que sostienen nuestras vidas diarias son concretos, modestos y están interconectados. Cada pequeño movimiento en el complejo entramado social y tecnológico en que vivimos provoca efectos expansivos y quizás duraderos. Los procesos de cambio social no son cintas elásticas que pueden estirarse a voluntad y vuelven al mismo sitio cuando las sueltas.
Ahora podemos llevar una vida más acompasada con los ciclos naturales de la luz
La pandemia supone una gran paradoja: es un alambique donde están mezcladas amenazas e incertidumbres junto con oportunidades y nuevos retos. Ahora podemos llevar una vida más acompasada con los ciclos naturales de la luz y reencontrar el tiempo como un bien esencial, ahora vemos con claridad que quienes creen que no tienen nada que perder es porque no tienen nada que decidir.
Ahora que vivimos más centrados en los ritmos temporales no necesitamos salir de nuestras vidas diarias para sentir y recuperar nuestra energía. Y este logro no será el tesoro de unos pocos. Trabajaremos duro para que las mujeres y los jóvenes tomen impulso para seguir adelante. Haremos simples muchas cosas con la ayuda de la digitalización y la innovación organizativa, nos desharemos de cargas mediante la corresponsabilidad y la compactación paulatina de la jornada laboral. Viajaremos sin apenas hacer ruido y el sosiego facilitará que los cambios no nos pasen desapercibidos. De esta pandemia saldremos con lecciones aprendidas minuto a minuto.
Elvira Méndez, es la presidenta del Consell Assessor per a la Reforma Horaria