La partida continúa abierta y las tres opciones están sobre la mesa: presidencia de Illa, presidencia de Puigdemont o nuevas elecciones. Y las tres opciones pasan por ERC, cuya decisión es tan decisiva para la política catalana, como pesada para el partido. Es evidente que ERC está en el mejor lugar —la capacidad decisoria—, pero en el peor momento, justo cuando está en un proceso de guerra interna y cualquiera de las decisiones que tome le salpica inevitablemente.

Si gana el sector liderado por Marta Rovira y secundando por muchos pesos pesados, incluido el president Aragonès, que apuestan por hacer a Illa president, en principio, desde fuera del Govern, la decisión los ancla, todavía más, en la vieja estrategia de alianzas con los socialistas que tanto les ha hecho sangrar desde hace tres elecciones. Es una apuesta para reestructurar el partido desde fuera, pero manteniendo espacios de poder —no se trata de una alianza “gratis” en términos de cargos y de influencia, TV3 incluida…—, y reforzando el eje ideológico por encima de la tentación nacional. Si se tiene en cuenta el poder que acumulan los republicanos a través de sus pactos con los socialistas en las diputaciones, y los réditos que podrían sacar de este acuerdo de investidura —que incluiría mantener cargos de ERC en sectores estratégicos—, sumado a los cuatro años que faltarían para unas nuevas elecciones, es evidente que la decisión daría tiempo a ERC para reponerse, aunque también incluye el riesgo de hundirla todavía más. Sea como sea, es una decisión de partido, en el sentido más clásico del término, sin tener en cuenta la emergencia nacional que vivimos, ni la crisis dentro del independentismo. Lisa y llanamente, ERC no optaría por rectificar la tendencia, sino por una jugada de sostenella y no enmendalla, que solo el tiempo dirá si le ha salido beneficiosa. En todo caso, para aquellos que consideran que el problema de ERC se llama PSOE, la decisión ratificaría la poca mirada estratégica del partido.

El independentismo tiene que hacer un proceso profundo de redefinición bajo tres postulados: una parte del independentismo se ha quedado en casa, pero no ha desaparecido; el mandato del Primero de Octubre no tiene ahora las mayorías para implementarlo; hay que rehacer las unidades tanto como fortalecer la transversalidad

En el otro lado estaría el sector del de Junqueras, que según parece se inclina por no dar apoyo a Illa y hacer algún movimiento en dirección Puigdemont, sea para la investidura, sea para forzar la segunda vuelta electoral. Si gana esta opción, ERC perdería la ingente influencia mediática que ahora tiene, gracias a la apuesta de los medios de “orden” a su favor para poder erosionar a Junts, y también perdería poder efectivo, pero enviaría un poderoso mensaje de rectificación a su electorado y a todo el independentismo. Es evidente que esta opción prioriza el eje nacional —aunque también está el eje personal del propio Junqueras, que quiere continuar en la partida—, y permite a los dos grandes partidos, Junts y ERC, afrontar juntos el debate sobre la emergencia nacional que estamos sufriendo. También facilitaría que el independentismo no institucional, el que está reunido en varias entidades y propuestas, formara parte de la reestructuración del movimiento. Dado que, lógicamente, sea cual sea la opción, se trata de una decisión interna de ERC, hay que esperar a los acontecimientos y todavía quedan muchas aproximaciones, muchas conversaciones y mucho tiempo para que todo quede clarificado. Pero vaya por donde vaya, será una decisión que marcará los próximos tiempos políticos, tanto como marcará históricamente a ERC.

Más allá de la decisión de ERC, el independentismo tiene que hacer un proceso profundo de redefinición que, por el lado institucional liderará Puigdemont y Junts —si ERC se mantiene en esta dirección—, y por el lado cívico tendrán que liderar las grandes organizaciones del movimiento, especialmente Òmnium y la Assemblea. Una redefinición que tiene que empezar, necesariamente, por una dosis profunda de realidad, bajo tres postulados: una parte del independentismo se ha quedado en casa, pero no ha desaparecido; el mandato del Primero de Octubre no tiene ahora las mayorías para implementarlo; hay que rehacer las unidades tanto como fortalecer la transversalidad. Es tiempo de picar piedra, con el añadido de que el tiempo apremia, porque el país está en situación de emergencia nacional: las infraestructuras, el idioma, la cultura, la capacidad de decisión, los activos económicos, todo está en riesgo, y todo nos juega en contra. No solo se trata, pues, de rehacer unidades para ganar elecciones, sino de rehacer los frentes comunes transversales para defender nuestros intereses. Y el primer paso es conseguir que la presidencia de la Generalitat no la controle un PSC totalmente al servicio de los intereses españoles. Si ERC pone la lupa catalana, entenderá hasta qué punto es un desastre para nuestros intereses que el PSC más español de la historia gobierne a ambos lados de la plaza Sant Jaume. Pero si ERC pone la lupa de partido, este PSC tendrá el poder y la reestructuración del independentismo será igualmente urgente, pero mucho más compleja.

Todos los caminos, pues, pasan por ERC. Pero no todos pasan por Catalunya.