¿Qué le pasa a la educación de este país? ¿Por qué cada vez que hay un cambio de color político en el gobierno (de aquí y de allí) tenemos que hacer una reforma educativa? ¿Por qué consentimos que se diseñe desde perspectivas claramente ideológicas? ¿Tan poco nos interesa, como sociedad, la calidad de la enseñanza que reciben nuestros futuros ciudadanos que la hemos delegado en políticos y en gestores más bien poco cualificados a los que sólo les interesa instrumentalizarla? La última manifestación de esta deriva "pedagógica", pero me temo que habrá más, son las actuaciones (o inacciones) del Departament d’Educació de la Generalitat de Catalunya que, en las últimas semanas, nos han mantenido muy entretenidos: a base de notas informativas sobre el nuevo calendario escolar; de manifestaciones públicas que no quieren ser políticas (sic) sobre el caso del 25% de castellano; de decretos urdidos en la oscuridad de dos años de silencios y confinamientos sobre cómo serán los nuevos currículums escolares...
Centrémonos ahora en este último aspecto: el diseño que la Direcció General d’Ordenació Curricular de la Generalitat ha elaborado para adaptar la que será la nueva educación básica obligatoria, fruto de la LOMLOE española promovida por el PSOE (la octava reforma educativa que sufrimos en este país desde los ochenta). Dejando de lado los aspectos procedimentales y competenciales que introduce y naturaliza, preocupan también los llamados currículums: lo que el alumnado de 3 a 18 años estudiará a lo largo de su formación escolar. Y uno de los elementos que se destaca es la minimización de las llamadas "humanidades" y, en especial, de la filosofía. Si analizamos con un poco de detenimiento las materias que se tendrán que impartir desde el curso que viene en la secundaria, el movimiento de decantación hacia los contenidos llamados "procedimentales" y los de perfil científico-tecnológico es imparable y tiene un peso específico abrumador en el currículum. Todos nuestros alumnos de 1.º a 4.º de ESO recibirán formación en las tres lenguas (catalán, castellano y extranjera), matemáticas, biología, geología, física y química, a las cuales se añadirán la tecnología, la digitalización y la robótica, además de formación económica y en emprendeduría y de orientación personal y profesional. ¿Dónde están las humanidades y, en concreto, la filosofía en este proceso de formación? Pues han quedado reducidas a la historia y geografía y a la cultura clásica y el latín, mientras que la filosofía ha desaparecido del todo de la optatividad y la reflexión ética ha quedado reducida a una enclenque Educación en valores éticos y cívicos de una hora a la semana que se impartirá en un solo curso. Toda la formación filosófica que habrán recibido los chicos y las chicas cuando lleguen a los 16 años quedará rebajada a un "cursillo" de 35 horas en el que se habrán formado como ciudadanos conscientes, responsables e imbuidos de valores democráticos. ¡Ambicioso! Eso sí, sorprende comprobar cómo los pactos con el Concordato (suscritos con la Iglesia católica) se respetan escrupulosamente en el currículum porque la religión estará presente en todos los cursos de la ESO, adoctrinando en el seno de una escuela que se declara aconfesional. Un escándalo que arrastramos desde la Transición y que ningún color político parece querer enmendar.
¿Acaso no necesitamos la filosofía en unos momentos históricos en que la economía ha fagocitado la sociedad y lo ha mercantilizado todo (el agua, el aire, la tierra... y ¡la educación!), y el pensamiento político, incapaz de dar respuesta a un mundo en crisis, se ha radicalizado hacia la extrema derecha y el autoritarismo?
¿A qué se debe, en cambio, la voluntad manifiesta de eliminar las disciplinas filosóficas del currículum? Es difícil de responder, y más cuando sospecho que ni los que los elaboran lo saben. Uno de los argumentos que se esgrime más a menudo es la "transversalidad": hacer de los alumnos personas conscientes y libres, ciudadanos políticamente responsables y comprometidos con la democracia se encarga ahora a todas las materias, que en algún momento del curso lo incorporan en su temario. Pero hagamos una analogía: es cierto que en todas las asignaturas se usan las lenguas, razón por la cual su aprendizaje está transversalmente garantizado; ¿entonces, por qué queremos las clases específicas de lenguas? Si aquí se ve claramente que la argumentación es falaz, porque necesitamos (¡y mucho!) algún especialista que nos enseñe a leer, escribir y a ser competentes en el uso de la lengua, ¿por qué se acepta con aquella otra disciplina que enseña específicamente a pensar sobre el mundo y nosotros mismos, y se dedica a formar ciudadanos críticos, y no sólo trabajadores, técnicos y emprendedores? Decía Kant que "no se enseña filosofía, sino a filosofar", es decir, se enseña y se tiene que enseñar a pensar, y eso lo tiene que hacer el especialista (palabra demonizada en la educación) que conoce y sabe transmitir las estrategias propias de la reflexión: pensar, razonar, ser conscientes del mundo y de uno mismo, y ser críticos con todo eso con el fin de promover la acción política de verdad, aquella que según Aristóteles nos definía a todos y todas como zoon politikon: habitantes de una comunidad que nos importa y queremos mejorar.
¿Acaso no necesitamos todo esto en unos momentos históricos en que la economía ha fagocitado la sociedad y lo ha mercantilizado todo (el agua, el aire, la tierra... y ¡la educación!), y el pensamiento político, incapaz de dar respuesta a un mundo en crisis, se ha radicalizado hacia la extrema derecha y el autoritarismo? Es en estos momentos críticos que nuestros técnicos y políticos arrinconan la filosofía, y querría creer que no lo hacen por perversión, en secreta connivencia con esta última ideología que sólo quiere consumidores acríticos y "desorientados". Más bien me gustaría creer que no son conscientes del daño social y educativo que causan, y que Cambray y los suyos gobiernan desde la "imbecilidad moral", que, tal como la definía el maestro peripatético, es aquella falta absoluta de razonamiento y de conocimiento que impide tomar decisiones acertadas y asumir las consecuencias. Si es así, podemos estar dispuestos a perdonarlos porque no saben lo que hacen. O no.